No se indigne. Enfréntelos.

Por Gonzalo Peltzer, Buenos Aires

“¡Pero qué dice hombre, si Perón era un autoritario!” me fulminó Ernesto Sábato al final de un almuerzo en casa del delegado de la Agencia Efe en Buenos Aires. Se ve que lo había provocado al mentar alguna supuesta virtud republicana del General. Yo era joven y Sábato, ya mayor, acababa de ganar el premio Cervantes y no dejaba de luchar por las libertades democráticas en la Argentina. Habíamos superado las dictaduras militares, pero el sabio escritor sabía que la Argentina corría peligro de perder esas libertades en el marasmo de las pseudodemocracias nacionales y populares.

Cada vez que hay elecciones me acuerdo del viejo Sábato. Se me ocurre que, mientras el peronismo no se democratice, no habrá futuro para la Argentina. Hace tiempo que sostengo que en la política argentina no hay izquierda ni derecha: lo que hay es un inmenso colectivo de corruptos entre los que se pierden algunos políticos honestos: algunos pelean a brazo partido para no corromperse y otros esperan que llegue la cifra que los libere de esa responsabilidad. Y cuando oigo hablar a mis amigos de derecha o de izquierda de las desgracias del gobierno, los miro con cuidado y levanto un poco el mentón como diciendo “¿y vos qué has hecho, además de protestar?”.

¿Por qué se quejan tanto los catalanes pero nunca hay uno solo involucrado en el gobierno español? ¿Por qué la apolillada derecha argentina se ha refugiado siempre en los cuarteles en lugar de pelear democráticamente por sus ideales? ¿Por qué la izquierda mentirosa se sirve de la cortina nacional y popular para llegar al poder y corromperse? ¿Por qué la derecha divertida se refugia en las empresas proveedoras del Estado y en los medios de comunicación para sacarle dinero al poder? ¿Por qué la izquierda democrática y romántica se refugia en las bibliotecas y deja el poder en manos de los autoritarios? El sistema ha dormido a todos los que quieren dedicarse a la política con honestidad y ha dejado la cosa pública a los audaces sin fundamento. Hoy parece que la pelea se concentra en pelear para que por lo menos nos dejen pensar como cada uno quiere y no nos obliguen a hacerlo como el que manda.

Ya se sabe que estamos en tiempos de pensamiento único. El que piensa distinto es insultado en público. El que dice lo que piensa va a juicio. Y no pasa esto solo en la Argentina discepoliana, donde todo puede ocurrir. Pasa en nuestra América plagada de autoritarios, de narcoestados, de degenerados que se han hecho con el poder a fuerza de fregarse en sus pueblos, de militares bigotudos amigos del trago. El autoritarismo se ha impuesto en épocas democráticas, con excusa democrática y sirviéndose de la democracia. Es como si se nos hubiera metido en casa un yerno que se aprovecha del amor de nuestra hija: todos lo vemos pero no podemos hacer nada. Una desgracia mayúscula que parece no tener remedio. Quizá por eso la mayoría silenciosa, por lo menos la argentina, dice que no hay nada que hacer, que esta gente seguirá ganando y que solo nos queda pasarnos con armas y bagajes al enemigo y convertirnos en uno de ellos. Quieren decir que peor nos va si resistimos. Tratan de que creamos que no hay nada que hacer para adocenarnos.

Pero ese es un razonamiento impuesto por los mismos que imponen su pensamiento. No es cierto: solo hace falta un poco de audacia, patriotismo y enfrentarlos con la verdad. No puede ser que se imponga el autoritarismo de los déspotas justo cuando se cumplen 200 años de nuestra Independencia, por la que nuestros antepasados pelearon con uñas y dientes. No puede ser que dos siglos después vuelvan los tiranos a sojuzgar a nuestros pueblos. No puede ser. Esto es un mal sueño del que hay que despertar.

Los que están ahora en el poder prueban que el mundo es de los audaces cuando redoblan la apuesta para amedrentarnos, pero esa es la audacia de los estafadores. Es nuestra obligación enfrentarlos y defender la democracia de los que la usan para ganar dinero, para sojuzgar voluntades o para imponer sus ideas. Somos la mayoría absoluta a la que solo permiten elegir entre el cáncer y el sida, como decía Vargas Llosa antes del tumor cerebral. Los 200 años de nuestras repúblicas deberían ser la ocasión de refundarlas. El cansancio no es excusa y la mayoría no hemos hecho nada. Nada más que quejarnos quiero decir. No sirve quejarse. No sirve indignarse. No sirven las acampadas ni los campamentos. No sirven la Puerta del Sol ni la Plaza de Mayo si no tenemos vocación de gobernar y de refundar nuestras democracias en bases sólidas y duraderas. ¿A qué esperamos?

La columna de Gonzalol Peltzer ha sido reproducida de El Universo, con autorización de su autor.

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1 Comment

  1. Tan bien descrito la Derecha y muy bien ubicada a la Izquierda… Tenemos que aprender para enfrentarnos caso contrario es dar alimento al politico de turno que se declara en gula permanente ante nuestros errores…

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