Carla Guelfenbein: El material de los escritores son sus fracturas

Carla Guelfenbein, escritora chilena y ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2015. Foto de Marcelo Segura.

A Quito llegó agotada, después de recorrer los países más grandes que integran el mundo de la lengua castellana. Carla Guelfenbein, la ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2015, es una escritora dotada de un sutil refinamiento y una enorme capacidad expresiva.

Quizá por eso, en la presentación de su novela en la Librería Mr. Books, cautivó al público con respuestas precisas y caracterizadas de una intensa carga metafórica. En Guelfenbein, narradora chilena, la palabra es mucho más que la unión de fonemas. Es la evocación de una imagen soñada y adivinada como una epifania.

Carlos Arcos Cabrera, uno de los grandes novelistas contemporáneos del Ecuador, fue quién presentó ‘Contigo en la distancia’ (Alfaguara, 2015) y a su autora. Se trata de una novela de ‘suspense literario’, según el jurado del premio que estuvo presidido por el prestigioso escritor español Javier Cercas.

Luego de los aplausos, las copas de vino y las firmas de las dedicatorias tuvimos la oportunidad de conversar extendidamente con Guelfenbein durante la cena.

Ella fue muy clara, la entrevista sería al día siguiente. Esa noche simplemente deseaba charlar sobre Quito, sobre los libros y autores que ella ama y que Arcos Cabrera ama, contar anécdotas y reír. Así es como conocimos el lado humano de Guelfenbein que, en realidad, no deja de ser profundamente literario.

Al día siguiente se realizó la entrevista en la cafetería de un hotel de la ciudad. A continuación el pensamiento de la autora de ‘Contigo en la distancia’.

Carla, a partir de tu novela, ¿piensas a la escritura como una actividad de alto riesgo?

– Sin duda es una labor de alto riesgo. A pesar de que, en mi caso, no es una literatura autobiográfica hay una exposición gigantesca. Hay el riesgo de ser arrasado por el mundo exterior, lo cual pone al escritor en una posición de fragilidad y vulnerabilidad porque lo que uno está poniendo en juego es tu ser completo. Entonces estás con el corazón abierto para que simplemente lo arrasen. No hay cómo esconderse. Yo por eso tengo una compasión gigantesca con cualquier persona que haya escrito una novela, porque sé lo difícil que es y la inmensa entrega que se requiere para poder llegar al fin de un proyecto tan grande como es escribir una novela. Pones mucho tiempo de tu vida en eso, mucha emoción, tu ser completo y eso es de alto riesgo.

¿Eso se conecta con la idea que sostienes en la novela sobre la fractura de la cual se sirve el creador?

– Absolutamente. Para conectarse con los personajes lo que hace el creador es conectarse profundamente con sus emociones. De hecho, yo siempre recuerdo una técnica, diseñada por Stanislavski, que usan los actores y que constituye un quiebre en la forma en la cual un actor se aproxima a un texto. Antes el actor lo que hacía era emular las expresiones de los sentimientos, entonces si había que expresar tristeza le daban dibujos que ilustraban el estándar de esa emoción. Stanislavski vio la necesidad de que en el actor la emoción venga desde adentro, de su memoria. Si debe expresar tristeza tiene que acudir a su memoria personal de tristeza. Eso es exactamente lo que hace un escritor. El creador no mira como otros creadores han expresado la tristeza, tiene que ir a buscarla dentro de sí para poder expresarla de la forma única que le es propia. Por lo tanto, uno está en constante relación con la memoria emocional. Nuestro materiales son nuestras fracturas.

Un tema que propone tu novela es la posibilidad de que un matrimonio se destruya a sí mismo con el paso del tiempo.

– Las personas cambian. Por eso me emocioné mucho cuando encontré el título que es ‘Contigo en la distancia’, ya que tiene mucho que ver con todas las formas de distancia. Una de esas formas sucede cuando la pareja ya no se conecta emocionalmente, cuando aquello que les unía desaparece de pronto y es como que cayera un telón: ves muchas cosas que ya no te son familiares. En el caso de esta novela es la relación que Daniel tiene con Vera y luego con Emilia lo que le hace ver de otra manera el mundo. En mi novela los personajes están insatisfechos con lo que tienen y se mueven, se lanzan a buscar algo que no saben lo que es pero se desplazan y asumen los riesgos que aquello implica.

¿Qué es la realidad para Carla Guelfenbein?

– La realidad no es ni de cerca lo que se ve y se puede tocar, eso es parte de la realidad, pero la realidad también es lo que no se ve y, sobre todo, lo que no se dice, lo que no ocurre. Es la suma de las visiones de todos aquellos que participan de esa realidad. En suma, la realidad con erre mayúscula no existe.

¿Cómo concibes la literatura?

– La literatura no está allí para dar las respuestas, en absoluto. Para eso están otras formas de escritura como los ensayos y los libros de autoayuda, que te dicen cómo vivir tu vida. La literatura está para plantear preguntas que sean contemporáneas y mientras más agudas, más exactas, más precisas y más inteligentes, evidentemente que la obra es más profunda. La calidad de las preguntas es la obra literaria. Si en el camino los lectores encuentran respuestas es una gran suerte de ellos. Pero el objetivo último de la literatura no es que los lectores se encuentren a sí mismos. En mi caso, mi objetivo es mostrar lo que yo veo del mundo, pero sin intentar dar a todo aquello una explicación.

