Fernanda y Fernando

Por Eduardo Varas

Fernanda es una cineasta joven y acaba de presentar un documental poderosísimo, en el que recupera y evidencia una postura muy clara frente a la tragedia y la crueldad con la que su familia fue destrozada por un sistema de terror instaurado por un Gobierno, para atacar patibulariamente lo que consideraban un problema para el país. Los hermanos de Fernanda fueron secuestrados, torturados y desaparecidos por agentes de la Policía, en enero de 1988, durante el mandato León Febres Cordero y ese crimen de Estado todavía exige una justicia que no solo revele toda la verdad, sino que dé con los restos de los niños. Lo que ella ha hecho, en su caso, es ejercer lo más cercano a justicia a través de algo que saber hacer: una película.

Fernando, a su vez, es un poeta e intelectual ecuatoriano que mantiene una columna desde hace un buen tiempo en diario El Universo, donde critica acciones y movidas del Gobierno, con una lucidez impresionante. Esa misma perspectiva la mantiene en otros espacios en los que se expresa. Por ejemplo, en una edición pasada de revista Vanguardia, Fernando habla sobre el discurso oficial en el país y dice: “Se hace creer a los sectores no ilustrados que la verdad deriva del gobierno que ha ganado las elecciones. Existe una prepotencia basada en los votos y las urnas, desde la cual se organiza al país y que, no obstante, reduce la complejidad de la sociedad. Una cosa es afirmar, en el discurso, que la sociedad es diversa, y otra es concretar efectivamente un programa de gobierno a partir del debate. Una revolución no se genera sólo porque quien esté en el poder diga compañero al camarada indígena”. Fernando sabe lo que dice y no es complicado identificarlo con una mentalidad progresista, propia de ideales que cada vez parecen que nunca existieron en Ecuador.

Fernanda critica, cuestiona y acusa de criminales a un Gobierno que ya pasó y que todavía tiene en Guayaquil rezagos de poder que deberían ser analizados con mucha calma. Fernando no tiene pelos en la lengua (o quizás debería decir callos en los dedos) para evidenciar los excesos y los puntos más flojos, absurdos y reprochables del proceso político actual. Hacer ambas cosas en un país donde la concepción de poder y sus mecanismos de control son verticales, donde arriba lanzan una directriz o se crean condiciones que se vuelven dogmas y sistemas, es un acto que el mismo poder debe encargarse de penalizar.

¿Y nosotros en el medio? Así parece.

El lunes, gracias a un reclamo de Fernanda Restrepo en su cuenta de Facebook, nos enteramos que el Municipio de Guayaquil no exoneraba el pago de impuestos la proyección en la ciudad de su documental “Con mi corazón en Yambo”, justificándolo con una razón barata y falsa: ella no es ecuatoriana. Muchos protestamos y la decisión se derogó. En definitiva, alguien consideró que tenía el deber de hacer respetar un poder añejo y quiso molestar con una acción que no impedía pasar la película en salas, pero que en el mercado con más habitantes del país significaba un impedimento para recuperar la inversión económica hecha (viéndolo con inocencia).

Pero el martes pasó lo peor. Trascendió cómo el poder actual había decidido dejar afuera de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil a Fernando Balseca, utilizando esta vez la excusa de que “no estaba en la lista”, según declaraciones de la Ministra de Cultura, Érika Silva, cuando Balseca fue parte fundamental de la estructuración de esta Feria y desde el inicio estuvo contemplada su participación en algunas mesas. Absurdo, el peor de todos. Se trata de la evidencia clara de cómo los mismos mecanismos del Estado, sin importar espacios, quieren y pueden demostrar que quien ostenta el poder tiene la fuerza para cercar a gente que no piensa como él. Ese es el poder de ahora.

Mientras muchos reclamamos lo que hizo el Municipio de Guayaquil con el documental de Fernanda; con Fernando, el rechazo es tibio; quizás porque no todos saben lo que ha pasado con él y porque el caso Restrepo es de los más abominables y conocidos casos de violación de derechos humanos en el Ecuador. Tal vez sea hora de entender que alguien que recibió una carta del Presidente en funciones (en rechazo por uno de sus artículos críticos en el Universo), acusado de ser una de esas “mentes que en otro tiempo fueron más consecuentes con el país y que hoy sólo sirven para no servir” y que luego es dejado a un lado por parte del Ministerio de Cultura, es una persona que ha quedado sin respaldo; y es justo que reconozcamos que aquellos que le dicen al poder cuáles son sus falencias y evidencian sus atrocidades, son quienes más apoyo necesitan de nosotros, los ciudadanos.

Por eso lo de Fernanda y Fernando me hace ver al poder con ojos de mayor duda, sea un poder pequeño, como el de un municipio y sus taras mentales, o un poder mayor, nacional. El Ecuador se ha acostumbrado a acciones propias de un sistema de coerción; criminales algunas, otras ridículas. Así, los sistemas que se crean desde la figura de superioridad van bajando hasta llegar a mandos medios e inferiores, convirtiéndose en dogmas de fe y así, funcionarios “más papistas que el Papa” se sienten con la obligación de proteger algo o congraciarse con ese poder. Y así nada tiene solución. Eso, no le resta responsibildad a quienes desde arriba crean sentencias como “hay que acabar con los comunistas” o “los medios quieren acabar con el nuestro Gobierno”, por favor. Quizás lo entendamos mejor con las palabras de Fernando Balseca, quien en una carta que circula por mail y que él ha permitido compartir, lo dice con inteligencia: “Estoy convencido de que algo se puede cambiar, pero no todo. No existe esa revolución de la que hablan; no hay tal socialismo. Cuando se anuncia, así como así, el cambio de todo, no puedo más que ver en ello una demagogia. También estos últimos años he aprendido que hay reaccionarios de izquierda y progresistas de derecha y que, ambos, en una confusión penosa, nos gobiernan ahora”.

Amén, Fernando, amén.

Más relacionadas