Lalo Guerrero, cien años del padre de la música chicana

Lalo Guerrero, cien años del padre de la música chicana.

Si la música chicana fuera como la Roma imperial, entonces todos sus caminos llevarían hasta Lalo Guerrero, el gran padre de los sonidos chicanos que este sábado habría cumplido cien años.

Músico abnegado y abierto a cruzar todos los ritmos latinos imaginables con las nuevas modas estadounidenses como el rock, Lalo Guerrero (1916-2005) experimentó en carne propia las contradicciones de pertenecer a una familia de origen mexicano que vivía en un país que no era el suyo, lo que le llevó a defender a lo largo de su carrera los derechos y la cultura de chicanos e inmigrantes.

«Yo soy chicano, señores. Nací al lado americano. Para México soy pocho, no me aceptan mis hermanos. Los güeros me discriminan como si fuera extranjero, a pesar de que esta tierra fue de México primero. Este país es mi tierra, México es la de mis padres, pero la sangre que llevo es la de Benito Juárez», cantó Guerrero en «El Chicano», uno de sus temas más emblemáticos.

Eduardo «Lalo» Guerrero nació en la Nochebuena de 1916 en Tucson (Arizona) y fue su madre, Concepción Aguilar, quien le enseñó a tocar la guitarra y cantar dentro de un ambiente cien por cien latino.

«Vivíamos en la parte suroeste de la ciudad y los güeros (los blancos) vivían en el noreste, al otro lado de las vías (…). Estábamos tan segregados que nunca supe que era parte de una minoría hasta que fui al instituto», recordó el artista en su autobiografía «Lalo, my life and music» (2002).

Desde pequeño, viendo musicales en el cine y escuchando los éxitos de las canciones norteñas, soñó con ser una estrella del mundo del espectáculo, y sus primeros pasos los dio en Tucson con Los Carlistas, un improbable nombre para un conjunto chicano tomado del movimiento político del siglo XIX en España que defendía los derechos al trono de Carlos María Isidro de Borbón.

En los años 40 y 50, Guerrero se echó a la carretera para recorrer los cafés y salas baile de las ciudades fronterizas, aunque fue en Los Ángeles donde encontró un entorno ideal para sus canciones en clubes como El Sombrero, El Babalú, La Bamba o La Casa Olvera.

«La escena musical latina en Los Ángeles tras la guerra era muy emocionante y diversa (…). Los clubes estaban llenos casi cada noche», escribió Guerrero, cuyos temas, muchas veces compuestos en inglés y español, mezclaron con el tiempo corridos, música norteña, swing, bolero, mambo y los primeros coletazos del rock.

Muchas de sus canciones eran humorísticas y satíricas, como «Marihuana Boogie», «There’s No Tortillas», la parodia de un Elvis hispano en «Elvis Pérez», «Pancho Claus», dedicada al «primo mexicano» de Santa Claus, o la popular serie de discos infantiles de Las Ardillitas.

Pero Lalo Guerrero también tenía una vertiente más seria o reflexiva, como la de «Canción Mexicana», «No Chicanos on TV», sobre la falta de personajes latinos en la pequeña pantalla, o el «Corrido de Delano», esta última surgida de su apoyo a la Unión de Campesinos (UFW) y la lucha sindical de César Chávez y Dolores Huerta en los años 60.

«Los cambios reales en la sociedad llegaban muy lentamente, pero estábamos preparados para escuchar a César cuando apareció en escena. Su lema era ‘Sí, se puede’. Nos mostró lo que podíamos hacer si estábamos unidos. Empezamos a oír hablar acerca del ‘poder latino’ (brown power) y ‘la raza'», rememoró.

Con el paso del tiempo, la figura de Lalo Guerrero ganó peso y fue objeto de reivindicación por parte de nuevos artistas de focos creativos como East Los Ángeles que le consideraban un auténtico pionero.

Como muestra, Los Lobos grabaron con Guerrero el disco «Papa’s Dream» (1995) y Ry Cooder contó con él en el álbum «Chavez Ravine» (2005) para versionar el tema «Barrio Viejo».

No obstante, la cima de su reconocimiento fue la Medalla Nacional de las Artes que recibió de la mano del presidente Bill Clinton en 1997, un hecho que le marcó profundamente tal y como dejó escrito en su autobiografía.

«¡Fue la primera vez en mi vida en la que realmente me sentí estadounidense! Sabía que lo era porque nací en este país pero nunca me sentí tal. Me sentía un mexicano que por azar nació en EE.UU. Pero sentado en el escenario de ese bonito salón con la medalla al cuello, pensé: ‘Finalmente lo logré. Soy realmente estadounidense’. Y fue un sensación increíblemente bella», afirmó. EFE (I)

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