El paraíso tenía un precio

Por Martín Santiváñez Vivanco
Lima, Perú

Algunas obras de la literatura latinoamericana reflejan, en estampas brillantes, la complejidad de nuestra tierra, los ríos profundos que nos separan y las ensoñaciones propias del alma del continente. Con imágenes poderosas, la buena literatura latina nos marca de por vida, desde Un mundo para Julius hasta Mi planta de naranja lima, pasando por el boom y el indigenismo. En todas partes hay un trozo de nuestro espíritu, aquí y allá emerge un segmento de incomparable realidad. Política y literatura se funden en un marco superior.

A veces, la simbiosis produce pequeñas obras maestras que en sí mismas son un tratado de psicología regional. El paraíso tenía un precio, la nueva novela de Andrés Hernández Alende, es una de esas piezas que valen por lo escrito y por todo lo que evocan. Tratándose de Latinoamérica, Hernández retrata con maestría las miserias y esplendores del arca de Occidente.

Porque El Paraíso tenía un precio no es sólo la historia de unos personajes cuyas vidas se entremezclan en torno al elusivo concepto de “felicidad”. Como pocas, esta novela describe el escenario socio-político en el que naufragan los actores de la trama. Cuba, el castrismo, la dictadura totalitaria y el paraíso conformado por las obsesiones de los protagonistas son los campos de batalla del día a día, pequeñas tragedias latinas que se entrelazan hasta estallar en un desenlace insospechado. Andrés Hernández sintetiza los claroscuros de un país suspendido en el tiempo y las contradicciones de un exilio abrumado por el espejismo de la prosperidad material. Cuba es la presencia constante, el sueño roto, la tierra ausente. Miami, el monstruo de millones de cabezas que devora la inocencia del exiliado, hasta convertirlo en una pieza más del sistema, miserable instrumento de designios superiores frente a los cuales sólo cabe la rebelión.

Tal vez por eso, porque estamos ante una historia nacida de la tragedia del éxodo cubano, a lo largo de la novela flota un anhelo de reconciliación e independencia. En El Paraíso tenía un precio hay tanto dolor como esperanza. Dolor, ya que es imposible imaginar lo que un ser humano debe sentir ante el tormento del destierro o el exilio. Y esperanza, porque en la actitud de los personajes de Andrés Hernández siempre hay un resquicio para la autonomía. Este libro es, de muchas maneras, un canto a las mujeres y hombres libres, porque solamente desde la libertad es posible alcanzar la redención absoluta, el paraíso trascendente. Cualquier precio es bajo con tal de acceder al Edén de la independencia, un bien esquivo para los pueblos sojuzgados por el imperio primitivo del cainismo y la estatolatría. Por eso, El Paraíso tenía un precio es, ante todo, una afirmación de libertad.

Nada tiene que ver el paraíso con los sofismas revolucionarios de un sistema totalitario, instaurado hace décadas por una camarilla pseudo-comunista aferrada a móviles privados, vulgares en su egoísmo. Tampoco hay felicidad verdadera en las luces de neón del consumismo exacerbado. Un hombre puede ser libre en un entorno de esclavitud y, de la misma forma, un ser humano se degrada hasta la cosificación si abraza la anarquía y el materialismo irresponsable. Tal tensión está presente a lo largo de toda la novela, en la que Cuba y Miami (“vasta alfombra de luces infinitas”) encarnan la quintaesencia de una dicotomía que se extiende por todo el orbe.

O ideología o materialismo, parece susurrarnos nuestra época, con insistencia terrenal. La libertad es el único remedio a esta premisa maniquea, el antídoto a los radicalismos construidos por la ingeniería social. La libertad, síntesis armónica, supera las ensoñaciones estériles y nos impulsa a decidir sobre escenarios reales, de manera responsable y generosa. Los “paraísos” de este mundo pervierten la esencia libertaria y la trastocan, desvirtuándola. Es por eso que uno de los personajes de la novela, desconcertado momentáneamente, sostiene en medio de su desesperación: “Yo quiero ser libre. Y en este país, para ser libre, hace falta mucho dinero”.

Se equivoca. Para transformar la realidad el hombre no necesita de becerros de oro o mesianismos políticos. Los seres humanos libres navegan contra la corriente, “condenados a ser extraños en este mundo”, como los personajes de Andrés Hernández Alende.

Tal vez les sea esquivo el presente, salpicado de fracturas ideológicas y falsas utopías. Pero, sin duda, es de ellos, y sólo de ellos, el futuro, un porvenir que adquiere sentido si se construye sobre la libertad y el bien común. He allí el auténtico paraíso por el que vale la pena luchar.

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3 Comments

  1. País que olvida su historia está condenado a repetirla y con creces, así de
    sencillo; ya tuvimos este desenfreno en la década de los años 70, también era la
    revolución, también habían carreteras a doquier, el Estado era padre y madre,
    subsidios para todos, gasolina regalada, inversiones sin ningún control, el País
    con un índice de crecimiento líder en Sur América, la gente se farreaba lo que
    había. Y el resultado macabro fue: atraso y subdesarrollo del año 1982 al año
    1999, donde la crisis reventó. Así de cruda es la
    realidad………….

  2. Excelente, «OLVIDAR, NUNCA, JAMÁS» ni la partidocracia ni la ROBOlución
    ciudadana han gobernado para el «PUEBLO», solamente ESQUILMAR, ESQUILMAR Y
    ESQUILMAR (ROBAR)los dineros de los ecuatorianos, ahora son los ROBOlucionarios
    con correa a la cabeza con el cuento «BARATO DEL BUEN VIVIR»,les dan DIZQUE por
    un lado el bono de 35 dólares y por otro lado los precios de la canasta familiar
    (básica) supera los 600 dólares, QUE TREMENDA DIFERENCIA, realmente de
    POBREZA…pero dicen BAJÓ LA POBREZA…

  3. La equivocación que tuvimos en confiar en este Gobierno, fue como para darnos
    contra el suelo, pero no hay mal que dure cien años ni pueblo que resista. Y
    cuando el pueblo le diga chao, que es creo, lo más pronto. Entonces se sabrán
    todas las inequidades y todos los actos ilegales y violaciones que se
    perpetraron, a vista y paciencia de La Asamblea y demás órganos de
    control.

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