Ingrid Bergman, un talento centenario

Ingrid Bergman. FOto de Archivo, La República.

Hace cien años, un día como hoy, nacía en Estocolmo la gran Ingrid Bergman, una de las actrices con mayor talento que ha dado el cine y con una vida digna de la mejor película.

Tras perder a su madre cuando tenía tres años y a su padre a los 12, Ingrid Bergman se crió primero con una tía, que también falleció pronto, y con un tío, hasta que se casó a los 22 años con el dentista Peter Lindstrom.

Una edad a la que ya era una actriz respetada en Suecia por sus trabajos en el teatro y su formación en la prestigiosa Royal Dramatic Theater School de Estocolmo, la misma en la que años antes había estudiado Greta Garbo.

Bergman debutó en el cine con 17 años en un pequeño papel en «Landskamp» pero el gran impulso de su carrera vino con la primera de sus siete colaboraciones con el director Gustaf Molander.

«Swedenhielms» (1935) y «Pà solsidan» (1936) fueron los dos primeros filmes que hicieron juntos, pero fue «Intermezzo» (1936) el que la consagró en su país y el que le dio la oportunidad de dar el salto a Hollywood.

La actriz llamó la atención del superpoderoso productor David O’Selznick quien la contrató para hacer un «remake» de ese filme, que fue un tremendo éxito.

En la siguiente década no paró de trabajar y protagonizó trece largometrajes, gran parte de los cuales forman parte de los clásicos más importantes de la historia del cine, convirtiéndose en una de las grandes estrellas de la época.

Uno de los más recordados, pese a que han transcurrido más de 70 años de su estreno, es «Casablanca», que aunque no es la mejor película de su carrera es, sin duda, la más popular.

A «Casablanca» le siguieron «For Whom the Bell Tolls» (1943), que supuso su primera nominación al Óscar por su interpretación de la revolucionaria española María, junto a Gary Cooper, y «Gaslight» (1944), segunda candidatura y primera estatuilla.

Al año siguiente volvería a optar al Óscar, aunque no lo consiguió, por su dulce monja de «The Bells of St. Mary’s» (1945).

Ese mismo año fue el de su primera colaboración con Alfred Hitchcock, otro de los directores importantes de su carrera.

«Spellbound» fue el inicio de una colaboración que seguiría con la brillante «Notorius» (1946), junto al que sería uno de sus grandes amigos, Cary Grant, y que se cerraría con «Under Capricorn» (1949) -entre medio fue de nuevo nominada al Óscar por «Joan of Arc» (1948)-.

Hitchcock era «un adorable genio» en palabras de la actriz, que le rindió un cálido homenaje en 1979 cuando se encargó de presentar el premio a una carrera que le concedió el American Film Institute.

«Cuando rodábamos ‘Spellbound’ en 1945, le dije ‘no creo que pueda dar esa emoción’ y tú me dijiste: ‘Ingrid, finge’. Hitch, es el mejor consejo que me han dado nunca», explicó entre las risas de la audiencia.

Junto al mago del suspense el tercer director que marcaría no solo su carrera, sino también su vida, fue el italiano Roberto Rossellini.

La actriz vio «Roma, città aperta» (1945) y en 1948 envió al realizador italiano una carta que forma ya parte de la leyenda.

«He visto sus filmes ‘Roma, città aperta’ y ‘Paisà’ y me han encantado. Si necesita a una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado el alemán, que no es muy entendible en francés y que en italiano solo sabe decir ‘ti amo’, estoy lista para ir y hacer una película con usted», escribió Bergman.

Seis películas y tres hijos fueron el resultado de una relación que supuso un enorme escándalo para la época porque ambos estaban casados y la actriz abandonó a su marido e hija -Pía- por Rossellini.

«Stromboli», «Europa 51» y «Viaggio in Italia» fueron los tres trabajos más destacados de esa unión antes de que la actriz regresara a Hollywood, primero con la película «Anastasia» (1956, quinta nominación y segundo Óscar) y después en persona, en 1959 para presentar el premio a la mejor película.

«He pasado de santa a puta y santa de nuevo, todo en una vida», dijo la actriz con humor tras ser recibida con una profunda ovación.

Pero su regreso a Hollywood no se saldó con buenos títulos. Ni siquiera por el que ganó su tercer Óscar, «Muder on the Orient Express». Su mejor película de su última época fue sueca y junto al maestro Ingmar Bergman, «Autumn Sonata» (1978).

Tras ella, cerró su brillante carrera con un gran trabajo televisivo, el de la que fuera primera ministra de Israel Golda Meir. Llevaba años luchando contra un cáncer de pecho, que acabó con su vida en Londres, el día en que cumplía 67 años. EFE

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