Rituales

Por Joaquín Hernández Alvarado

Todo rito que merezca la pena de serlo tiene una dosis fuerte de sensualidad. Se experimenta, por ejemplo, al celebrar, después de mucho insistir y gestionar, tener al fin entre manos las obras completas de un escritor con el que se tiene una deuda pendiente, en este caso, de José Ortega y Gasset en la nueva edición en 10 volúmenes que Taurus y la Revista de Occidente han venido ofreciendo y que han cumplido.

Es un rito comprar libros impresos y no parar sino hasta tenerlos todos presentes, pero es sensual sobre todo deleitarse con su apariencia, gozar de los mil y un placeres de una edición cuidada, márgenes, anexos, notas de año, verificación de fuentes, índices y, sobre todo, sentir la experiencia de la belleza visual de la tapa dura y de su diseño.

La belleza no tiene utilidad, decían los clásicos griegos. Para los jóvenes y no tan jóvenes que profesan el fundamentalismo virtual, los libros solo existen para una cosa: para ser leídos.

Por ello, ¿para qué preocuparse entonces de los mil y un detalles que la sensualidad de lo impreso implica? Cincuenta años después, la profecía del viejo profesor de la primera generación de la Escuela de Fráncfort, Herbert Marcuse, desde el exilio californiano es moneda común: la unidimensionalidad como única opción de entender la vida y, sobre todo, salvarla.

Las cosas, eso que Aristóteles llamaba los entes, no son sino objetos manipulables destinados a perecer con el manual de instrucciones que les acompaña.

José Ortega y Gasset calza muy poco con la moda actual que rinde culto a los especialistas y desdeña a los ensayistas llamándolos todólogos. Ciertamente, como lo enseñan los manuales al uso que siempre dicen algo pero no la verdad, fue un filósofo pero un filósofo peculiar que se metió con todo y con todos, incluso cortejar a una de las Ocampo en los días gloriosos de la Revista Sur. Por ello salió mal parado algunas veces y se equivocó en otras. Pero fue un hombre preocupado por lo que pasaban a su alrededor, liberal pero elitista, que no dudaba en tomarse a sí mismo el pelo -se fue quedando calvo con la edad- y que simplemente trató de ejercitar la reflexión en medio del ruido de la Europa del siglo XX. Por ello fue más solitario que lo que el éxito momentáneo de librerías parecería proclamar.

«…Hacer política es cosa muy distinta que proclamar a voz en cuello nuestras personales preferencias. Esto es faena lírica en que dejamos emanar nuestra intimidad. Pero la política empieza cuando comenzamos a anudar e integrar nuestras opiniones con las ajenas. Lirismo es creerse solo en el mundo: política es contar con los demás, con todos los demás que en la polis conviven con nosotros».

Política, podríamos añadir entonces, no es ese grosero maniqueísmo que caricaturiza y sataniza a aquellos que piensan diferente y encima los despoja de toda condición.

José Ortega y Gasset sufrió la aplastante máquina prensadora del franquismo. Vivió el desamparo del intelectual solitario frente al poder pero no traicionó su inteligencia. Por ello es posible leerlo ahora, urgidos como estamos de racionalidad y de tolerancia.

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