El Pichi, Alexis y Galo

Por Marlon Puertas

Siempre me sentí un afortunado de haber tenido como mis maestros de Derecho a gente de tanta valía como el sabio en materia Civil Luis Arzube, al patriota experto en materia Constitucional José Santos Rodríguez, la enciclopedia humana en asuntos penales Edmundo Durán Díaz y el implacable pero justo catedrático que recitaba casi de memoria los códigos recopilados por Juan Larrea Holguín, Alfonso Luz Yúnez. La mayoría ya se fue, pero siempre supuse que, si la Justicia tuviese una cara, sería la de uno de ellos, que si los tribunales debieran integrarse por los abogados más capaces, ellos no podrían faltar. Eran los tiempos en los que todavía pensaba que, en el Ecuador, ser un excelente abogado servía para ganar en buena lid los juicios.

La realidad nos ha enseñado que las cosas no funcionan así en nuestro país. No me consta si alguna vez funcionaron. Y la responsabilidad de que no marche no depende siquiera de una tendencia política específica, porque los leones ya murieron y en su reemplazo vinieron otras especies de indescifrable origen, que repiten y mejoran las viejas prácticas que impiden que, aunque sea por una vez, brille esa hermosa frase que nos enseñaron en las aulas: dar a cada quien lo que le corresponde.

Tal vez la causa sea la ausencia de gente con el peso y el respeto que he mencionado. Sin duda, una de las razones, es que ahora no hace falta siquiera saber de derecho para llegar a las más altas dignidades en los tribunales. No hace falta una carrera judicial. No hace falta saber de leyes, dar cátedra o ser un referente en el derecho. Los requisitos han cambiado, y ahora basta con ser amigo del presidente, pana del legislador, hermano de algún otro poderoso, y el tema está resuelto.

Todavía recuerdo cuando el Pichi Castro llegó a la Presidencia de la Corte. Creo que es un buen tipo, súper simpático, pero su nombre sirvió para marcar un referente imborrable de la decadencia en la que había caído la administración de la Justicia ecuatoriana. Por lo menos, el Pichi nunca intentó dárselas de ser un magistrado de intensas luces. Seis años después del Pichi, el desfile de personajes de su talla ha continuado. Y llegamos a esta revolución, en la que los referentes del derecho y los que tienen el mando son Alexis Mera, Patricio Pazmiño, José Serrano y, muy pronto, Galo Chiriboga.

Que ninguno de ellos se confíe. Que acepten que están ahí más por sus lealtades que por sus capacidades, que las deben tener sin duda. Pero su Gobierno no valora tanto eso como su disponibilidad para acatar la voluntad suprema, que raya en el desprecio de la Justicia y en la vulneración de las leyes que la propia revolución va sembrando, para luego darse cuenta de que su reforma solo entorpeció más la situación.

Que estos abogados vean el destino de su exaliado Benjamín Cevallos, hoy sacado a empellones del cargo que esta revolución le dio, complaciente. Que aprendan que, si se desvían un milímetro del carril marcado, correrán la misma suerte. Mientras tanto, el país seguirá esperando que la Justicia sea rescatada por sus mejores hombres.

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