Recuperar la vergüenza

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

El Ecuador amaneció otro el pasado jueves 16. Hasta la víspera de ese amanecer con olor a miseria, todavía cabía, por ingenua que fuera la hipótesis, que el máximo tribunal de justicia se resistiera a archivar la ley y sustituirla por las veleidades del poder. Era posible, hasta entonces, que aun por guardar las formas, por maquillar la parodia de juicio, por darle al tiempo la apariencia de que se lo han tomado,  se evitara la precipitación y nos hicieran creer, días o semanas más tarde, que al menos se lo pensaron antes de cargarse con la democracia, con lo que quedaba de ella.

Pero a partir del jueves 16 de febrero de 2012, ya no caben dudas. Lo que era sospecha, por abrumadora que fuese, se convirtió en evidencia. Ejemplares de El Universo alimentaban una hoguera en las afueras de la Corte, mientras adentro se reducía a cenizas una tribuna para las voces independientes, sentando un precedente que, de aceptarse sin más, obligaría a los dueños y directivos de medios a censurar todo artículo, columna, opinión o frase incómoda al poder, antes de que se publique y les depare, por birlibirloque legal, la extensión de la responsabilidad ulterior de los autores. Aunque la vergüenza internacional, la magnanimidad de última hora, la creciente repulsa ciudadana o el mero cálculo electoral detengan la ejecución del absurdo, el daño ya está hecho, el Ecuador ya es otro.

Es un Ecuador en el que estas cosas pueden suceder, y suceden -hoy han mutilado el derecho a opinar e informarse, mañana será cualquier otra libertad-. Donde no hay ya garantías de un juicio justo frente al Poder. Donde un Chucky Seven de mirada torva, sed de sangre y sin más escrúpulo que el doble filo de su daga traicionera se erige, en lugar de la dama ciega de la balanza, en símbolo del revolucionario civismo. Donde el imperio de la Ley cede ante el arbitrio,  la razón se hipoteca por el favor de las masas y la precaria unidad nacional se envenena con el insulto y el odio. Un país en el que se condena a quienes investigan y denuncian lo que anda mal y se premia a quienes lo causan; cuya gente, por encima del margen admisible de la ignorancia, se desentiende del absurdo y la injusticia mientras le alcancen un plato de lentejas, un bono, un negocio, las migajas de la lotería petrolera, o simplemente la comodidad de no incomodar, de mirar los toros de lejos, sin aplauso ni pifia, sin capacidad siquiera de volver las espaldas al despropósito.

Noventa  años de mantenerse a flote, sin desviar el norte ni perder la brújula, en medio de la tormenta, haciendo frente a los piratas que navegan los mares de la política, defendiendo la independencia que no pudo comprarse ni con $40 millones -hubiera bastado una reverencia frente al Poder para sortear la amenaza- son suficiente evidencia del valor institucional de El Universo. Ese diario, al que ningún ciudadano de bien debería escamotear su señal de solidaridad, sabrá elevarse sobre las cenizas de la iniquidad. Lo que me preocupa es cuánto tardará el pueblo en recuperar su vergüenza: le han cortado la lengua y no es capaz de decir esta boca es mía.

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