Hugo

Por Andrés Cárdenas
Quito, Ecuador

Vi dos veces la película Hugo y me gustó una, la segunda, cuando ya sabía qué era lo que Scorsese me podía ofrecer y lo que no. Como cuando uno va de viaje a un lugar conocido y ya no siente la decepción de no encontrar lo que estaba en Internet. Porque en las películas busco historias que me conmuevan, antes que grandes efectos especiales. Necesito guiones capaces de causar una catarsis aristotélica, piedad, terror y purificación, antes que un minucioso trabajo técnico. Y cuando se dan juntos, drama y técnica, hay algo inagotable.

La historia trata de Hugo Cabret, un niño huérfano que vive en una estación de trenes de París donde se encarga del mantenimiento de los relojes. Su padre dejó a medio reparar un autómata que podía escribir y el niño confía en que cuando funcione recibirá el mensaje que necesita para encontrar su lugar en el mundo. Para lograrlo siempre roba piezas de un local de la estación en el que se arreglan juguetes. Un día conoce a Isabelle, ahijada del dueño del local, con quien descubre que Papa Georges, su padrino, es en realidad el gran cineasta George Méliès.

Lo menos importante de La invención de Hugo Cabret es Hugo, el personaje principal. Papa Georges lo opaca en guión y Chloë Grace Moretz lo supera amplísimamente en actuación. El famoso mensaje del padre de Hugo no existe y el encuentro fortuito con la poseedora de la última pieza que le faltaba es forzado. No hay subtramas, no hay muy buenos personajes y no hay el excelente humor al que nos tienen acostumbrados los últimos filmes infantiles.

Sin embargo dije que me gustó y es porque el cinéfilo Martin Scorsese hace un homenaje a la historia del cine y a George Méliès. De hecho, rescata la visión que ese ilusionista, actor y director parisino tenía del cine como fábrica de sueños y trata de hacer eso con su película. Y a este servicio están una puesta en escena, efectos especiales y sonidos impecables. Crea una onda misteriosa entre relojes, manivelas, engranajes, la cuerda del autómata y trenes que van y vienen. Hay destellos de buenos diálogos cuando se compara la pérdida del sentido con una máquina rota, o cuando el niño explica que en el cine extrañaba menos a su madre. Y no es un filme infantil: es un sueño en el que uno se encuentra con Méliès, con su viaje a la luna y los inicios del cine y los efectos especiales. Y con un guiño a los Lumière cuando vemos la llegada de aquel tren a la estación pero por primera vez en 3D, para que la gente vuelva a levantarse de sus butacas más de un siglo después.

Hugo es un éxito como tributo al cine pero queda en deuda como buena historia. Es cine para cinéfilos o para quienes buscan tres dimensiones y buen audio surround.

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