Decidir en el éter

Por Eduardo Varas

No hay mucho drama ni mucha ciencia. Pero sí hay elucubración y la falsa dicotomía que nos convierte en seres dispuestos a defender absolutos, imposibilitados de dialogar porque no somos capaces ni de cuestionar nuestras propias ideas. Una de las cartas que ahora se juega, por ejemplo, es la de Emilio Palacio: amo y señor de la verdad, y objeto de fijación de quienes aseguran tener la verdad. Y si el conflicto del país es el de una verdad enfrentada con otra de igual contundencia, tenemos como resultado una mente dividida, esa esquizofrenia que tanto nos identifica. Porque en medio de un conflicto tan fuerte, no hay posibilidad de enfrentar lo que se ha gestado como realidad.

Días atrás, Luis Anzoátegui tuvo un altercado con la seguridad del Presidente, en el hospital Abel Gilbert Pontón, en Guayaquil. Anzoátegui es estudiante de medicina y se acercó al Presidente, cuando este hacía una visita y algo se produjo ahí. Hasta aquí lo objetivo del asunto. No hay otra versión de los hechos hasta este punto de bifurcación, en el que aparece la encrucijada más pobre de todas: si toma la puerta número «A» estará avalando la versión por la que el futuro médico fue retenido y agredido por decirle al Mandatario «soñé que era un corrupto». Si se decide por la puerta «B», se llevará a la cabeza esa versión auspiciada por «El ciudadano», por la cual entenderemos que nunca hubo retención o agresión y que solo se le reclamó al joven por faltarle el respeto a Correa.

De aquí, en el campo de las eternas probabilidades, una serie de reacciones tendrán vida dependiendo de la versión de realidad que usted seleccione. “Efecto mariposa”, le dicen.

La vida en Ecuador, gracias a la Revolución Ciudadana, no es una experiencia que pueda medirse a través del método científico. Se trata de un asunto de credo, de mirar todo desde una fe determinada y de valorar posturas que no resisten mucho análisis. De lado y lado, desde luego. El Ecuador de la Revolución Ciudadana es un Ecuador que vive en las apariencias mentales.

No es nada nuevo, desde luego. Quizás siempre ha sido así. La creación de lo que entendemos dentro de la sociedad es un compendio de arbitrariedades, que lo único que certifican es todo aquello en lo que nos hemos puesto de acuerdo. Este es un proceso viejo, que no tiene ninguna novedad. Hoy podemos entender que eso que brilla en el cielo y que cae, en plena tormenta, demarcando el poderío del cielo sobre la tierra, es un rayo. Antes quizás pudo ser muchas cosas, pero cuando la convención de la ciencia ganó espacio, no quedó duda. Podemos tenerle igual o más pavor que la gente de antes, pero ya sabemos lo que es. Hoy las cosas SON; una “interpretación” no podría evitar que un rayo sea vivido como un rayo. Hacerlo es criminal. Que una visión del mundo altere significativamente acontecimientos, hechos, cosas que pueden ser palpables, medibles, percibibles y comprobables… es un acto cruel. Es una acción que roza la inasible conciencia religiosa, el fanatismo y una conciencia de mundo tan poco desarrollada que nada valdría la pena.

Ni siquiera esta reflexión.

Y si nuestras pasiones, ardores, cariños, visiones, impresiones y perspectivas del mundo dependen únicamente del cristal por el que miramos y no de lo que es capaz de hacer el mundo exterior en cada uno de nosotros, por esa inevitable relación que nos construye y nos da forma (entender el interior y el exterior es fundamental para vivir), entonces este país no tiene respuesta. Solo puntos de vista encontrados, análisis nulo y una vocación de ‘justicia’ entendida como hacer respetar lo que soy y creo por encima de todo. Una versión infantil de la justicia, si me lo preguntan.

 

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