Cate Blanchett e Isabelle Huppert, ¿demasiado glamour para «Las criadas»?

Dos divas del cine como Cate Blanchett e Isabelle Huppert sobrecargan de glamour el clásico cruel de Jean Genet «Las criadas«, en una revisión excesiva, hiriente, grotesca y quizá demasiado cinematográfica por parte de la Compañía de Teatro de Sidney, que tiene su estreno oficial hoy en Nueva York.

Es uno de los acontecimientos teatrales del año en la ciudad, aunque la producción venga rodada de Australia, y un corolario perfecto para el Lincoln Center Festival, que tiene una de las programaciones más exquisitas de una cartelera veraniega más tendente a lo popular.

Y el texto, pese a ser de 1947, sigue siendo de una trasgresión violenta: en su historia de dos criadas parisinas que quieren asesinar a su «madame», Genet no hablaba del placer del crimen desde la barrera, sino que fue él mismo vagabundo, chapero y ladrón que consiguió el indulto gracias al apoyo de Jean Paul Sartre y Picasso, entre otros.

Así las cosas, no es de extrañar que la calle 56 del New York City Center, donde tiene lugar la representación hasta el 16 de agosto, se haya bloqueado en los preestrenos de ayer y anteayer y se prepare con sus mejores galas para su gran noche de estreno, hoy viernes.

Se sabe de antemano que este montaje está, además, lleno de caprichos. El primero de ellos, salta a la vista: una australiana de 45 años, alta y rubia, Cate Blanchett, interpreta a Claire, la hermana de una francesa de 61 años, chaparra y sin un notable esfuerzo por perder el acento galo, que interpreta a Solange.

Todo sea por ver juntas a quienes, eso sí, interpretaron una vez en el teatro el mismo papel, la «Hedda Gabler» de Ibsen.

El segundo capricho es que Benedict Andrews, el director de la aséptica puesta en escena -que se irá emponzoñando con una escalada de violencia que pasará cual huracán por el teatro- no renuncia del todo a convertir a la ganadora de dos Óscar (Blanchett) y a la única actriz que ha ganado dos Copas Volpi de Venecia y dos premios en Cannes (Huppert) en «solo» actrices de teatro.

En un montaje de vocación rabiosamente contemporánea, Andrews convierte el escenario en una lujosa jaula de cristal, en un perverso «Gran Hermano» lleno de cámaras que crean una ilusión de polivisión.

Eso permite disfrutar en una pantalla de cine en el fondo del escenario de primeros planos de las actrices, planos detalle de sus zapatos o de las flores que representan una moral a punto de marchitarse.

Pese a la vigencia del texto, a la presencia apabullante de Blanchett y el «tour de force» de una Huppert entregada al humor físico, el gran problema, en cambio, es fundamentalmente que la genialidad de Genet acaba siendo la verdadera «criada» de dos estrellas, demasiado conscientes de que están alumbrando una alineación de astros cegadora.

Desde el primer momento, sin telón que subir, pasean por el escenario mientras el público se sienta en sus butacas. Blanchett en ropa interior. Huppert pasando enérgicamente la aspiradora. Y ya no abandonarán, con puntualísimas excepciones, la escena hasta el final, después de 105 minutos intensísimos.

Pero el tercer capricho, el más discutible de Andrews, es que lo que habitualmente es abordado como un rompecabezas hiriente en su tono lúdico y moralmente perturbador emerge como un chillón espectáculo guiñolesco que renuncia a toda sutileza.

Una batalla física más que verbal entre la exhuberante y camaleónica Blanchett y una Huppert irreconocible en su hilaridad que llega a alcanzar momentos barriobajeros y escatológicos.

Bien es cierto que parece acertado asumir que a estas alturas todo el mundo sabe ya el primer giro de la trama (cuando se descubre que la criada Claire solo está jugando a ser una «madame») y es por eso que la primera parte tiende a una muy bien coreografiada exageración: Blanchett derrocha elegancia impostada, y Huppert, sentido de la autoparodia.

Por desgracia, en el turbio «in crescendo» que el texto propone, en el que el juego deja de ser divertido para ser peligroso y transparenta una profunda tensión en su retrato de la condescendencia humillante entre la dama y sus sirvientas, estas «criadas» no evolucionan en consecuencia.

No cejan en su espectáculo caricaturesco, y se limitan a disparar las reflexiones en voz tan alta y a tal velocidad que acaban resbalando en la percepción del espectador.

Un espectador que no se atreve a negar el aplauso a dos fuerzas de la naturaleza llegado el final de la obra, pero que abandona el teatro con la sensación de haber visto «solo» a Cate Blanchett y a Isabelle Huppert compartiendo escenario. EFE

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