¿La primavera árabe?

Por Andrés López Rivera

Desde una perspectiva de Occidente, da la impresión de que los árabes han invertido el orden de las estaciones. La “primavera árabe”, esta oleada de revoluciones que han derrocado gobiernos autoritarios en el Magreb y en Oriente Medio, debía conducir a una era de luz, una suerte de “verano árabe” que se traduciría en el advenimiento de la democracia. Ahora bien, los últimos acontecimientos sugieren que no hay tal. La victoria de los islamistas en Túnez y la implantación de la charía o ley islámica en Libia como fuente de legislación, auguran el regreso de un oscurantismo islámico, una suerte de “invierno árabe”, descartando las esperanzas de democratización.

La semana pasada, Charlie Hebdo, un semanario satírico parisino, escondía la decepción general haciendo mofa de la situación. En su primera plana figuraba una caricatura de Mahoma levantando el índice y diciendo: “cien latigazos si no se mueren de risa”. El toque final lo daba el nombre del diario que pasó de ser “Charlie Hebdo” a “Charia Hebdo”, haciendo referencia a la ley islámica. Poco después de la publicación del semanario, sus locales fueron atacados con cócteles molotov, dejando su sede de redacción inutilizable. Si bien la reacción de los fundamentalistas islámicos no fue de la misma magnitud que en 2005, cuando el periódico danés Jyllands-Posten publicaba un dibujo del profeta con una bomba-turbante en la cabeza, el hecho marca sin duda un retorno de la violencia islámica atizando la aprensión de Occidente.

En este contexto, el gran riesgo consiste en retomar una forma de pensamiento que había sido desmentida por la primavera árabe. Se trata del discurso esencialista que pregona una incompatibilidad del islam con la democracia: una incapacidad arraigada en la naturaleza misma de las sociedades árabe-musulmanas. Se olvida así que el islam es múltiple y variado, pudiendo dar lugar a diferentes formas de gobierno que pueden aparentarse a la democracia (concepto infinitamente problemático). En este sentido, Tariq Ramadan, uno de los intelectuales islamólogos más notorios de la actualidad, imagina (podría decirse incluso que fantasea con) la creación de una democracia árabe-musulamana despojada de las deficiencias de la democracia occidental que considera como una democracia sometida al capital.

Hay que desconfiarse igualmente de este discurso particularista de la democracia. El riesgo es evidente. Podría darse que, de la misma manera en que la apertura de ciertos países asiáticos al mercado capitalista dio lugar a un capitalismo “con valores asiáticos”, que no es sino un capitalismo manifiestamente autoritario, el mundo árabe conciba una democracia “con valores islámicos” que no sería sino una teocracia travestida en democracia. No nos vayan a engañar con la primavera.

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