Entretenimiento vs diversión: Nuestro trago amargo de cada día

Por Aníbal Páez

La crítica a la doble moral como procedimiento para relacionarse ha sido un tema común a lo largo de la historia, sobre todo, cuando se trata de analogar, desde el rodeo, a las sociedades herederas de la revolución industrial, donde la asunción de la burguesía acarreó también el inicio de la maquiavélica lucha por salvar las apariencias.

Este es nuevamente el tema de una obra que apuesta por entretener al espectador basándose en el recurso de la comedia de situación, donde el enredo es el elemento predominante: Una madre viuda, otrora señora de sociedad, busca por todos los medios conseguir el triunfo de una de sus hijas en el concurso de belleza “miss agua dulce” y poder así limpiar en algo el alicaído prestigio que su disfuncional familia tiene por su falta de liquidez desde la muerte de su esposo – jugador de casino que pierde todo su dinero por el vicio del juego y cae en bancarrota antes de morir, heredándole únicamente las deudas.
En esta empresa la acompañan (no sin coerción) el hermano mantenido que vive para descansar, la otra hija intelectual que desdeña la visión de mujer objeto y el hijo reggaetonero.

La madre, ciega ante la tabla de salvación que avizora, transforma a su hija en mercancía y deposita en ella todas sus esperanzas. Al final, las cosas no terminan bien, y pierde más de lo que gana, sus pocos bienes, y a sus hijos, ahora convertidos en ladrón y prostituta, respectivamente, por ayudar a reunir los billetes necesarios para el proyecto familiar.

Con el tema planteado desde la primera escenaen un largo soliloquio del personaje principal, lo que sigue es todo predecible. El interés fluctúa dependiendo de los momentos más o menos construidos, en una obra donde todo el peso recae en el trabajo actoral, principalmente, el de Martha Ontaneda, que transitacomo pez en el agua en ese arquetipo de personaje que ya le hemos visto en anteriores producciones y es quien apuntala el desarrollo de las escenas.

De ahí en más, el trabajo no tiene muchos puntos a favor, es decir, una dramaturgia digerible que apela a referentes elementales nos sitúa, como es costumbre en esta ciudad, ante una teatralidad que descomplejiza al máximo los posibles entramados para hacernos recordar que el teatro, desde esa perspectiva, es igual a la televisión pero sin cámaras y entonces el supuesto objetivo altruista del artista que busca la reflexión del público al mostrarle un espejo de la sociedad en que habita, se vuelve una coartada para estar sobre las tablas haciendo una comedia que pueda conseguir los suficientes auspiciantes para poder pagar las cuentas.

No hay una función específica para el teatro, es verdad; no tiene que cumplir con una responsabilidad social, pedagógica, terapéutica ni obligadamente debe suscitar reflexión en el espectador que asiste. Hemos sostenido permanentemente que con seguridad, la primera función del teatro es la de DIVERTIR; entonces sobreviene un problema semántico que acarrea las más diversas discusiones en torno al sentido de esa palabra.
“Entretener – decía un crítico cubano que visitó el Ecuador- no es lo mismo que divertir”. Y así allanaba los debates en torno a la libertad de los creadores, dramaturgos y directores, para proponer al espectador lo que quieran, sin olvidar que esa libertad implica la responsabilidad del creador de construir sentido, referentes, paradigmas.

El teatro para entretener, nos hace reír un poco y salimos del edificio sin ser tocados.Aceptando la trama como ajena a nosotros y de tan fácil digestión que en la puerta de salida ya nos es borroso el recuerdo. Es el teatro de la previa, donde el siguiente paso es el restaurant o la discoteca. Es una opción y está bien que exista.
El problema es que esta alternativa, en la mayoría de los teatros de Guayaquil, se erige como la única posible, en el sentido que puede atraer, por el tratamiento de sus contenidos, y la imbricada relación con los códigos de la mercadotecnia, al público que se mueve por la publicidad.

Digámoslo con todas sus palabras, los auspiciantes no dan un centavo por una obra que no maneje los códigos que preconiza la televisión todos los días: la risa fácil en ausencia de pensamiento. Es un riesgo muy grande; el público quiere reírse y olvidarse de los problemas.Pensar no es negocio. Y así se configura la debacle de nuestros teatros, sólo una opción es visible, la que entra a negociar con las reglas del mercado.

Volviendo a la obra, más bien, ubicándola en contexto, el análisis que surge nos tira a considerarla más como fenómeno susceptible de estudio sociológico que como producto artístico.
“En rigor, no hay rigor” dijo un director que ahora no recuerdo su nombre, cuando a la salida de una presentación de teatro comercial -como se denomina a los formatos que priorizan las historias picarescas y los elencos televisivos para atraer al público- le preguntaron su opinión.
Yo lo suscribo. Y no es que los actores no hagan bien su trabajo, de hecho su capacidad histriónica es apreciable y hay verosimilitud en la interpretación de sus personajes. Lo que sucede es que todo ese talento está abocado a la tarea de seguir proponiendo para el espectador un teatro que nos impide salir del circulo vicioso de la televisión y su estética, sus valores, su verdad.
Pero es su opción y tienen la libertad de hacerlo. La libertad, esa difícil palabra.

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1 Comment

  1. «Digámoslo con todas sus palabras, los auspiciantes no dan un centavo por una obra que no maneje los códigos que preconiza la televisión todos los días: la risa fácil en ausencia de pensamiento»…

    Cuidadito profundizas más en el asunto TV  ¿No es que te pueden acusar de estar contra los Medios?

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