Los mexicanos en Texas, arte atravesado por la frontera

Mercedes Pérez Bergliaffa para El Clarín / A veces los países nos expulsan, nos vomitan. Y entonces uno debe partir para poder comer. O para poder seguir viviendo. De eso se trata el exilio: de un movimiento doloroso, con pasaje sólo de ida y destino a la incertidumbre.

Y aunque la experiencia es común a muchas regiones del mundo, pasa que del borde de México para abajo, dentro de esta zona que llamamos América latina, todas estas migraciones y exilios forzados son todavía más parecidos: nos enlazan en comunión. Por eso es que la muestra que se exhibe en la Fundación OSDE, “Arte tejano. De campos, barrios y fronteras”, tiene verdaderamente un peso regional, toca de cerca. Y por eso deviene fundamental, aquí, en Argentina.
La exposición es acerca del arte de una cultura especial y específica, conocida como “chicana”, pero también como “tejana”, “mexican”, mestiza y mexicana-americana. Formada por los mexicanos y sus descendientes –habitantes del sur de los Estados Unidos, allí, en el estado de Texas–, su identidad más profunda tiene que ver con varias cosas, como por ejemplo la herencia española e indígena, su mezcla con los vaqueros (“cowboys”) y, fundamentalmente, el espacio geográfico que habitan: una tierra donde la ideología parece hecha de arenas movedizas y actualmente devenida línea de fuego debido al narcotráfico, un problema cada vez más grave. Una zona máxima de frontera, pasaje venenoso y licuado cultural.

Todo esto puede observarse en los trabajos que se muestran actualmente en la exposición de OSDE: desiertos, cactus, urbanismo, racismo. Lo explica la directora de la Fundación, María Teresa Constantín: “Es una muestra de carácter militante, con la que sale a la luz la cuestión de los inmigrantes y de sus derechos, en los Estados Unidos, sí; pero también aquí, en Argentina”.

“La exposición tiene carácter político”, dice por su parte Cesáreo Moreno, curador de la muestra y del Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago, en un costoso español –el habla se le escapa hacia el inglés–. “Toca el tema de los migrantes indocumentados, y trata de la pérdida del territorio cultural.”
La exhibición de OSDE se compone de grabados, serigrafías producidas en el taller Serie Project (ver “Serigrafía…”); y, quizás, eso no sea lo ideal, porque a veces algunos grabados funcionan más como ilustraciones que como obras. Pero sí es cierto que el eje de la cosa, esta vez, no va por ahí. El punto de esta exposición está, más que nada, ubicado en el plano que menciona el curador, el plano político: es un gesto terriblemente fuerte exponer, a través del arte, problemáticas inmigratorias de un pueblo que fue –y es–, sojuzgado y discriminado en otro pueblo que, como el nuestro, no se priva de prejuicios, manifestaciones y actos racistas.

“Exposiciones como estas nos muestran lo que tenemos en común”, explica Moreno. “Pienso que todos los países del mundo donde fluye la migración o donde cambian las fronteras tienen experiencias parecidas, aún cuando el ser humano busque las mismas cosas de distintas maneras. Respecto a esto, las artes plásticas nos muestran lo que tenemos como único cada región o país, pero también lo que tenemos en común, y creo que esto es importante. Porque nos permite comprendernos unos a otros, y formar un respeto necesario.”

Un chico latino boxeando (“Round 10”), la “Guerrillera”, “Se la llevó el diablo” y “Q-Vo-Way (Cubo güey)”, son sólo algunas de las muchas obras que se exhiben en OSDE. De dimensiones similares, que van de lo mediano a lo pequeño, no se imponen en el espacio sino que son para ser leídas de cerca, una por una, y tratando de descifrar sus símbolos: están llenas de la iconografía propia de la cultura mexicana. Como por ejemplo, elementos del catolicismo –corazones santos, la Virgen de Guadalupe–, “esqueletitos” bailando –por el Día de los Muertos–, el Alamo –fecha histórica– o los pachucos o cholos modernos de Texas, además de dioses mayas y aztecas. Las obras tiene en común la técnica serigráfica, y una paleta de colores virbrantes, fuertes. También una gran presencia de la figuración, en especial de la figura humana; elementos plásticos de la gráfica, como la línea de contorno de las formas, y colores muchas veces en planos plenos.

“Es importante que se conozca un poco de la vida negociada que llevamos”, explica por su parte Eduardo Díaz, director del Centro Latino del Museo Smithsonian, mezclando alguna que otra palabra en “spanglish” –típico mix de idiomas, de los inmigrantes latinos en Norteamérica–. “Nosotros vivimos una negociación cultural cotidiana que es, a veces, como vivir con un pie en México y otro pie en los Estados Unidos. Hablamos inglés, somos bilingües; comenzamos una frase en inglés y la terminamos en español, y viceversa. Y así es la Historia”.

Y agrega Díaz, con ojos de mirada clavada: “Creo que, después de todo, nos pasó lo mismo que comenta el erudito Chon Noriega: “nosotros no cruzamos la frontera, sino que la frontera nos cruzó a nosotros”, dice el curador, su vista fija en un cactus dibujado, pinchudo, verde, aquí, en plena Fundación OSDE.

 

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