La terca memoria

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

«Intelligenti pauca». En los días de desolación, decían los jesuitas, hay que volver a los clásicos. Por ejemplo, las Anotaciones a los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, donde se proponen los movimientos (hoy diríamos estrategias) para enfrentar no solo el abatimiento y la desolación del alma sino el descubrimiento de las astucias del enemigo de natura humana que, bajo la forma de un bien a conseguir, confunden a los incautos y premian a los cínicos.

Hay clásicos y clásicos. Estos días, los periodistas y los que escriben artículos de opinión deberían volver a los suyos, al legado de Julio Schérer García por ejemplo. Elegido director general de Excélsior de México en 1968, el periódico más importante del país en ese momento, después de una carrera exigente en la prensa escrita, Schérer como Daniel Cossío Villegas, Miguel Ángel Granados Chapa, Raúl Andrade, Enrique Zillerí, pertenecía a esa generación, bastante rara hoy día, de hombres capaces de ventilar públicamente las miserias del poder incluso del que supuestamente los cobija o juzgar sin subterfugios los excesos y las mentiras de las ideologías con las que se identifican en privado. No por masoquismo ni por exquisito complejo de mártir, sino simplemente por principios. Y también por una visión compleja de la condición humana que el periodismo aporta ejemplarmente: por dentro, la absoluta soledad. Fuera, los elogios y la popularidad hasta que se truequen en declaraciones de odio y mentira.

El día de su elección, 31 de agosto, el presidente Díaz Ordaz lo llamó para felicitarlo. Inmediatamente, todo el Gabinete. «El milagro de la unanimidad es asunto ordinario en el Gobierno». Afuera, los mariachis en Reforma I8 daban la bienvenida. Pero eran días de cólera en México.

El día 2 de octubre de ese año, Excélsior estuvo convocado para cubrir el mitin de los estudiantes en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Volvió Jaime González, encargado de la cobertura. «Fue espantoso», soltó. «Pisé cadáveres. Blandos. Me sumía». Ante el horror, la angustia de informar en la edición inminente: ¿cómo dar la noticia? Como había sucedido: en la madrugada, Excélsior informaba a ocho columnas de lo sucedido.

«Traicionaste al presidente», le endilgó a Schérer el ministro Martínez Manatou. «Me acusó de parcialidad ante los hechos… sus palabras eran cargos: subversión, deslealtad, desorden, caos, patria, lealtad, patriotismo, valor, entereza, y, como remate, la razón de estado».

«No hay brutalidad que ampare la razón de estado -le dije, o le grité quizá», concluye Schérer. Se iniciaba una larga batalla entre el sometimiento y la libertad, cuya primera parte terminó, años después, con la toma de Excélsior por parte de los aliados al Régimen del presidente Echeverría, que expulsaron a Schérer y a periodistas y articulistas como Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Miguel Ángel Granados. Fue también el comienzo de la segunda etapa que continúa hasta hoy: la fundación de «Proceso» por Schérer y su grupo de colaboradores. La terca memoria.

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