La Derrota de Sarkozy

Por Luis Fernando Ayala
Guayaquil, Ecuador

No soy simpatizante de Nicolás Sarkozy. Al igual que a muchos, el rimbombante estilo del todavía presidente francés me resulta antipático. Su publicitado romance (y posterior matrimonio) con Carla Bruni, su cuestionada proximidad a personajes como el ex dictador libio Gaddafi, el escándalo relacionado con el nombramiento de su hijo de 23 años al frente de una importante agencia gubernamental y las acusaciones relativas al financiamiento de su campaña electoral, son entre otras, las razones que le llevaron a tener una muy baja popularidad desde el inicio de su periodo presidencial.

Sarkozy llegó al poder en el 2007, con un discurso moderno, que pretendía romper con el status quo socialista inspirado en los eventos de Mayo del 68, que privilegia la redistribución de riqueza antes que su creación, que reivindica los intereses de los sindicatos antes que los de aquellos que no pueden conseguir trabajo y que es incapaz de hacer frente a los peligros que el islamismo radical representa para Francia y para el resto de la civilización occidental.
En su campaña Sarkozy prometió flexibilizar la semana laboral de 35 horas instituida por los socialistas, reducir el gasto público en 4%, disminuir los impuestos y reducir los beneficios de desempleo a aquellos que no tienen intención de conseguirlo, todo con el objetivo de disminuir el peso del estado en la economía y estimular el crecimiento.

Pese a contar con una amplia mayoría en el parlamento, Sarkozy no fue capaz de cumplir con muchas de sus promesas. Aunque cumplió con flexibilizar parcialmente la legislación laboral, facilitando la contratación de horas extras, reducir los impuestos a las herencias y elevar la edad de jubilación; la crisis financiera internacional motivó a Sarkozy a cambiar su política económica, volviendo a las típicas políticas de intervención estatal que han caracterizado a Francia en las últimas décadas: aumentar el gasto público y subsidiar la creación de nuevos empleos. No solo cambió la política de Sarkozy sino también su retórica, pasando a denunciar lo que denominó “la dictadura del mercado” y a anunciar el fin del “capitalismo laissez-faire”.

Aunque es indiscutible que Francia salió mejor librada de la crisis que otros países europeos como Grecia, España o Italia; el saldo del gobierno de Sarkozy deja mucho que desear. Entre 2007 y 2011, la economía francesa creció apenas un 0,48% , el desempleo pasó de 8,4% a 9,8% ; el gasto público pasó de representar el 53% del PIB al 56% ; y la deuda pública en relación al PIB se incrementó del 60% al 80% . Todo esto llevó a que Standard & Poor´s rebajara la calificación de la deuda francesa de AAA a AA+ .

Pese a todo lo expuesto anteriormente, considero que lo peor que lo pudo ocurrir a Francia es que Sarkozy perdiera. Aunque es poco probable que un segundo periodo de Sarkozy, se hubieran dado las reformas que la economía requiere, lo que propone el socialista Hollande (elevar la tasa de impuesto máxima al 75% , incrementar beneficios de desempleo, aumentar el número de empleos estatales y reducir la edad de jubilación nuevamente a los 60 años ), representa todo lo contrario a lo que Francia necesita. No es la austeridad fiscal, sino la receta de alto gasto público, altos impuestos y alto endeudamiento, la que tiene a Francia y a Europa en la situación en que se encuentran.

Es indudable que una gran parte de los votos obtenidos por el socialista Hollande, fueron producto del rechazo al estilo de Sarkozy, más que a sus políticas. En una elección con un resultado tan reñido (3% fue la ventaja de Hollande), esos votos pueden haber representado toda la diferencia del mundo. Cuando hay tanto en juego (como es el caso de Francia), consideraciones como el estilo, carisma, posición social y simpatías religiosas, deben quedar de lado. Es una reflexión que bien nos puede servir al momento de seleccionar al candidato de oposición para las elecciones del próximo año.

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