Exclusiones

Por Joaquín Hernández Alvarado

¿Se puede excluir de un acto académico o cultural a una persona por pensar diferente o ser crítico de la línea oficial de la institución? Cuando abrió sus puertas la Facultad de Filosofía San Gregorio en Quito en el año 1968 a todos los que estuvieran interesados en un estudio a fondo y metódico de la filosofía – no declaraciones ni arengas ni generalizaciones sin fundamento – se marcó un hito atrevido pero profundamente identificado con la esencia de la universidad y del pensamiento. Personas de todas las corrientes y tendencias de pensamiento acudieron a la apertura de clases que tradicionalmente estaban reservadas a los estudiantes jesuitas y de otras órdenes religiosas del país. Marxistas de todas las líneas, anarquistas, ateos, existencialistas, liberales participaron en clases ofrecidas por un brillante claustro de profesores jesuitas que nunca tuvieron el menor reparo a exponer – y a cuestionar también algunos de ellos, – la filosofía escolástica. Cualquiera podía refutar a los profesores o disentir en sus trabajos de la línea oficial de la facultad.

No se exigían consensos forzados ni sumisiones del pensamiento.

La única exigencia era el análisis y la coherencia del pensamiento. ¿Quién se hubiera atrevido por ejemplo a utilizar como proclama de ateísmo la célebre frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios sin antes haber entendido que la frase solo tenía sentido dentro de la tradición de la historia de la filosofía occidental, específicamente Aristóteles y Kant? Nietzsche no era un predicador de medio pelo dedicado a «quitar la fe» a las personas ni a estremecer a muchachitos ansiosos de notoriedad por sus declaraciones.

Eduardo Rubianes, Leonardo Ribadeneira, Hernán Malo, Julio César Terán, Francisco Ramos, por citar solo unos cuantos nombres, no hubieran excluido de sus clases a nadie por pensar diferente, quizá solo a los mediocres que calentaban textos y los utilizaban para sacar conclusiones injustificadas ahorrándose lo que Hegel llamaría «el trabajo del concepto».

No fue solo el San Gregorio el que mostró esta apertura y este humanismo aunque fue un ejemplo decisivo de ellos. En los famosos congresos de filosofía y de sociología que organizaba la Universidad de Cuenca en los años ochenta y noventa – hablo de los que pude participar – no se negó a nadie el derecho de participar y de presentar ponencias pese a la diversidad de los concurrentes.

¿Hubiese Bolívar Echeverría negado la opción de presentar su ponencia en un congreso a un filósofo de pensamiento escolástico y conservador? ¿Habría puesto reparos Hernán Malo en dejar participar a un experto en Plotino lo suficientemente sugestivo para hacer entender las Enéadas y las paradojas del mundo griego no cristiano? Malos tiempos para la lírica los actuales.

La historia se repite dos veces decía Marx en el célebre prólogo al 18 de Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, la primera en forma de tragedia, la segunda como comedia.

¿Pero de qué sirven en último término estos celos de inquisidores y estas precauciones de censores?

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