El corazón sin metáforas de Robert Gober late desde hoy en el MoMA

NUEVA YORK (NY, EE.UU.), 05/10/2014.- Fotografía cedida por el MoMA hoy, domingo 5 de octubre de 2014, de la obra "Sin título" (1991) del artista Robert Gober. La realidad dislocada, la humanidad descuartizada y la cotidianeidad sorprendente del estadounidense Robert Gober llegan al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) con "The heart is not a methapor (El corazón no es una metáfora)", muestra abierta desde este fin de semana hasta el 18 de enero. Robert Gober (Connecticut, 1954), conocido por un corpus creativo tan llamativo como directo, pertenece a esa generación que rompió en los años 80 la tendencia escultórica a la abstracción y lo conceptual para mirar a una realidad que se imponía cruda y brutal con la llegada del sida. EFE/MoMA/SOLO USO EDITORIAL/NO VENTAS

Nueva York, 5 oct (EFE).- La realidad dislocada, la humanidad descuartizada y la cotidianeidad sorprendente del estadounidense Robert Gober llegan al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) con «The heart is not a methapor (El corazón no es una metáfora)», muestra abierta desde este fin de semana hasta el 18 de enero.

Robert Gober (Connecticut, 1954), conocido por un corpus creativo tan llamativo como directo, pertenece a esa generación que rompió en los años 80 la tendencia escultórica a la abstracción y lo conceptual para mirar a una realidad que se imponía cruda y brutal con la llegada del sida.

«Era un hombre gay en Nueva York, el epicentro de esa epidemia, y era absolutamente imperativo decir quién eras y que eso quedara plasmado en tu trabajo», explicó el artista al presentar su primera gran retrospectiva monográfica en Estados Unidos, comisariada por Ann Temkin y Paulina Pobocha, en la que se repasan 40 años de carrera a través de 130 obras.

La realidad filtrada por la mente de Gober dista mucho de ser costumbrismo. Es más: es todo lo contrario. Un queso con pelo largo, tuberías que salen de un sillón… Elementos familiares que al alumbrar híbridos se convierten en imágenes sumamente inquietantes.

Ese corazón sin metáforas «que abre preguntas y no las contesta», convirtió el contagio del VIH en un ejército de lavabos sin cañerías que, entre 1983 y 1986, fueron su manera de representar la imposibilidad de «lavarse» el virus.

A veces se convierten en un corazón («The sink inside of me», que significa «el lavabo dentro de mí») y, puntualmente, salen a la ventana del museo para convertirse en lápidas en «Two partialy buried sinks» (dos lavabos parcialmente enterrados).

Esos lavabos tan reconocibles son, en realidad, una mezcla de yeso, madera, acero, reja y esmalte, pues lejos del «ready made» de Marcel Duchamp, Gober es hijo del «do it yourself» (háztelo tú mismo).

«Mi padre no fue una figura muy presente y de él no aprendí habilidades, pero sí que si quieres una casa tienes que construirla tú mismo», explicó, y su carrera ha estado marcada por una siempre atípica exploración de los materiales.

La figura humana no apareció en su obra hasta 1989, pero tampoco irrumpió de manera convencional. Lo hizo descuartizada, emergiendo en las paredes de estancias empapeladas con paisajes caleidoscópicos en las que emergen piernas humanas hechas con una cera sobre la que crecen velas, o se tatúa un pentagrama.

Y, en el centro, un cigarro puro más grande que el propio hombre que le hizo a Gober tener que investigar sobre las propiedades de conservación del tabaco en el Museo de Historia Natural de Nueva York.

Si de su padre aprendió la autonomía, de su madre, que trabajaba en la iglesia, heredó el gusto por la iconografía cristiana y la fe en lo imposible. «Cuando creces como católico te acostumbras a los símbolos. Cuerpo, lágrimas, sangre, crucifixión, transfiguración… La fe, tal y como yo la entendí, era creer en algo que es esencialmente ilógico. Y hay una correlación con creer en el arte. Puedo ver una conexión», aseguró.

Así, «El corazón no es una metáfora» empieza con la aparición del sida, pero termina con otro acontecimiento que marcó la sociología de Nueva York, el 11-S, que le inspiró un Cristo sin cabeza de cuyos pezones caen dos hilos de agua que se pierden en un agujero en el pavimento al lado de una silla de jardín.

Gober, que trabajó durante cinco años como asistente de la pintora Elizabeth Murray y no fue hasta 1984 cuando la Paula Cooper Gallery de Nueva York le dedicó su primera exposición en solitario, ha querido que esta muestra también refleje su tarea como comisario de exposiciones.

Por ello ha querido incluir en esta exposición obras de Anni Albers, Robert Beck, Cady Noland y Joan Semmel, aunque sin duda su discurso es el que domina la muestra.

Bien a través de unas maletas que esconden alcantarillas, que a su vez no esconden cloacas sino riachuelos donde un padre se refresca con un bebé, bien con una habitación con un vestido de boda rodeado de bolsas de arena para gatos y unas paredes que combinan imágenes de un negro ahorcado y un blanco en un plácido sueño, las apuestas de Gober son sumamente reconocibles.

Obras muy llamativas que combina en esta exposición, que costó ocho años poner en pie, con otras menores, bocetos o piezas inacabadas.

«No me gusta de las retrospectivas que solo muestran lo mejor de los artistas, pero no se puede hilar el discurso, rellenar los huecos de lo que quizá no fue tan bien, pero hace entender mejor su obra», concluyó el artista. EFE

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