¡Qué envidia, Dilma!

Por Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

Dilma Rousseff, la presidenta del Brasil, ha demostrado, una vez más, que es una persona sensata. Tan sensata que, mientras enfrenta una terrible huelga policial en Salvador de Bahía, no se le ha ocurrido meterse personalmente en el principal cuartel de los sublevados. Fue tan sensata que encargó a un ministro la solución del problema, mientras que ella siguió dedicada al resto de los complejos temas de gobernar un país. La envidia es libre.

En el Brasil todas las cosas son grandes. Desde su economía (la sexta más grande del mundo) hasta sus ciudades (Sao Paulo es la ciudad más poblada del hemisferio sur). Salvador de Bahía, la tercera ciudad del Brasil, tiene casi 3 millones de habitantes y, si se suma toda su zona de influencia, son casi 5 millones. Se dice que el carnaval de Bahía es todavía más grande que el ya gigantesco carnaval de Río de Janeiro. En realidad, las cosas en el Brasil son grandes.

También son grandes los problemas. Hace poco, cuando el gobierno decidió tomar el control de las favelas de Río de Janeiro, fue necesaria la intervención de batallones de policías y militares para frenar una criminalidad muy violenta y conectada con el tráfico de drogas. La inseguridad es terrible en ese país, donde cada año mueren violentamente 50.000 personas.

Parecería que una tóxica combinación de bajos sueldos, escasa preparación y altas dosis de corrupción es lo que llevó a los policías de Salvador de Bahía a declarar una huelga el 1 de febrero. Pocos días después, la huelga fue declarada ilegal (por un juez independiente). En cualquier caso, una de las principales demandas de los huelguistas son mejoras salariales y parece que un proyecto de ley que regularía las remuneraciones de los policías a nivel nacional también echó leña al fuego.

La huelga de los policías ha sido tan grave que se estima que en los primeros 10 días hubo 146 asesinatos y los habitantes de Bahía tienen miedo de salir de sus casas.

Y la presidenta Rousseff no se ha tomado las cosas a la ligera. Ha dispuesto la movilización de efectivos de las fuerzas armadas y de policías federales de élite y ha enviado a su ministro de justicia a Salvador. Pero el ministro no se ha metido en el cuartel de los sublevados y, obviamente, la Presidenta sigue manejando las cosas desde Brasilia.

En otras palabras, el problema es grande y complejo y se viene arrastrando por años, pero el comportamiento de la Presidenta parece estar aportando a solucionarlo.

Si la envidia le está matando, contrólese. En nuestro país también tenemos cosas positivas. Acá nunca se envía droga en valijas diplomáticas, ni se enjuicia a periodistas, ni se enjuicia a periódicos, acá los jueces sí son independientes y los presidentes nunca se meten en cuarteles de sublevados. Acá vivimos el buen vivir.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en El Comercio.

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