Europa, Europa

Por Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

El título de la película de Agnieszka, Holland de 1990, sobre un judío internado en un orfanato soviético durante la Segunda Guerra y que es reclutado más tarde por los alemanes, convirtiéndose en un héroe nazi, sirve para retratar muy bien lo que ocurre en el Viejo Continente ahora: un cúmulo de contradicciones que han tratado de coexistir y aparentemente han sido exitosas, pero que, en esencia, acaban pasándole la cuenta a Europa y, muy posiblemente, al resto del mundo.

Todo empieza por la Unión Europea y el euro. La Eurozona permitió varias cosas: subió el nivel de vida de los europeos de los países relativamente más pobres -por los incrementos en su capacidad adquisitiva-, amplió mercados, facilitó la movilidad de factores, sobre todo capital. La parte bonita de la historia tiene que ver con un período en el que la disponibilidad de dinero, por las bajas tasas de interés y la entrada relativamente rápida de nuevos actores y consumidores históricamente relegados, provocó la impresión de bonanza y generó un aumento en el precio de muchos activos, sobre todo inmobiliarios. Esta etapa de riqueza inflada generó la semilla de su autodestrucción con la especulación financiera y un aumento -sujeto a los nuevos niveles de ingresos- de la cobertura social estatal. Una de las derivadas fue el aumento de la inmigración que produjo este periodo, algo que conocemos perfectamente. Pero cuando la burbuja se rompió, el ajuste se produjo por el lado de la reducción fiscal, el desempleo y más impuestos, mientras que los recursos fueron destinados a rescatar bancos.

El último capítulo de esta historia de absurdos tiene ver con la estatización de Bankia, un gigante financiero español, cuya cabeza era Rodrigo de Rato, exdirector del FMI. El salvataje y la nacionalización como solución, a nada menos que la institución liderada por uno de los personajes insignia del boom financiero mundial, mientras que uno de cada cuatro españoles que participan en el mercado laboral está desempleado.

Por eso se entiende que los Indignados hayan salido nuevamente a protestar. No solo para recordar lo que se convirtió en un fenómeno de movilización social, sino para alzar la voz y denunciar el desequilibrio entre las prioridades y las soluciones. Como queda claro a nivel de los países más aproblemados, y el caso español es elocuente, la crisis interna se agrava porque no existe acceso al crédito y porque, a su vez, los precios de los inmuebles se mantienen artificialmente altos, pues los bancos no quieren descapitalizarse. En la práctica, el sistema financiero español se convirtió en el mayor agente inmobiliario del mundo.

El problema es que cuando «el giro inmobiliario» de la banca no se pueda sostener, el necesario ajuste de precios y riqueza aparecerá. Y Europa se verá enfrentada a una encrucijada -económica, social y cada vez más política- cuyo resultado marcará el destino del continente y del mundo.

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