Post Gadafi

Por Joaquín Hernández

Nadie está seguro si lo que sobrevendrá a Libia en el corto plazo será una primavera, un verano o, de forma completamente pesimista, un invierno. Por el momento, como anotaba hace poco Jean Daniel en Le Nouvel Observateur en su artículo «Les enjeux d»une victoire», está detenida la posibilidad, siempre presente, de que la intervención de la OTAN hubiese desatado una ola de cólera en su contra a nombre de un sentimiento tercer mundista-islámico-izquierdista. Nada que ver la actitud de ahora con la tormenta del rechazo que siguió a la «expedición» en Suez de 1956. Como lo hace notar el editorialista francés, «violar la soberanía de un país, incluso si se conduce mal, es hacer correr un riesgo enorme a la comunidad internacional». Todo dependerá en último término de qué pese más, si la decisión y unión de los libios que se opusieron a Gadafi para constituir un país democrático, como lo ha asegurado el Consejo Nacional de Transición con su agenda política que contempla la celebración de elecciones a 18 meses plazo, o el peso de las potencias occidentales incluyendo a Rusia, cuyo prioridad son los intereses políticos y comerciales.

Varios son los problemas que afectan la transición libia a una supuesta primavera democrática. No hay, sobre todo, antecedentes de institucionalización democrática, porque Gadafi destruyó toda huella de la misma. País tribal, una de las estrategias del caudillo fue enfrentar precisamente a una tribu contra la otra, lo mismo que a los países y sus intereses. De paria político y perseguido a tiempo completo por la Administración Reagan por sus actividades terroristas, a la foto de marzo 2004 de AFP, donde un sereno Tony Blair, con la mirada fija y una casi imperceptible sonrisa, mira a la cámara a la vez que estrecha la mano que Gadafi le brinda igualmente sereno y reposado. La política y, en general, todas las estrategias del poder parecieran celebrarse al margen de toda ética.

Por lo demás, Libia ha vivido y sembrado la cultura de la violencia. Desarmar a la población, no solo física sino afectivamente, porque todos han creído aprender cómo se arreglan las cosas con familiares o amigos caídos que se lo recuerdan, será una tarea difícil por no decir imposible. Mucho tendrá que ver la reforma constituyente que se plantee, pero inmediatamente con la normalización de la vida, es decir, alimentos, salud, seguridad, trabajo. En el fondo, el difícil encuentro de la democracia, siempre sospechosa por su origen occidental, con la cultura islámica.

De Gadafi, hay que recordar una vieja historia ocurrida en Siria, no en Libia: «Un hombre está tomando una copa de vino en una taberna en Damasco. Cuando levanta la mirada, ve a la muerte que lo mira desde el fondo. El hombre grita y exclama: «¡No es mi momento!». Y galopa desesperadamente por el desierto hasta llegar a Samarra. Está exhausto y encuentra un pozo de agua. En el pozo, le aguarda la muerte. ¡Me has seguido!, reclama el hombre. ¡No!, le dice la muerte, poniéndole la mano en el hombro: «Yo también me extrañé al verte en Damasco, siempre te esperé en Samarra».

Más relacionadas