Caracas desde su cloaca

Cloacas de Caracas

Ronaldo -19 años- vacila, toma aire y se zambulle en la gran cloaca que un día fue el próspero río Guaire de Caracas. Palpa el fondo, revisa entre las fétidas piedras y emerge. En sus manos nada de valor, debe repetir una vez y otra más hasta que consiga algo entre las aguas fecales que pueda vender.

Su rutina es la de centenares de jóvenes, y otros no tanto, que desesperados por la crisis del país se han lanzado a las aguas del Guaire, un río al que un día Caracas dio la espalda y convirtió en vertedero para desechos urbanos e industriales. En él buscan algo, lo que sea, que se haya deslizado por los desagües y que aún tenga valor.

«Unos primos me dijeron para trabajar en el Guaire. Yo lo pensaba bastante y decía ‘yo no quiero ir para allá es pura agua de popó'», explica a Efe Ronaldo, cuya madre nunca debió imaginar cuál iba a ser el destino de su hijo cuando decidió ponerle nombre de estrella del fútbol.

Sin embargo, la falta de trabajo y lo escaso del salario mínimo le empujaron al río, le fue bien sacó «una prenda» (pieza de bisutería) y se convenció de que allí podía tener un futuro con el que alimentar a su familia.

«Estas son las cloacas de aguas negras de Caracas y todo lo que se le va a la gente por los drenajes, los lavamanos, la lavadora, todo esa cosa que cae va al río Guaire y uno aquí lo recoge», comenta.

El olor acompaña la breve descripción y se clava en la nariz hasta varios días después de bajar al río, canalizado desde hace décadas y acompañado por el cemento de la autopista Francisco Fajardo durante buena parte de su recorrido.

Cuentan las crónicas coloniales que fue el Guaire, que debía competir con el Manzanares de Madrid por ser el primer río navegable a caballo, una de las razones por las que Caracas se asentó a 900 metros sobre el nivel del mar, pese a tener bien cerca del Caribe.

Fue en el siglo XX cuando se transformó en la gran cloaca y en el XXI en la gran promesa para la capital. En 2005, el entonces presidente Hugo Chávez se comprometió a poner en marcha un proyecto de saneamiento que parece no haber salido nunca del papel.

El drama ambiental de la contaminación no alcanzaría la dimensión que tiene si no se combinara con el humano, la hambruna que puebla Caracas: «La necesidad y la situación del país es lo que ha llevado a uno a meterse ahí. Con todo y eso tengo seis años y a mí todavía me da asco pero no tengo más trabajo ni más recursos a que acudir y con eso mantengo a mi familia», explica Ronaldo.

Junto a él, decenas de jóvenes compiten entre las aguas para obtener un gramo de oro, plata, bronce o cobre en forma de pendiente, cadena para el cuello, medallas u otros ornamentos.

Si consiguen un gramo de oro, aseguran que les pagan entre 130.000 y 200.000 bolívares, entre 23 y 35 dólares según la tasa oficial de cambio, si bien la hiperinflación y la devaluación del bolívar les lleva a variar los precios casi a diario.

Aguas arriba, José, de 22 años, comparte el río con Ronaldo, y también sus esperanzas.

«Me gustaría trabajar en otra cosa, uno sueña con salir de aquí con un sueldo bueno, porque con un sueldo mínimo a la semana, uno se muere de hambre, no alcanza para la cesta básica», asegura el muchacho, que prefiere no dar su apellido y afirma que lleva cuatro años trabajando en el río.

Sin embargo, la crisis, como el agua en su fluir, parece haberse llevado también buena parte de sus sueños y duda cuando se le preguntan por ellos. Le gustaría trabajar «en un puesto», como aquel que tuvo en su primer trabajo en una tienda «de víveres» y donde «el sueldo no se prestaba».

Siguiendo las bateas artesanales montadas por los jóvenes a los que los caraqueños han bautizado con el pretencioso nombre de «mineros del Guaire», aparece un grupo grande, formado por más de medio centenar de personas.

La paradoja de la crisis de Caracas les ubica a la sombra de los edificios que un día se irguieron orgullosos en la capital de un país que competía por ser el más rico de Suramérica y que todavía es el que tiene las mayores reservas probadas de petróleo del mundo.

En el cauce del río, las lógicas son otras. Con una cuerda y entre 30 tratan de encañonar el río varias cuadrillas. A su espalda, dos muchachos con una puerta buscan frenar las aguas negras a esta altura en que la corriente cobra fuerza y parece que puede arrastrar alguna pingüe riqueza.

Como si estuvieran en el salón de la fábrica, se reparten café de un termo y abren las tarteras en que llevan sus almuerzos.

La parada es breve y vuelven a su sitio, parece que es buen día y logran sacar un par de pendientes y una pulsera ennegrecidas por los años que multiplican las esperanzas y el buceo.

Las cámaras no les gustan y refulge algún cuchillo, mejor muestra de que respetar el territorio es sagrado y que cada quien debe permanecer en su zona.

«Una cuadrilla de seis está trabajando en un sitio, consiguen un sitio bueno y no se le pueden meter porque es su zona», explica José, con el cuerpo sarpullido de manchas blancas que parece consecuencia de las innumerables bacterias del río.

Ronaldo, con una huella sobre su ceja que prueba haber conocido bien lo que implica no respetar el territorio se despide: «Quiero conseguir un billete en el Guaire e irme fuera del país».

Entretanto, vuelve a zambullirse en el agua que un día dio vida a Caracas y hoy es testigo de excepción de su decadencia. No ha sido un buen día para este minero. EFE

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