Kim Jong-il y los llorones

Por Andrés López Rivera

¡Kim Jong-il ha muerto! ¡Que viva Kim Jong-un! La dinastía comunista norcoreana muda de piel; pero continúa. La perennidad del régimen se funda en la eternidad de Kim Il-sung, institutor del linaje dinástico. No obstante, al parecer los norcoreanos difieren de los europeos que al morir el rey exclamaban para simbolizar la continuidad del Estado, à la française: “Le roi est mort, vive le roi” o the english way: “The King is dead, long live the King”. La sucesión en Corea del Norte no es así de simple. Los súbditos de Kim Jong-il no pueden entronizar a un nuevo monarca sin antes haber llorado a moco tendido y gemido lastimeramente. Enlutados, se prosternan frente a la imagen del difunto y sufren ataques de histeria; se jalan de los pelos y golpean el asfalto a puño cerrado.

Sufren impúdicamente, ante las cámaras. No podría ser de otro modo. El duelo por la muerte de un monarca es un acto público en el que la aflicción es sinónimo de fidelidad y sumisión al régimen. Y es que el régimen dinástico perdura; no muere como moría la dictadura en España con la muerte de Franco. El fallecimiento de Kim Jong-il no es en este sentido sinónimo de emancipación, al contrario. Es por esto que, por más ridículo que parezca, el incesante lloriqueo y gimoteo del pueblo comunista es la acción más propicia a tomar en la coyuntura actual desde un punto de vista estratégico.

Las autoridades de la República Popular Democrática de Corea han pretendido fútilmente instrumentalizar las imágenes de este obsceno espectáculo con el fin de mostrar un pueblo que ama a su líder. La puesta en escena ha sido contraproducente.  Las escenas que se difunden en las pantallas del orbe han sido objeto de burla o de simple estupefacción. A esto se suma el hecho de que, por esas coincidencias de la vida, la noticia de la muerte de Kim Jong-il llegó al mismo tiempo que el fallecimiento de Václav Havel. Así, mientras Occidente conmemoraba la trayectoria de vida del líder de la “revolución de terciopelo”, Fidel decretaba tres días de duelo oficial por la muerte del camarada Kim. Con estas reminiscencias de la Guerra Fría, el mundo observaba dos naciones enlutadas. La imagen de la nación checa encendiendo velas en la plaza Venceslav contrastaba con la imagen de la nación coreana, presa de la histeria colectiva.

Las imágenes nos muestran que las lágrimas que ruedan en Europa Oriental no son las mismas que ruedan en el Extremo Oriente. La brecha que separa a las lágrimas de cocodrilo de los norcoreanos de las lágrimas de sufrimiento de los checos, es la brecha que separaba a Berlín Este de Berlín Oeste.

Más relacionadas

4 Comments

  1. En Ecuador los serviles de correa vociferan en defensa de su caudillo, el «mejor presidente del mundo» dicen, pronto, cuando se le acabe la plata, los escucharemos elevar mas sus voces, solo que esta vez YA NO sera para alabarlo.

Los comentarios están cerrados.