La poesía política del siglo XX, reunida en una antología comentada

Poeta chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura. Foto de Archivo, La República.

Berlín, 22 dic (EFE).- Bertold Brecht o Pablo Neruda, Mahmud Darwisch o Bei Dao, todos ellos muestran esa tendencia en la que la voz del poeta interviene en política de una u otra manera, desde la adhesión a una causa a la denuncia del horror.

«Niemals eine Atempause» (Nunca un respiro) es el título de la antología, recién publicada por la editorial Kiepenhauer&Witsch, que parte de la tesis de que en el siglo XX los poetas se vieron obligados ante los horrores cotidianos a dejar atrás la estética del arte por el arte, típica de la segunda mitad del siglo XIX.

Joachim Sartorius, compilador de la obra, admite en el prólogo que una antología de la poesía política del siglo XX hubiera sido distinta a la suya de haberla hecho un poeta de Singapur o de Buenos Aires.

Es por ello que al lector de lengua española no deberá extrañarle no encontrar nombres como el del Cesar Vallejo («España aparta de mi este cáliz») o el de Mario Benedetti.

El libro de Sartorius pone el acento en Europa y ante todo en Alemania, como demuestra que haya un capítulo dedicado a 1933, el año del advenimiento del nazismo, y otro a la llamada «hora cero» después de la guerra.

Pero, al margen de esas salvedades, Sartorius procura abarcar los conflictos políticos fundamentales del siglo XX.

El libro va desde el genocidio armenio perpetrado por el imperio otomano, hasta la preocupación por el cambio climático, pasando por la guerra civil española, las dos guerras mundiales, el auge del comunismo, la revolución cubana y los movimientos de liberación en el llamado tercer mundo, incluyendo a Latinoamérica.

Una de las corrientes que muestra la obra es la de la poesía pacifista basada en la condena del horror de la guerra, de la que uno de los mejores ejemplos es tal vez, «Nuestros jóvenes», del británico Siegfried Sassoon.

En ese poema, Sassoon contrasta la glorificación de la guerra, atribuida a un obispo anónimo -a la que dedica la primera estrofa- con la denuncia de lo que realmente deja la guerra.

El obispo dice que cuando vuelvan «nuestros jóvenes no volverán a ser los mismos», ya que «regresarán transformados tras una guerra justa», pero uno de ellos replica: «Ninguno de nosotros es el mismo/ George perdió las dos piernas, Billy quedó ciego/ el pobre Jim murió de un tiro en el pulmón/y Bert tiene sífilis».

En los capítulos dedicados a las dos guerras mundiales, Sartorius opta por dejar de lado a los poetas que las glorificaron, al igual que omite deliberadamente, lo advierte en el prólogo, a los poetas que pusieron su obra al servicio del nacionalsocialismo.

No ocurre lo mismo con la poesía relacionada con la Unión Soviética y el comunismo en general, puesto que en el libro conviven poetas disidentes que fueron perseguidos por el estalinismo con otros que, sobre todo al comienzo, glorificaron la utopía marxista-leninista, en la que veían una promesa para la humanidad.

Entre las glorificaciones de la Unión Soviética, cabe destacar la que hace el cubano Nicolás Guillén, que sería de algún modo uno de los poetas oficiales de la revolución cubana.

Un caso de ironía trágica es el de Vladimir Majakovski, que celebró el advenimiento de la revolución para luego caer en desgracia y terminar suicidándose dándole «la palabra al camarada Mauser», según una frase que se le atribuye.

El prólogo arranca precisamente constatando la situación contradictoria que vivió la poesía, y el arte en general, frente a la utopía comunista.

La primera imagen es la del músico Hans Werner Henze que, según cuenta en su diario, durante una visita a Cuba, cuando un soldado de la revolución puso su ametralladora encima de su partitura, deseó que en esta última quedase una mancha de aceite.

Era el arte, dice Sartorius, que buscaba la bendición de la revolución. El idilio terminaría a más tardar, agrega, cuando Fidel Castro hace encarcelar al poeta Heberto Padilla e insulta a los intelectuales occidentales que se solidarizan con él. EFE

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