El imaginario ‘picassiano’ que alumbró al Guernica llega a Brasil

Sao Paulo, 22 mar (EFE).- Recortados sobre el lienzo negro que domina la sala, los diminutos ojos de un caballo blanco se clavan en el techo, mientras el puñal que tiene por lengua trata de abrirse camino entre los dientes. Es un grito de dolor desesperado y uno de los esbozos de una pieza clave en la historia del arte: el Guernica.

Así comienza «Picasso y a la modernidad española«, una muestra con 90 obras del Museo de Arte Reina Sofía, de Madrid, que propone, a partir del próximo miércoles en el Centro Cultural Banco do Brasil de Sao Paulo un recorrido por los fundamentos artísticos que permitieron desembocar en el arte moderno.

Junto al caballo blanco, metáfora del pueblo que sufre, aparecen los trasuntos del artista: minotauros exultantes, altivos, vencidos y exhaustos, corceles agredidos y mujeres torero, que completan el imaginario del que se sirvió Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) para representar la tragedia y el dolor universal.

Una iconografía que ya le es familiar a la ciudad que la acoge, ya que, como explicó hoy durante la presentación Eugenio Carmona, comisario de la exhibición, el Guernica estuvo en la mayor ciudad latinoamericana durante la segunda Bienal en 1953 y, gracias a ello, «el arte español pudo volver a ser reconocido».

Pero más allá del Guernica, la exposición clama, en palabras de Carmona, que «la modernidad artística se puede vivir de muchas maneras» y el genio malagueño, «artista del drama y del goce», fue el ejemplo perfecto.

Desde el éxito de su primera exposición, en 1901, hasta el compromiso político de sus últimas obras, Picasso nunca renunció a innovar, primero con los períodos azul y rosa, después con el revolucionario cubismo y el «collage», para volver a un clasicismo modernizado o incluso abrazar el surrealismo.

«Picasso no diferencia entre trabajar y desear; para él, el trabajo es vivir», aseguró Carmona antes de señalar la recurrente presencia de la modelo en las obras del pintor español.

Picasso consideraba que el deseo y la presencia femenina movían el arte y, por eso, los retratos de las amantes que presiden la muestra conforman una ruta por el proceso de creación.

La primera, como prototipo de la investigación cubista, la geometría, la figuración y la abstracción; las otras dos, como culminación de «lo picassiano».

Con todo, la complejidad del universo psicológico del pintor contrasta con la imagen que le gustaba dar de sí mismo.

«Picasso es alguien que sabe mucho y no quiere que se le note», apuntó Carmona mientras recordaba las decenas de fotografías de Picasso en la playa, con pantalón corto y «friendo huevos para parecer un salvaje».

«La última obra de Picasso es él mismo», exclamó el curador, quien recordó que «con 80 años Picasso aparecía en todas las revistas y medios de comunicación como el símbolo de la creatividad y de la vitalidad». Y es que, como dijo el propio pintor: «La juventud no tiene edad».

Además, el arte «picassiano» nunca dejó de lado el pasado, sino que intentó aunar la novedad con los grandes maestros, una característica que a menudo lo diferenció de sus contemporáneos y que la muestra no duda en explotar.

Por eso, al lado de Picasso, pinturas de Juan Gris, Salvador Dalí, Antoni Tàpies o Joan Miró dialogan con esculturas de Julio González y Pablo Gargallo e incluso con un móvil de Ángel Ferrant. Un horizonte artístico que apunta en una dirección: la del abismo que se abre tras el fin de la modernidad.

La exposición, que estará en cartel hasta el próximo 8 de junio y después se trasladará a la vecina Río de Janeiro, fue patrocinada por Banco do Brasil y la Fundación Mapfre. EFE

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