¿Nuevo contrato verbal?

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

¿Están condenados los Gobiernos populistas latinoamericanos del siglo XXI, elegidos al calor de reivindicaciones sociales y urgencias de cambio estructural, a convertirse en autoritarios e inclusive -hipótesis extrema- a controlar todos los demás poderes del Estado y eliminar así en nombre precisamente del mandato de quienes los eligieron? «Braden o Perón», fue más que una consigna. Fue la clave de identidad de los populismos latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX que se reprodujo en todos los países latinoamericanos invocando la confrontación como línea simbólica entre los buenos y los malos, los «correctos» y los equivocados, las oligarquías y el pueblo y, en términos internacionales, la dependencia frente a la liberación. Sus herederos del siglo XXI han asumido este legado contencioso pero que, como señala el filósofo argentino Diego Tatián, «puede tener efectos empobrecedores y es uno de los riesgos que aloja una absorción de la contienda política en el tiempo y en el léxico mediáticos, que han radicalizado la acepción unidimensional y la dicotomía en el juego de las ideas y de los significados».

En breve, si las diferencias existentes en toda sociedad compleja, se reducen al enfrentamiento unilateral -tan eficaz por cierto para la tarima virtual o presencial- de los justos contra los injustos, corre el peligro de transformarse en arma de legitimación del propio poder.

A mediados del año 2010, Tatián escribió para el periódico argentino Página/12 el artículo, «Un nuevo contrato verbal». Su planteamiento era la necesidad de establecer un nuevo contrato verbal en el país, que fuese más allá de la confrontación y que se abriese al «reconocimiento», palabra de enorme vigencia y significación para la filosofía política desde Hegel hasta Honneth, pasando por Ricoeur y Habermas. No se trata por cierto de erudición filosófica en los serios momentos que vivimos, sino de mostrar la gravedad del tema precisamente por la convergencia de los más destacados pensadores contemporáneos (Hegel está presente en nuestros debates) en este problema que afecta a los propios procesos de cambio social y deteriora a la democracia en nombre de la justicia.

«La disposición a discutir con otros pone especial atención en no sucumbir a la ironía cómoda, a la descalificación, al improperio o a una retórica autocomplaciente y autorreferencial -aunque hacerlo sea fácil o la tentación sea mucho, precisamente por ello».

Tatián señalaba en su artículo, para el requerimiento del nuevo contrato verbal, los nombres de los intelectuales argentinos satanizados por su crítica al régimen: Beatriz Sarlo, Roberto Gargarella y Vicente Palermo, entre otros.

¿El reconocimiento en las sociedades contemporáneas es un requisito esencial para su conformación como tales? Si es así, no puede entenderse como una dádiva del gobernante o una concesión misericordiosa.

El reconocimiento es un modo de justicia que evita el desconocimiento y vuelve creíbles las intenciones de cambio.

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