Un remanente del sistema gadafista, principal escollo para la paz en Libia

Libia

El 19 de marzo de 2011, en pleno avance del Ejército libio, cazabombarderos franceses bajo el mandato de la OTAN iniciaron una intervención militar que cambió la suerte del alzamiento contra la dictadura de Muamar Gadafi y, por extensión, el futuro del norte de África.

Cuatro años después, la ONU trata, sin éxito, de reparar las consecuencias de una acción bélica que contribuyó a convertir el país en un estado fallido, víctima de la guerra civil, en el que dos gobiernos, uno rebelde en Trípoli y otro reconocido por la comunidad internacional en Tobruk, luchan por hacerse con el control.

En medio, grupos yihadistas como la rama libia de la organización Estado Islámico (EI) o Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) aprovechan la situación para consolidar su amenaza y extender su brazo hacia países vecinos como Túnez y Argelia.

«La comunidad internacional causó el problema al intervenir sin que hubiera un plan para el día después, y desde entonces no ha sabido entender el problema libio», explica a Efe un diplomático tunecino cercano al proceso de paz.

«Tal y como está planteada, esta negociación no tiene salida. Ya no es una cuestión política, ahora es un enredo militar difícil de resolver por la injerencia de terceros países», advierte el diplomático, que prefiere no ser identificado.

Tobruk y Trípoli negocian infructuosamente desde hace meses bajo los auspicios del enviado especial de la ONU, Bernardino León, quien ha presentado cinco planes de paz, todos ellos sostenidos en la idea de formar un ente transitorio de unidad nacional que convoque nuevas elecciones.

Ambos contendientes parecen decididos a entenderse políticamente, más allá de ciertos flecos; incluso a repartirse las esenciales explotaciones petroleras.

Pero colisionan en el terreno militar, y en particular en el papel de un hombre que supone, a día de hoy, el principal escollo para la paz: el general Jalifa Hafter, jefe de las Fuerzas Armadas leales a Tobruk.

Hafter, de 72 años, es un personaje oscuro vinculado a la sombra que se ha cernido sobre Libia desde que en 1969 Gadafi diera un incruento golpe de estado en el que el propio general participó.

Considerado un héroe de guerra en la década de los setenta, diez años después habitaba, sin embargo, en una casa cercana a la base de la CIA en Langley (EEUU), convertido en uno de sus principales líderes en el exilio.

Prendida la revuelta de 2011, Hafter retornó a su país a través de la frontera con Egipto, sumó sus fuerzas al marasmo de milicias sublevadas y cabildeó hasta convertirse en el jefe militar del gobierno en Tobruk.

Todo ello de la mano de los servicios secretos de Egipto, Arabia Saudí y Jordania, países que le dan apoyo político y económico y sobre todo armas, pese al embargo internacional sobre el país.

Con ellas, en mayo de 2014 emprendió la llamada ofensiva «Dignidad», cuyo objetivo era arrebatar a las milicias afines a Trípoli el control de la ciudad de Bengasi y decantar así el proceso de diálogo en favor de Tobruk.

La urbe es hoy una ciudad asediada, hundida en un profundo drama humanitario, en la que no solo luchan los dos gobiernos, también lo hacen los distintos grupos yihadistas.

«Hafter es el problema. Trípoli puede aceptar la unión con Tobruk, pero jamás aceptará un mando único bajo control de Hafter, como pretenden el gobierno reconocido y sus aliados, en especial Egipto», explica a Efe un diplomático europeo próximo a la negociación.

«Debemos entender esto, hallar una solución imaginativa, porque de lo contrario seguiremos encallados», agrega la fuente, que prefiere no ser identificada.

Algunos de los miembros del Parlamento reconocido empiezan a sumarse a esta tesis.

Según el diario digital «Libya Herald», al menos cuatro de sus diputados han enviado una carta a León en la que le advierten de que Hafter «no debe tener papel alguno en Libia una vez que se alcance el gobierno de consenso nacional».

«Es una fuente potencial de conflicto grave y debe ser borrada», explican en una carta divulgada este domingo por diario «Libya Herald».

«Su nombramiento como comandante general del Ejército de Libia y la controversia que hay en torno a su figura debe discutirse en la mesa de diálogo. Es el responsable de la mayor parte del conflicto actual en Libia a causa y el principal obstáculo para el proceso de paz», argumentan en la misiva.

Una tesis, refrendada por la milicia «Fajr Libya» -abierta a integrarse en una fuerza conjunta con Tobruk solo si se hace bajo otro mando- que hoy los alcaldes de Trípoli y otras tres ciudades del oeste del país volvieron a poner como condición para retomar un diálogo nuevamente varado. EFE (I)

Más relacionadas