Año nuevo lejos de casa

Por Xavier Vizcaíno
Quito, Ecuador

Durante la noche habían caído los primeros copos de nieve de ese invierno que llegaba retrasado. Un gran cúmulo de cristales blancos se arrimaba al vidrio exterior de la ventana doble y, como el diafragma de una cámara fotográfica, filtraba el ingreso de la luz del último amanecer del año. Abrí la ventana para dejar que escape algo del calor que el radiador acumuló durante horas. Una ducha rápida, desayuno de hotel, un buen abrigo y a la calle.

Un acogedor aire frio bajaba desde las estribaciones de los Alpes. A dos cuadras del hotel está la estación del U-Bahn, el tren metropolitano local. Es fácil entender porqué éste sistema de transporte urbano es considerado como el mejor del Mundo. Incluso parecería que los pasajeros tratan de ocupar el menor espacio posible dentro de los limpios y cómodos vagones. Las indicaciones del mapa del metro se entienden, a pesar de que mi manejo del alemán solo incluye unas cuantas palabras indispensables para comer, hacer compras e ir al baño.
Primera parada. El Danubio transcurre como música lenta. El calmado concierto líquido tiene su obertura en la Selva Negra y dirige sus notas hacia el Este, donde forma un gran abanico para entregar sus aguas al Mar Negro. Mientras caminaba junto al rio, noté que mis pasos llevaban un compás de tres tiempos. Distraídamente, tarareaba el Danubio Azul.

La siguiente parada es el Barrio de los Museos. Su nombre debe interpretarse literalmente. En pocas cuadras se encuentran invalorables obras de Klimt, Durero, Schiele y muchos otros artistas, en museos como Albertina y Leopold. Sin embargo, la colección de Gustav Klimt que incluye “El Beso”, no se encuentra en este sector. Para verla hay que ir al Belvedere, uno de los palacios menores de los Habsburgo, quienes desde esta ciudad dominaron Europa hasta la Primera Guerra Mundial.

Ya es hora de almorzar. Desde los museos la distancia al centro es muy corta y puede salvarse a pie. Prefiero tomar un atajo y rehago el camino diario que Sigmund Freud recorría para llegar a su lugar favorito en la ciudad, el Café Central. Hay que esperar algunos minutos en la puerta, pues la demanda es alta. Este sitio era el punto de encuentro de intelectuales, políticos y artistas. En las paredes hay fotografías de los habitúes del café en su época de oro. Entre otros, distingo a un joven Trotsky, cuando su apellido aún era Bronstein. El almuerzo consiste en dos salchichas vienesas, ensalada de papa, mostaza, rábano picante y cerveza. Una sencilla delicia.

Tomo de nuevo el metro, a pesar de que mi destino está muy cerca. Noto que en las estaciones no hay ningún sistema de control de pago del pasaje. No hay un torno, un guardia, una puerta automática. Simplemente, una máquina que vende los tickets. Dos paradas después, he llegado a mi destino, el centro del centro de la urbe. Al salir de la estación subterránea, me abordan varios personajes vestidos a la manera cortesana y luciendo lustrosas capas de terciopelo color vino. “Il Concerto” aventuran en italiano. “Il concerto di Capodanno”, repiten, mientras extienden folletos ilustrados. Tienen razones para hablar en italiano: la mayoría de turistas que visitan la ciudad en estas fechas vienen del norte de Italia. “No, grazie” les digo, siguiéndoles la corriente. Vaya. Aquí los vendedores ambulantes ofrecen conciertos de música clásica. Si en algún momento lo dudé, ahora puedo estar seguro de que estoy en Viena.

Estoy frente a la imponente Catedral de San Esteban. Desde aquí se miden todas las distancias terrestres del país. Éste es el plexo solar de Austria. El tejado multicolor con patrones geométricos y la enorme torre del campanario hacen que ésta iglesia gótica, en pié desde el siglo 12, sea inconfundible. “Il Concerto” repiten los vendedores. A pesar de su pasado imperial, los héroes locales no son militares ni emperadores. Es Mozart. El genio de Salzburgo pasó la mayor parte de su vida en la capital austriaca, pues era el centro musical y artístico de Occidente.

Si bien Wolfgang Amadeus es amado en Viena, los Strauss son los verdaderos dueños de la casa. La mayor parte del programa del famoso Concierto de Año Nuevo –Neujahrskonzert- interpretado por la Filarmónica de Viena, consiste en obras de la familia Strauss. El punto culminante es el Danubio Azul de Johann hijo, y finaliza emotivamente con la Marcha Radetzky de Johann padre, acompañado de aplausos rítmicos del público. Es tan grande la demanda para este concierto, que quien quiera asistir debe participar en el sorteo que se realiza en los primeros meses de año. Y claro, pagar el precio de la entrada que oscila entre 30 y 1000 euros. Por eso, se muy bien que el ‘Il Concerto’ que ofertan en la calle no es – no puede ser- EL CONCIERTO. Son presentaciones para 20 o 30 personas en salas de palacios restaurados, generalmente seguidos por fiestas de música electrónica, que tiene gran acogida entre los jóvenes austriacos. Al final, compro las entradas para el recital que parecía más prometedor, el día siguiente.

