Desnuda oscuridad

Por Bernardo Tobar

La novela Desnuda oscuridad, editada por Alfaguara, acaba de vestirse con la luz del premio nacional de literatura Joaquín Gallegos Lara, edición 2011. Publicada en junio, esta es la cuarta creación de este género de Óscar Vela Descalzo, quien ya había recibido hace tres años un reconocimiento internacional por un cuento taurino, en una carrera literaria que hace tiempo dejó de ser promesa para ser referencia.

Porque cada lector merece la suya, ahorraré aquí mi interpretación de la obra. Aunque diré que, si es generalmente cierto que una novela cobra vida independiente al pasar por los filtros de quien la lee, y aun se reinventa a sí misma cada vez que es transitada por el mismo ojo a diferente tiempo, la última publicación de Vela hace de esta cualidad de las letras el elemento estructural de la trama. Porque, sin que el lector refleje la desnudez de sus miserias en el espejo de su propia oscuridad, la novela habría perdido al principal personaje. Sus páginas nos abren las puertas subterráneas de una urbe corroída en sus cimientos éticos, y nos guía por los abismos de la pesadilla existencial, la que ocurre en el sumidero de las conciencias lo mismo que en los canales de aguas negras. Cada cual puede asomarse a su propio pozo.

Es una obra que retrata el submundo que nos negamos a mirar, a aceptar siquiera que exista, una suerte de universo paralelo en los intersticios de la San Franciscana ciudad de Quito, cuyas alcantarillas, túneles y barrios impenetrables en los confines controlados por los desalmados albergan a los profesionales del vicio, del asalto, del asesinato, tanto a los que optaron conscientemente por despertar la vena maléfica que atraviesa a toda persona, como parte de su naturaleza, como los que fueron arrastrados por esos giros inesperados y súbitos de la vida, un homicidio involuntario por celos, un pericazo demás de polvo blanco, la venganza… Seres que acaban fabricando una religión a la medida de sus desviaciones.

Y donde hay unos, hay otros, los del otro lado de la ciudad, materialmente favorecidos aunque tan cultores del vicio como aquellos, mutuamente necesitados en un intercambio, al otro lado de la frontera social, que deje dinero a los unos y la reputación intacta a los otros. Está claro que no es un libro con personajes fresitas y final feliz, de lectura lineal e inequívoca, de esos que suelen emplearse para entretenimiento ligero antes de la siesta vacacional; es lectura de gran estética, vértigo narrativo e ilimitada imaginación, y hasta puede resultar ocasionalmente indigesto, según las tripas de cada quien, dada la crudeza del planteamiento.

Ya en sus anteriores novelas, Óscar Vela desnuda la hipocresía social y explora el desdoblamiento esquizofrénico de los personajes y la génesis del crimen, marcando en la literatura ecuatoriana, con su más reciente creación, un ángulo consistente y singular de reflexión acerca de los misterios y miserias que hacen parte de la naturaleza humana, que tan solo necesita unas gotas de vicio y vanidad para germinar en tronco de vida torcido, con fruto venenoso.

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