Tecnócratas y pretorianos

Por Martín Santiváñez Vivanco

Hace unos días, durante la celebración de la batalla de Ayacucho, día del Ejército peruano, Ollanta Humala pronunció un discurso en el que sostuvo que los miembros de las Fuerzas Armadas son los «guardianes socráticos» de la nación.

Según el presidente, el soldado se asemeja a «un sacerdote que está más allá del bien y del mal». La «salud de la República» gira en torno a la independencia de los militares y este sentido de casta constituye un bálsamo eficaz que ayuda a solucionar los problemas del país.

El pragmatismo de cuño autoritario se ha convertido en la característica fundamental del humalismo. Y no se trata, en absoluto, de un concepto nuevo. Por el contrario, la teoría de los «caudillos redentores» que actúan como «césares civilizadores» es una idea fundacional de las repúblicas latinas.

El mesianismo forma parte de nuestra cultura cívica y se plasma en eso que Krauze ha denominado, con gran tino, «la presidencia imperial». De hecho, durante décadas nos hemos caracterizado por nuestra extravagante vida política salpicada de tiranuelos y generalotes, revoluciones y dictaduras, extremos destructores de cualquier orden institucional. Cómo es obvio, Humala no ha inventado la pólvora y responde a una tradición. Path dependence diría algún neo- institucionalista.

Ahora bien, el dominio de los pretorianos en el Perú siempre se apoyó en una tecnocracia concreta, a veces productiva y en otras oportunidades, francamente ineficaz. Los gobernantes autoritarios, para llevar a cabo su misión civilizadora, convocaban a los tecnócratas.

Los utilizaban y eran utilizados en una simbiosis que se repite a lo largo de nuestra historia, como un eterno retorno. Así ocurrió durante los gobiernos de Leguía, Odría y Fujimori. Incluso Velasco, un pretoriano de izquierda, se apoyó en la intelligentsia revolucionaria, una elite ideologizada incapacitada para el diseño gerencial. Humala, antes que incurrir en el mismo error del Velascato ha optado por convocar profesionales independientes, que responden a relaciones personales de poder.

No hay un amago de militarización. Por el contrario, estamos ante un régimen que nació militarizado. Lo dijo el propio Isaac Humala, patriarca etnocaceristas, cuando afirmó el 20 de noviembre pasado que «el gobierno de Ollanta es de sesgo militar. El factor militar ha sido revalorado. El militar está reivindicado como fuerza tutelar de la nación».

En efecto, Humala es un soldado en estado puro y se rodeó desde el inicio de militares de su confianza. La caída del Gabinete Lerner confirma una tendencia ya presente desde el inicio: el humalismo pretoriano ha optado por una tecnocracia sumisa, desplazando a la ‘intelligentsia ideologizada’ de sus aliados electorales.

La gran pregunta ante este gesto de afirmación gubernamental es evidente: ¿La izquierda, que permitió con su voto y propaganda el retorno del pretorianismo, consentirá el pragmatismo presidencial?

Más relacionadas