Museo de antropología cumple 50 años mostrando la riqueza de México al mundo

Museo Nacional de Antropología México

México.- La máscara de jade de la tumba del emperador Pakal o la piedra del sol del pueblo mexica, mal llamada calendario azteca, son algunas de las joyas que guarda el Museo Nacional de Antropología, que estos días celebra medio siglo como albacea de la riqueza de los pueblos que habitaron México.

El 17 de septiembre de 1964 se abría por primera vez al público este recinto, que se construyó en solo año y medio, gracias a la labor día y noche de cerca de mil trabajadores de la construcción y 200 arqueólogos, ingenieros, historiadores, museógrafos y artistas.

Atrás quedaba una polémica surgida por la necesidad de deforestar ocho hectáreas del Bosque de Chapultepec y reducir el espacio del parque, el principal pulmón de la ciudad y centro de ocio de aquel entonces.

Esto lo cuentan las crónicas de la época que están siendo recordadas estos días por las autoridades culturales del país, con el motivo del medio siglo, que hoy será recordado en una ceremonia en la que se espera la participación del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto.

El Museo Nacional de Antropología fue construido por el arquitecto Pedro Ramírez como una casa en forma de herradura, con un amplio patio central que tiene una gran fuente, colmada por una techumbre en forma de paraguas.

La idea original del arquitecto fue que el visitante pudiera decidir entre hacer el recorrido en forma lineal o solo entrar a las salas que deseara, por eso se hizo cada sala independiente.

Si uno se pone a caminar por todos sus pasillos recorrería 5,5 kilómetros en los que se guardan 40.000 años de historia, desde la prehistoria hasta la vida presente de los pueblos indígenas en México.

En opinión del historiador Miguel León Portilla «para verlo con calma» haría falta «una semana entera».

Solo así sería posible encontrarle la verdadera riqueza a piezas como la joyería de oro rescatada de las tumbas de Monte Albán (Oaxaca) o la colección de vestidos, herramientas y utensilios de las etnias vivas de México.

O algunas de sus favoritas, según indicó en una entrevista con Efe, como son los «vasos cilíndricos policromados, que son como códices y tienen una serie de jeroglíficos con escritura maya» o «los vestigios de la fachada de la pirámide de Quetzalcóatl», de la antigua ciudad de Teotihuacán.

León Portilla es uno de los mayores expertos en interpretación de códices prehispánicos y de libros de los pueblos mesoamericanos y también uno de los mejores traductores del náhuatl antiguo.

Su relación con el museo data de cuando aún no se había colocado su primera piedra, en 1962, y los congresistas de un encuentro internacional de americanistas que se celebró en la capital mexicana le pidieron a él y otros historiadores que se dirigieran al entonces presidente, Adolfo López Mateos, para pedirle que iniciara la construcción.

Así, asesoró para su construcción hasta el punto de que seleccionó y tradujo del náhuatl gran parte de los textos grabados en sus muros.

En su opinión, este recinto, que es visitado cada año por entre 1,3 millones y 2,3 millones de visitantes, «cumple una función trascendental», la de mostrar «las raíces indígenas», uno de los dos orígenes del pueblo mexicano actual, junto con la raíz española.

Y otra función vital que muchos no se plantean, la de «quitar muchos de los defectos» que hoy tienen los mexicanos, para que sean «conscientes» de que pueden «triunfar contra las adversidades y dificultades». «Nos da ánimos para superar, para librarnos de la corrupción, para librarnos de la pereza», apuntó el historiador.

México tiene «muchas posibilidades» de volver a ser lo que fue y para ello «hay que tomar conciencia de la historia», añadió.

A través de sus 24 salas, el visitante tendrá la oportunidad de tomar una «primera» conciencia «de las raíces más hondas» de quiénes fueron sus antepasados y pensar en quién podría llegar a convertirse, insiste León Portilla. EFE

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