El día que España tocó el cielo

Cesc pasó el balón con extrema suavidad, casi a cámara lenta –«no serías nada sin mí», suele bromear a Iniesta cuando lo ve–, Van der Vaart se tiró desesperado para evitar lo inevitable y Stekelenburg, el portero holandés, se preparó para salir en las fotos, mientras Andrés, un joven humilde de Fuentealbilla (Albacete), levantaba su pierna derecha para lograr el gol que colocaba a España en la cima. Desde entonces, 11 de julio del 2010, sigue instalada en la eternidad. Vive sola y en silencio. Nadie se le acerca.

Un estilo reconocido // A Del Bosque le tocó el legado de Luis, el viejo sabio que emprendió una revolución que llevó a España, triste y fatalista, al paraíso. Vicente tocó poco ese legado. Incorporó a Piqué, apostó por Pedro y transformó el balón en objeto de culto. Triunfó una revolución en un país donde los pequeños no servían para jugar a fútbol y donde la furia servía para todo. Con furia se perdía hace más de medio siglo (el cuarto lugar de Brasil–50 con Zarra batiendo a Inglaterra) y con furia no se llegó a ningún lugar. Cuando marcó Iniesta, ya en el inicio del siglo XXI, se olvidaron todas las frustraciones del siglo pasado. Pero el mensaje que dejó España aún perdura. «Al final, el fútbol te lo devuelve todo. Te lo devuelve si trabajas, si crees, si lo sientes, si solo vives para él», declaró Iniesta a este diario, apenas dos horas después de su eterna obra, aún en las entrañas del Soccer City de Johannesburgo. El templo de la gloria. España le hizo un favor al fútbol.

El fútbol fue justo con la selección y con Iniesta, el héroe menos pensado de la final. Le correspondería ese honor al pie providencial y mágico de Casillas –aún hoy cuesta creer cómo Robben no marcó ese gol–, pero el destino le tenía reservado un lugar a Iniesta. Y, de paso, a Dani Jarque, el central del Espanyol, su amigo fallecido trágicamente. «Cesc me pasa de maravilla la pelota porque lo hace muy rápido. Me la da perfecta. Rasa y bien. Cuando yo la controlo, noto el silencio en el estadio. Sí, parece extraño. Pero lo percibí. ¿Es posible oír el silencio con casi 100.000 personas? Sí, yo lo oí. Pareció que se paraba todo el mundo, como si se hubiera quedado congelado. Al hacer el control, se me quedó botando la pelota y perfecta para tirar. Yo ya sabía que iba a entrar. ¿Por qué? No sé explicarlo, pero lo sabía». Y entró la pelota de Iniesta en un disparo que cambió la historia de todo un país. Desde entonces, ya no existe la furia. Solo el fútbol, el estilo, el balón… H

Fuente: El Periódico Mediterraneo

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