Cadena perpetua para Anders Breivik por masacre en Noruega

Copenhague, (EFE).- La condena a cadena perpetua al ultraderechista Anders Behring Breivik dictada el pasado 24 de agosto por un tribunal de Oslo, cerró el largo proceso iniciado un año antes, tras los atentados en Noruega en los que murieron 77 personas en julio de 2011.

Cuatro meses después del comienzo del mayor proceso legal en la historia de ese país escandinavo, el tribunal condenó al extremista noruego, de 33 años, al castigo máximo: custodia de 21 años, una figura legal equivalente a una cadena perpetua, ya que una vez cumplida la pena inicial, se puede prolongar indefinidamente.

El tribunal consideró que Breivik no es un enfermo mental, ni se encontraba en estado psicótico en el momento de cometer los atentados, por lo que no puede ser enviado a un psiquiátrico, sino que es «un fanático extremista» y que sus ideas adquieren sentido en el contexto político de ultraderecha en el que se inscriben.

La sentencia unánime supuso un varapalo para la Fiscalía, que apoyada en el primer informe psiquiátrico que se le hizo a Breivik, había solicitado su ingreso de por vida en una institución mental.

Fue un triunfo para el segundo equipo de psiquiatras que le examinó, y que concluyó con un diagnóstico opuesto; y para Breivik, que exigía ser considerado un activista político e ir a la cárcel en caso de no ser absuelto, su petición inicial, pues según él, actuó en defensa de su pueblo, amenazado por la «islamización».

La responsabilidad penal de Breivik fue la cuestión central del juicio, ya que nunca negó la autoría de los atentados desde que fue detenido el 22 de julio de 2011, minutos después de cometer una matanza en el campamento de las Juventudes Laboristas en la isla de Utøya, al oeste de la capital, en la que murieron 69 personas.

Allí se trasladó en coche después de haber hecho explotar una furgoneta bomba en el complejo gubernamental de Høyblokka, en el centro de Oslo, que causo otros ocho muertos.

A lo largo de diez semanas declararon ante el tribunal más de un centenar de testigos, desde policías y supervivientes a familiares, psiquiatras, expertos en los movimientos de extrema derecha o activistas, con el objetivo de reconstruir los hechos y sobre todo de ayudar a determinar el estado mental del acusado.

Breivik se mostró comedido, salvo algún leve enfrentamiento con los fiscales, y elaboró un discurso extremo pero razonado, a pesar de algunos elementos controvertidos de su historia, como la existencia de una red de caballeros templarios, el motivo de sus viajes a Liberia y a Londres o su obsesión por los juegos bélicos.

No se moderó en cambio al exponer su discurso y justificar los atentados como castigo a la socialdemocracia, que tradicionalmente ha ostentado el poder, por «traicionar» al país «importando» musulmanes; además de erigirse en salvador de Europa frente al «marxismo cultural».

No solo no se arrepintió, sino que lamentó no haber matado al medio millar de jóvenes que estaba en la isla de Utøya y les comparó con las juventudes hitlerianas ante el horror de familiares y supervivientes que seguían el juicio en directo.

El único momento en que dejó traslucir alguna emoción fue el día de la apertura del proceso, mientras se proyectaba un vídeo propagandístico realizado por él mismo y que le hizo llorar.

Pero se mostró indiferente a los duros relatos de los supervivientes de Utøya, que pusieron palabras a una tragedia nacional sin precedente que ha provocado masivas manifestaciones de duelo, aunque también en defensa de la democracia y la diversidad.

El juicio a Breivik ha sido único también por su dimensión: se reformó el interior de los juzgados y se habilitó una planta entera para el proceso, que las víctimas también pudieron seguir en 17 dependencias judiciales por todo el país. EFE

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