Conquista de la zona petrolera agudiza la guerra y la división política libia

Foto de Archivo: La República.

La conquista de puertos petroleros de Ras Lanuf y Sidrá abren un nuevo escenario de conflicto entre el este y el oeste de Libia, en el que parece cobrar ventaja el general Jalifa Hafter frente a las milicias de Misrata y el gobierno de unidad que apoya la ONU.

Astuto y ladino, Hafter, antiguo miembro de la cúpula militar que aupó al poder a Muamar al Gadafi y principal fuente de poder en el este del país, ha sabido aprovechar la cruenta ofensiva contra los yihadistas en la ciudad costera de Sirte para asestar un estratégico golpe a sus enemigos.

Ras Lanuf y Sidrá, junto a los puertos de Al Zueitina y Al Bariqa, forman parte el llamado «Al Hilal al Nafti» (el creciente petrolero), un área asomada a la costa y al desierto en el que se concentran las principales instalaciones petroleras

«El gobierno de unidad esperaba la victoria sobre los terroristas en Sirte para asentar su poder. Pero Hafter ha sido más listo. Ahora está en una posición de fuerza» de cara a una eventual negociación, explica a Efe el ex diputado Naser Seklani.

Bajo control de la rama libia del grupo yihadista Estado Islámico desde febrero de 2015, el asedio a Sirte -ciudad natal de Al Gadafi- comenzó en junio de este año con ayuda de Estados Unidos y el Reino Unido y todavía no ha concluido.

Alrededor de 200 fanáticos religiosos resisten aún en su corazón urbano, fuertemente armados, los embates de la alianza de milicias formada en torno al llamado gobierno de unidad en Trípoli y liderada por la poderosa ciudad de Misrata.

A ella se sumaron otras milicias del oeste y el sur del país, y a última hora, y forzado por el devenir del conflicto armado, Ibrahim Jidhram, señor de la guerra y jefe de la milicia «Protección de las Instalaciones Petroleras», fuertemente implantada en el «creciente petrolero».

Jidhram -rival de Hafter- repelió en enero una ofensiva de los yihadistas de Sirte contra Ras Lanuf y Sidrá, pero no ha podido frenar las ambiciones del general, al que apoyan tanto Rusia como Egipto, Arabia Saudí y de manera más secreta sectores de Francia y Estados Unidos.

El controvertido oficial, que en la década de los pasados ochenta fue reclutado por la CIA y se convirtió en el principal opositor en el exilio, ha conquistado, asimismo, la ciudad de Ben Jawad, a escasos cien kilómetros de Sirte, donde sus antagonistas de Misrata planean establecer un gobierno militar.

«Misrata y Hafter se odian. Hafter quiere todo el poder y los de Misrata no están dispuestos a cedérselo a alguien a quien consideran un criminal de guerra. Hay muchas opciones de que la guerra civil se recrudezca», explica un diplomático europeo destinado en Trípoli.

Además de privar al llamado gobierno de unidad apoyado por la ONU de unos recursos económicos esenciales para sobrevivir, la toma de Ras Lanuf y Sidrá supone la entrada de una nueva y decisiva variante en el tablero político, en el que Hafter también es protagonista principal.

El general regresó a Libia al frente de un puñado de hombres en marzo de 2011, en el arranque del alzamiento contra Al Gadafi, y escaló entre los rebeldes de Bengasi hasta ser nombrado en 2014 jefe del Ejército libio fiel al gobierno de Tobruk, el reconocido por la comunidad internacional.

En mayo de ese mismo año, Hafter lanzó una fallida ofensiva para reconquistar Bengasi -en manos todavía de las milicias afines al desaparecido gobierno islamista en Trípoli- y se declaró en contra del plan de reconciliación trazado por la ONU.

Sus diputados afines rechazaron el Acuerdo Nacional libio firmado en diciembre, que autorizaba la formación del gobierno de unidad pero incluía también una cláusula que permitía apartar el poder al propio Hafter.

Y han impedido desde entonces que ese gabinete presidido por Mohamad Fayez al Serraj haya logrado en el Parlamento de Tobruk la la confianza que necesita para gobernar y extender su legitimidad a todo el país.

Aunque tanto Al Serraj como el presidente del Parlamento, Aqilah Saleh, creen que existen un resquicio en la Constitución para presentar un nuevo gabinete, lo cierto es que muchos, incluso en el seno de la propia ONU, creen que el actual plan de reconciliación está exangüe.

Máxime tras la victoria militar de las poderosas milicias de Misrata -que tratarán de imponer su agenda al gobierno de unidad tras pagar en sangre el precio de la liberación de Sirte-, y el avance de Hafter en el este.

«Preocupado por las informaciones sobre enfrentamientos en la bahía del petróleo. Esto solo añadirá divisiones y más restricción a las exportaciones de petróleo. El petróleo pertenece a todos los libios», decía el domingo el propio enviado especial de la ONU a Libia, Martin Kobler.

«Los conflictos solo pueden resolverse a través del diálogo, sin violencia. Llamo a todas las partes a sentarse. Una Libia unida necesita un Ejército unido», añadía con evidente pesimismo. EFE (I)

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