El cine latino enamora en Tribeca

Escena de "El beso"

Una pequeña joya documental en blanco y negro titulada «Las luces», con acento argentino, y un divertido, ágil y emocionante «sketch» sentimental titulado «El beso», venido desde México, son las propuestas del cine latino joven en modo de cortometraje para la 14 edición del Festival de Tribeca.

Carlos G. Dávila, nacido en Monterrey en 1983 y curtido en el mundo audiovisual a través de la publicidad, se atrevió a dar el salto a la dirección cuando se enamoró de una pieza teatral de Mark Harvey Levine.

Se llamaba «The Kiss (El beso)» y en apenas unos minutos exploraba de la risa al llanto esa fina línea entre el amor y la amistad.

«Es un mensaje universal con el que todos nos identificamos. En muchas amistades llega ese punto de intimidad que es fácil confundir con la atracción», explica a Efe su autor, que reconoce que se plegó a la brillantez y dinamismo del texto y a la dirección de actores.

El actor protagonista, Rob Cavazos, fue el que le presentó el texto y Ana González Bello es la encargada de darle la réplica. Todo comienza cuando él le pide a su mejor amiga, ella, que le permita darle un beso para hacer un juicio objetivo y honesto sobre su calidad como «besador».

A partir de ahí, se detonan las inseguridades, los orgullos y los anhelos de un entendimiento perfecto que no sabe si le asusta pensar que pueda ser amor o le frustra la certeza de que no hay pasión.

Dávila trae, así, un mensaje que se desliga de las temáticas que más atraen cuando se piensa en cine mexicano. «Todas las películas son sobre desigualdad social, narcotráfico, corrupción…», asegura quien, por otro lado, reconoce que como espectador tiende al cine más serio, pero como creador se va hacia la ligereza con ingenio que ha paseado por un sinfín de festivales.

«Las luces», de Manuel Abramovich y Juan Manuel Renau, también escapa de las imágenes más clásicas de la realidad argentina, conocida por su dinamismo y su verborrea, y se detiene a contemplar a un padre y a un hijo, Jorge y Jorgito Gervasi, en su esmerado trabajo por instalar un barroco alumbrado de Navidad austral en un edificio.

Con esa realidad cargada de magia y con la opción estética del blanco y negro, el corto se sitúa premeditadamente en un «terreno confuso y ambiguo entre el documental y la ficción», según explica Abramovich a Efe.

Los dos directores, porteños menores de 30 años, encontraron su peculiar historia en el pueblo de Montecaseros, en Corrientes, y sintieron una conexión con aquel trabajo artesano de alguna manera les generaba una fuerte identificación.

«Jorge y Jorgito trabajan con luz para depositar sus deseos y su creación, como nosotros. Y de igual manera sienten esa tensión a la hora de mostrar su obra y verla a través de la mirada del otro», dice el joven realizador.

Y así, ese juego de «Las luces» acaba creando como dos espejos enfrentados: el de los que miran dentro y los que miran fuera de la pantalla. «Me gusta que se genere en el espectador un tipo de sensación: negativa, positiva, incomodidad, angustia o felicidad. Pero generar algo en la persona que está mirando», concluye. EFE (E)

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