En cierto punto tus personajes intentan darle un sentido al dolor. ¿Por qué?

– Es una referencia a la religión. De pronto Daniel entiende cuál es el sentido de la religión. Justamente cuando la racionalidad no es capaz de darle una explicación a aspectos de la existencia o sucesos que le van ocurriendo, el ser humano acude a la espiritualidad, acude a un ser supremo que se supone tiene la respuesta. Un ser supremo que ha decidido eso para tu vida. Es una forma de poder aceptar algo que es inexplicable, inaceptable y doloroso. Endosas la responsabilidad de esos hechos a alguien que sabe más que tú y aunque no lo entiendes te tranquiliza. Yo no soy religiosa, no creo en absoluto que haya un Dios que se haya llevado a mi madre cuando tenía 43 años. Eso siempre va a resultar irracional. Pero entiendo que esa sea una búsqueda del ser humano para darle una explicación a lo inexplicable.

‘Contigo en la distancia’ también se refiere al potencial destructivo de la adversidad.

– El dolor no te hace una mejor persona. Lo más probable es que aflore lo peor de ti, porque estás completamente desprotegido. Las parejas se deterioran gigantescamente ante la adversidad.

Carla Guelfenbein, escritora chilena y ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2015. Foto de Andrés Herrera.
Carla Guelfenbein, escritora chilena y ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2015. Foto de Andrés Herrera.

Dices, en tu novela, que ponerle palabras a ciertas experiencias es como clavar a una mariposa.

– Cuando atrapas en palabras ciertas experiencias dejas fuera otras posibilidades, otras formas de decirlo, otros contenidos profundos. Simplemente la aprisionas en una frase. Cuando atrapas con el lenguaje una epifanía la estás limitando, como a una mariposa en un insectario. En el fondo, hay ocasiones en que la palabra lo que hace es limitar las posibilidades que te da el silencio.

¿El silencio es más poderoso que la palabra?

– Muchas veces el silencio es más poderoso que la palabra. Siempre he buscado que en mis libros lo que no se dice sea tan importante como lo que se dice. Por eso hay una novela mía que se llama ‘El resto es silencio’, que es el último verso del Hamlet de Shakespeare. Creo mucho en el poder del silencio. De hecho en ese libro, que lo van a traer ahora a Ecuador, el personajes divide los silencios en dos tipos: silencios blancos y silencios negros. El silencio negro es ese oscuro, que no se puede atravesar, que detiene la comunicación verbal. El blanco es ese silencio elocuente, ese que no tiene palabras y que ocurre cuando dos seres están juntos y están en perfecta comunión porque se comunican por medio de otros lenguajes: el de las miradas, el del tacto. Una comunicación no verbal y, por lo tanto, no limitada. En los libros que escribo intento reproducir una comunicación entre los silencios blancos y negros.

La intervención de Vera en la poesía de Horacio Infante lo destruye pero luego él se da cuenta que ella solamente disipo errores para que se vea lo esencial de su escritura. ¿Así funcionan los procesos de edición?

– Claro. De hecho, yo me demoré alrededor de cuatro años con esta novela, de esos por lo menos dos fueron de corrección. Parte de la corrección es despojar todo lo que es inútil para que aflore lo que de verdad importa y eso implica borrar diálogos, palabras, adjetivos y párrafos completos. En mi caso, en ese proceso participo únicamente yo. Por otro lado, en esta novela, es la primera vez que incluyo textos de alguien más. Los poemas son de Sebastián Edwards.

En ‘Contigo en la distancia’ sostienes que la memoria se ancla en los lugares para sobrevivir.

– Sí, porque la memoria es visual. Uno no recuerda palabras, sino imágenes. Ese es un principio también de la literatura. Yo les digo a mis alumnos que deben crear imágenes, no discursos. Los discursos son palabras, una tras otra que se leen y luego caen en el olvido. El oficio del escritor consiste en transformar lo que sea en imágenes. Esas imágenes van a permanecer en la memoria del lector. La memoria, entonces, es un lugar.

¿Puedes relatar una imagen que hayas leído y que se impregnó en tu memoria?

– Muchas. Hay una que es todo un pasaje. Es una imagen de ‘El retrato de una dama’ de Henry James, en la que la protagonista Isabel Arche se sienta frente a la chimenea y piensa. Son aproximadamente 35 o 40 páginas en las que ella solo está pensando. Si James no hubiera puesto esa imagen y esas páginas estuvieran en el aire, yo no me acordaría de ese gigantesco monologo interior.

En ‘Contigo en la distancia’ Emilia, sin buscarlo, descubre su origen familiar. ¿Es inevitable la memoria del origen?

– Bueno, yo escribí un libro entero a fin de crear una historia para mi familia. Yo creo que se puede vivir sin historia y sin anclaje, es perfectamente posible. Pero la vida es mucho más completa si sabes tu origen. Eso te permite entender muchas cosas. Yo recuerdo el libro ‘Judíos errantes’, en él Josep Roth explica las diásporas de los judíos desde mucho antes de las guerras mundiales y, en mi opinión, lo más interesante que plantea es que debido a que los judíos no tienen tierra (esto es antes de la creación del Estado de Israel), lo que transmiten de generación en generación es la cultura. Así entendí porque mis padres le daban tanta importancia a la cultura. En el fondo, la memoria del origen es algo mucho más grande que la propia historia y la de nuestros padres, es algo que comienza mucho antes.

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Miguel Molina Díaz

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