Éxito

Por Bernardo Tobar Carrión

Mac, iPod, iPhone, iPad, las creaciones más importantes del extinto Steve Jobs, personaje cuya genialidad fue superada solo por su capacidad de emprendimiento, de andar por la vida sin red, por la cuerda floja del riesgo y la incertidumbre; genios hay muchos, pero solo unos pocos tienen la pasión, el instinto, el arrojo -cualidades emocionales que escapan al dominio de la razón-, que separan una buena idea de una aventura empresarial exitosa, que marcan la diferencia entre una existencia rutinaria, como pagaré a plazo, de la deuda impagable de vivir sin fecha de caducidad, como si cada día fuera el último. La genialidad se puede contratar, pero el temor al fracaso, donde tropiezan las iniciativas, es indelegable.

Las lecciones del fundador de Apple nos hacen reflexionar sobre el valor de las élites y su rol en la sociedad, porque los ganadores, si bien los hay en todo lado, florecen más y mejor en determinados ambientes, donde se estimula y se premia el mérito; donde la posibilidad de crecer y superarse, de desarrollar todo el potencial personal, es un valor social; donde la política está para facilitar la iniciativa individual, no para limitarla. Si en último análisis no hay mejor obra social que el empleo, lo lógico es reconocer a quienes lo multiplican. Las personas sobresalientes, quienes están a la vanguardia en las letras, el arte, la empresa, la innovación, lideran la sociedad hacia su progreso. Este no es un rol de los políticos, de las instituciones públicas ni de los Gobiernos, que están para establecer las reglas y arbitrar la competencia, pero no para suplantar a los jugadores en la cancha o para intervenir en su visión del juego.

Hoy, aquí, las élites brillan por su ausencia, salvo excepciones; la sociedad no tiene a quién emular, en qué inspirarse, faltan modelos a seguir. En parte, porque esa minoría calificada desde hace tiempo resignó su liderazgo y relajó los valores esenciales a su responsabilidad, dejando espacio a los magos del dinero rápido y a los protegidos de los gobiernos de turno; pero por otra parte es innegable que culturalmente se ha recelado de quien destacaba por encima del rasero de la medianía. Cierto que ha habido inequidad, pero no se la resuelve con el grillete del igualitarismo. Nos habremos independizado como república hace casi dos siglos, pero seguimos atados al yugo de una idiosincrasia que no se emancipa de sus complejos. En Silicon Valley los estudiantes pasarán junto a una estatua de Jobs y pensarán que nada es imposible, mientras Latinoamérica seguirá repartiendo estampados del Che, Eva Perón…

En esta cruzada por reivindicar los liderazgos sociales hay que volver a la raíz misma de los valores: la familia. Los colegios transmiten conocimiento, pero es en la casa donde los padres tienen la oportunidad de moldear esa arcilla flexible de la psicología infantil con la mano del amor, infundiendo confianza en el futuro antes que resentimiento del pasado, cultivando al único líder del destino personal -uno mismo-, transmitiendo la convicción de que no hay más limitaciones que los propios paradigmas, de que cada quien es y se hace a la medida de lo que piensa de sí mismo.

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