La tarde empieza a caer. El ambiente se pone más festivo, y se instalan puestos de venta de vino hervido, pirotecnia y figuras comestibles de un dulce de almendras llamado marzipan (los cerdos y tréboles son los preferidos). Deambulo por la zona peatonal. Aquí están las tiendas de las marcas más conocidas de ropa, joyería, relojes, autos de lujo. Entre ellas, en el camino al Palacio Imperial de Hofburg, está la legendaria pastelería Demel, inaugurada en 1786. Muchos dicen que es la mejor del Mundo. No puedo quedarme con la curiosidad, entro al local. Tres pisos de pastelería, con su nombre coronado por el escudo del águila bicéfala de los Habsburgo. Pido la Sachertorte. Minutos después me ponen en frente un pedazo de paraíso consistente en dos capas de pastel de chocolate semidulce con mermelada de durazno en medio, bañados en fondant de chocolate oscuro sin azúcar y acompañado de crema batida. Y un café vienés. Y la sonrisa que vuelve cada vez que lo recuerdo.

Allí afuera está el Palacio Imperial. En la calle, se escucha el rítmico cacheteo del caucho de los neumáticos sobre el empedrado de la vía. El Palacio alberga el museo dedicado a otro de los íconos de Viena, Elizabeth de Baviera, más conocida como Sissi, la emperatriz que sacudió del imperio Austro Húngaro con su temperamento fuerte y libre. Ella detestaba este lugar tanto como adoraba Schönbrunn, el palacio de verano con enormes jardines en el suroeste de la ciudad. Junto al Palacio Imperial, está la famosa Escuela Ecuestre Española de los caballos lipizanos. Ha caído la noche y es momento de volver a la plaza.

En el camino, junto a una gran joyería, hay un grupo que interpreta música andina. Vienen de Cotacachi. Reciben aplausos entusiasmados de los transeúntes y varios compran el CD que se vende por diez euros. Los paisanos están contentos. “Así mismo es siempre” me dicen. “Acá la gente aprecia la música”.

Entro en una licorería y compro un botella de champaña. La música suena más fuerte, empiezan a formarse aglomeraciones. Hay tarimas, grupos de rock y música electrónica. Faltan 30 minutos para el nuevo año. Se siente la agitación. La calma de la mañana queda de lado. Los amigos se encuentran, hablan, gesticulan, beben. Alguien enciende anticipadamente un petardo. Retumba el estruendo en el encajonado de las casas, pegadas unas a otras en esta caja de resonancia. Faltan diez minutos, caen tímidamente unos pocos copos de nieve, para recordarnos que el invierno sigue allí. Pero en la calle hace calor. Viena hierve. 5 minutos y los grupos se cierran. Los amigos, las familias, los amantes quieren estar juntos en el momento en que muera el año. Es evidente que todos tienen un pequeño polvorín en los bolsillos. 2 minutos. Los cantantes dejan de lado la música y hablan. Suenan palabras plagadas de sonidos fuertes, germánicos. No entiendo lo que dicen pero no es difícil adivinarlo. 1 minuto. Las parejas que se besan, hay lágrimas. Se empiezan a descorchar las botellas. 30 segundos. Los músicos se abrazan frente al micrófono en la tarima y cuentan hacia atrás. Fünf, vier, drei, zwei, eins … gutes Neues Jahr!

El estruendo intimida. En un instante, la noche deja de serlo, miles de soles estallan en el cielo. El humo y el olor a pólvora se mezclan con el sabor de la champaña y los abrazos y los gritos y los besos. Botellas revientan contra el suelo. Los bajos de la música resuenan en el pecho. Mareas humanas hacen imposible caminar independientemente. Es mejor identificar un torrente que se dirija a tu mismo destino e incorporarte a él. Los petardos continúan estallando 20, 30, 50 minutos pasados la medianoche. Los rostros enrojecidos por el frio y el alcohol, no dejan de cantar y celebrar. La palabra de la noche es abrazo. Ya son las 2 de la mañana y la gente baila, come, sigue bebiendo y rompiendo enérgicamente las botellas en la plaza. El metro sigue funcionando. Solo tengo que hacer un cambio de trenes y llego al hotel.

Al día siguiente vuelvo a la plaza de San Esteban, voy a escuchar el concierto. No queda un solo vidrio roto en el piso. Estoy en Viena.

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4 Comments

  1. Exelente experiencia don XAVIER También se presta esta fecha para autoevaluarse y cambiar de rumbo humildemente,
    si es procedente. El hombre es por esencia un ente sociable, que tiene su núcleo
    en la familia y ese es el ejemplo de la familia de Nazareth: el HIJO DIOS que
    nace en un pesebre, con un padre humano de oficio carpintero y una madre que
    hace la voluntad de Dios. Creo que ahi está la clave de la felicidad. En
    cualquier medio o circunstancia por mas pobre y humilde que sea el AMOR LO
    CAMBIA TODO, HACE DIVINO LO HUMANO

  2. Excelente artículo, he disfrutado la elegancia y la sencillez con que fué escrito, mentalmente me trasladé, a esos hermosos lugares que algun día tuve la buena suerte de visitar. Nuevamente gracias por tan buen comentario, rompe con el esquema de los escritos,  tan evidentemente sectaristas del resto de artículos de opinión de este medio.

  3. Excelente artículo, he disfrutado la elegancia y la sencillez con que fué escrito, mentalmente me trasladé, a esos hermosos lugares que algun día tuve la buena suerte de visitar. Nuevamente gracias por tan buen comentario, rompe con el esquema de los escritos,  tan evidentemente sectaristas del resto de artículos de opinión de este medio.

  4. Excelente artículo, y diría que refrescante en medio de los artículos de opinión políticos.  He recordado la única ocasión en que no he estado en Ecuador en una Navidad o Año Nuevo, que fué hace mucho tiempo, muy, muy lejos.

    Experiencia que supongo será inolvidable, como lo son los viajes, sean de placer, estudios y hasta de trabajo. 

    Que disfrute su viaje.

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