Gardel vuelve a la Gran Manzana

Nueva York, 12 jul (EFE).- Nadie como él supo interpretar mejor el tango, un artista seductor y hecho a sí mismo que, como tantos otros, se dejó seducir por la magia de Nueva York, una ciudad que ahora le rinde homenaje con una exposición en la que recuerda su paso por la Gran Manzana, donde grabó varios de sus grandes éxitos y desde la que le cantó alguna vez a su Buenos Aires querido.

«Más allá del canto y el cine, de lo buen mozo y elegante que era, (Carlos) Gardel cautiva porque es un modelo que tiene que ver con el éxito logrado a través del esfuerzo personal, un músico que surgió de la nada y que aprendió a cantar y a tocar la guitarra solo», dijo hoy a Efe Micaela Patania, comisaria de la muestra «Gardel in New York», durante un recorrido antes de su inauguración.

Casi medio centenar de fotografías, documentos e imágenes de objetos que pertenecieron al «rey del tango» y que forman parte de la colección Gardel-Defino, como su relicario, su inseparable anillo de oro y otras curiosidades como las fichas de un curso de inglés que llevaba en su última gira latinoamericana y que aparecieron entre sus pertenencias tras el fatal accidente de Medellín.

Quienes paseen por la sala del Consulado argentino habilitada para la muestra, amenizada con la música de fondo de los temas que grabó en Nueva York, podrán disfrutar desde un posado de Gardel en el apartamento donde vivió en la Gran Manzana hasta uno de los telegramas que mandó a Buenos Aires a su amigo Tito Lusiardo, el actor que apareció en dos de sus películas «neoyorquinas».

En los estudios de la Paramount en Long Island, Gardel rodó las que serían sus últimas cintas, dos de ellas estrenadas tras su trágica muerte. Primero «Cuesta abajo» en la que cantó el legendario «Mi Buenos Aires querido» del maestro Le Pera, después «El tango de Broadway», le siguió «El día que me quieras» en la que apareció otro de sus himnos, «Volver», y por último, la comedia «Tango Bar».

Gardel había desembarcado por primera vez a finales de 1933 en el Muelle 57, a orillas del Hudson, la puerta de entrada de tantos otros forasteros a la gran ciudad, donde se instaló los primeros meses en el Waldorf Astoria, antes de mudarse al edificio Beaux Arts de la calle 44, cerca de la zona donde hoy está Naciones Unidas, y otra estancia posterior en el hotel Middeltowne de la calle 48.

A principios de los años treinta era ya un artista consagrado que había grabado infinidad de temas y varias películas, pero también un desconocido para el público anglosajón, según su biógrafo Arturo Yépez, que recuerda que fue entonces cuando la Paramount le ofreció renovar contrato para convertirlo en un «latin lover » y reemplazar a Rodolfo Valentino. Pero, a cambio, tenía que aprender inglés.

«Hijo de madre soltera y humilde, fue de esas personas que supieron superar las condiciones trágicas de su origen para alcanzar el éxito y morir en la cúspide, de ahí el mito», explica Patania, que también ha reunido en la exposición obras de algunos artistas argentinos para homenajear al «Zorzal criollo», como Marta Minujin o Marino Santa Maria, dos de los pilares del arte pop argentino.

La comisaria de la exposición, que podrá verse hasta el 26 de julio, recuerda una de las muchas anécdotas de su paso por la ciudad de los rascacielos, cuando el estreno de su cinta «Cuesta abajo» en el verano de 1934 tuvo que retrasarse varias horas por la aglomeración de personas que se acercaron hasta el teatro Campoamor del barrio de Harlem para ver a su ídolo.

Gardel no se entiende sin su «Mi Buenos Aires querido» pero pocos saben que el «Morocho del Abasto» se lo cantó por primera vez a sus compatriotas un 17 de agosto de 1934 desde los estudios de la NBC de Nueva York durante una conexión en directo con Radio Splendid de la capital argentina, «un hito musical totalmente inaudito y novedoso» para la época, según Patania.

«No soy yo el que triunfa, es nuestro tango el que se impone. Nueva York aplaude nuestras películas y nuestras canciones. Hago todo esto pensando en un próximo gran futuro de nuestra cinematografía. Haré muchas películas más, hasta algunas en inglés. ¡Quién dijo miedo!», se oye decir a Gardel en esa grabación dirigida a sus «lejanos y queridos compatriotas».

Con el contrato ya firmado y deseoso de volver a Nueva York para seguir haciendo cine, se embarcó en la que sería su última gira latinoamericana que concluyó de manera abrupta un fatídico 24 de junio de 1935, cuando su vida se apagó para siempre en una pista de aterrizaje de Medellín. No así su voz, porque como saben bien los «gardelianos», Carlitos «cada día canta mejor». EFE

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