Padres e hijos

Por Martín Santiváñez Vivanco
@viejoreino

La historia de Ciro Castillo ha mantenido en vilo al Perú por más de doscientos días. De esta inmensa tragedia son muchas las cosas que permanecerán en nuestras mentes para siempre. Un joven en la plenitud de la vida, muerto en la soledad del Valle del Colca, perdido en medio de la nada, en las más extrañas circunstancias, por fin ha sido encontrado y ya descansa en paz. Y eso jamás hubiese sido posible de no ser por la fe inquebrantable de sus padres y de todos aquellos que los apoyaron desinteresadamente. Los padres de Ciro Castillo nos han dado una lección que jamás debemos olvidar.

Con frecuencia nos rendimos ante los problemas cotidianos, exageramos los baches de la rutina e inclinamos la cabeza ante obstáculos de poca envergadura. La sociedad de nuestro tiempo, toda nuestra atmósfera cultural, nos prepara desde la infancia para una existencia basada en el mínimo esfuerzo, porque hace de la viveza el valor supremo. En el Perú — en toda Latinoamérica — la ‘criollada’ es premiada con el éxito y la virtud recibe el castigo de una vida dura y predecible. Palabras llenas de sentido como ‘sacrificio’, ‘responsabilidad’ o ‘prójimo’ son despreciadas por una civilización que encumbra el placer y la indiferencia. En un entorno así, es difícil, sumamente difícil, nadar contra corriente y pasar del discurso solidario, siempre demagogo, a trabajar realmente por los demás.

Nada de esto ha sucedido con la tragedia de Ciro. Sus padres y las personas que colaboraron con ellos nos han dado una prueba real de amor y perseverancia. Hay grandeza y heroísmo en la manera en que toda esta gente decidió seguir adelante, a pesar de las muchas dificultades que surgieron a lo largo de los meses.

Hay una auténtica lección de amor detrás de la historia de Ciro. Y estoy convencido, como su madre, que el Señor de los Milagros, patrón de la peruanidad, no quiso que tanto esfuerzo fuera en vano. Sí, de la fe dependen muchas cosas grandes y buenas. Y en medio de los problemas de la vida, rodeados de no poca tristeza, los padres de Ciro nos han recordado que no debemos rendirnos jamás. Ahora que regresan al refugio silencioso de sus vidas, rotos por el sufrimiento y la fatiga, al menos que les quede el consuelo de saber que muchos nos inclinamos ante su ejemplo.

Turguéniev tenía razón. Las tumbas de los hijos nos hablan del descanso eterno y de una dolorosa resignación. Sí, pero también de la vida infinita que hay detrás de la muerte. La muerte es sólo una puerta que todos hemos de cruzar. Una puerta que se nos abre al verdadero Amor.

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