«Perros». El estruendo se impone

Por Aníbal Páez

Jaime es un productor espectacular. En una doble acepción del término el director guayaquileño Jaime Tamariz, produce espectáculo de manera eficaz. Es, hasta ahora, el único capaz de llevar a los estratos más altos de la sociedad guayaquileña a ver teatro en un galpón sentado en tarimas de desfile. Y aun en esas condiciones, mejor dicho, precisamente por eso, logra auspicios que le permitan sostener, económicamente, el show.

Las piezas del evento funcionan a la perfección: un elenco que lo acompaña hace por lo menos un año y que tiene buena acogida mediática, un manejo publicitario creativo y sagaz, un equipo creativo eficiente, una universidad que da respaldo institucional y un público que desde hace mucho esperaba un espacio que le brindara eso, un teatro que se ubique en la sutil línea de lo light: ni tan popular que ofenda, ni tan intelectual que espante.

El lado flaco de este teatro -asumiendo la infructuosa tarea de pensar que nuestros comentarios sirven para algo- es que su posible esencia palidece en medio del estruendo. Es decir, el riesgo indudable de la puesta en escena que merece felicitaciones aparte por el simple hecho de transformar el espacio escénico y devolverlo al espectador resignificado, no se compensa con el excesivo realismo de la versión que intenta, innecesariamente desde nuestro punto de vista, reproducir aunque sintéticamente, el relato cinematográfico.

Es muy difícil intentar re/presentar al cine en el teatro. La verosimilitud que proporciona un efecto en el cine puede convertirse en el teatro, por el intento de reproducción, en una parodia que desdibuja el momento para volverlo risible, justo cuando debía ser dramático.

Si la medida del éxito es la aceptación del público, es una obra exitosa. Pero desde el punto de vista del espectáculo. Lo que más valoro, repito, es la lucidez para convertir un espacio muerto del Village de Samborondón, en un escenario teatral. Pero eso hace también la publicidad en las campañas más creativas de cualquier país, porque lo que interesa es el efecto, no el producto. Y eso es lo más difícil del ensamblaje entre arte y mercadotecnia, reconocer los bordes.

En una ciudad como la nuestra, sin gran tradición teatral, se valora la permanente producción de Daemon, que va generando un público cada vez más asiduo a sus producciones. Particularmente, resiento la ausencia de teatralidad, tratando de definir esto como aquella característica propia del oficio, que otorga especificidad al teatro sobre otras artes escénicas y sobre la misma técnica actoral. Va más allá de actuar y representar personajes, es propender a establecer con el espectador una comunión a través de códigos distintos a los usuales de la cotidianidad.

No sé si sirva para algo. Es desde nuestro punto de vista, una tarea fundamental del arte producir pensamiento desde la diversión. Sugerir más que revelar, provocar más que consentir. Y el camino para construir esa utopía, donde el pensamiento se imponga, se puede analogar con el camino para la construcción de la democracia como procesos que requieren, ineludiblemente, de paciencia y continuidad, porque lo profundo y radical, jamás puede ser rápido.

Pero por ahora, la gente se sigue poniendo de pie y aplaudiendo el espectáculo, la escenografía –que yo también aplaudo- el estruendo del disparo, el simulacro de un espacio otro.

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3 Comments

  1. Que bien por Guayaquil, hay propuestas de arte y cultura. Lamentablemente, Quito se ha rezagado enormemente, engullido por sus problemas de ciudad administrativa. Espero que «Perros» llegue a la capital pronto, ya que, como es por todos conocido, los pobres no vuelan.

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