«Estado de Ira». Un teatro no tan nuevo, en el nuevo Teatro

Por Aníbal Páez
Guayaquil, Ecuador

El primer temor de quien subscribe es que la gente que fue al estreno del Sánchez Aguilar, se vaya a su casa deseando haber visto un monólogo de Pinoargotti, en lugar de la obra que se presentó. Claro, desde la lógica que aquel, lo hace reír más.

La lucha por cambiar los patrones del disfrute no sólo debe ser larga y sostenida, sino estratégica.

Reconociendo que es un tema complejo para la programación del nuevo teatro exhibir una oferta que radicalice las escasas propuestas escénicas que se dan en la ciudad sin con ello ahuyentar a los espectadores que en su mayoría asocian la palabra teatro con los monólogos de la “Mofle”, debemos ser claros en afirmar que la propuesta argentina, “Estado de Ira”, no logró movernos de nuestros asientos hacia la posibilidad de un teatro otro.

Si bien se trata de un espectáculo que no recurre al chiste fácil como elemento predominante, el acartonamiento de su estructura, apuntalada en una línea realista donde prevalece el carácter literal de su discurso (representación), hace que el ritmo se mantenga casi sin alteraciones de principio a fin. Eso, sumado a la dificultad real, de entender, acaso, la mitad de los parlamentos de la mayoría de los personajes; algunos por vocalización, otros por proyección.

Más allá de eso, la obra no logra consolidar sus dos soportes principales, por una parte la referencia a Hedda Gabler y su icónica representación de mujer con códigos morales desafiantes para su época (Ibsen, 1890), y, por otro lado, lo que parece ser el tema esencial de la obra, la burocratización de la escena, o por lo menos del ensayo, por parte de una grupo de actores que más bien parecen apuntadores profesionales, dispuestos a interpretar con toda su carga emotiva y psicológica cada personaje, siempre y cuando no suene el timbre de salida. Es así que la referencia a Hedda como símbolo de esa mujer irreverente pasa desapercibida y sólo vemos una actriz que poco a poco va desesperándose porque no logra seguir el paso a sus colegas de ensayo. Y la compleja analogía de los actores/servidores públicos, pierde fuerza al poco tiempo por la falta de desarrollo de los acontecimientos. A los diez minutos ya nos dimos cuenta del mecanismo con el que los “ayudantes” preparan a la actriz; después de eso, es sólo seguir viendo lo mismo.

Ni las buenas actuaciones salvan al espectáculo de una calificación regular. No por ánimo censurador sino por ausencia de frescura. No estamos diciendo que la obra fue mala, lo que pasa es que no fue distinta. Al nuevo teatro uno va con la intención de ver teatro nuevo, pero no es tan nuevo el teatro que maneja los mismo códigos de la escena guayaquileña desde hace ya algunos años, a saber, el teatro como representación de la realidad, como reproductor de la “vida misma” y no como productor de significantes que disparen al espectador a construir mundos alternos.

No se critica ni la actuación, ni la dirección, ni la escenografía; se comparte una opinión subjetiva que apunta necesaria la búsqueda de lenguajes alternativos para la escena local. Pero ojo, no somos ilusos, sabemos que es un proceso y que la construcción del gusto es paulatina, porque es construcción de cultura. Tal como lo es el que un día no necesariamente un sacerdote católico inaugure un espacio profundamente laico, por respeto a la religión del otro.

“Estado de Ira” nos deja un sabor ambiguo como primera imagen de estreno; la reproducción de lo mismo pero internacional y más caro, o la píldora inicial para contentar a los ternos sin disgustar a los jeans. De todos modos no podemos olvidar que la sala queda en Samborondón y que la entrada más barata del espectáculo cuesta un séptimo del salario básico.

Al final uno nunca puede contentar a todos. ¿Será que el teatro y la danza contemporánea podrán llegar al nuevo teatro? Todavía nos queda Zaruma.

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6 Comments

  1. Resulta irónico leer una crítica cultural hecha
    con tan poca cultura. ¡Tantas faltas ortográficas! El editor del periódico
    debería ser más serio con lo que publica. Los perjudicados son sus lectores.

  2. Dice Páez, el llamado crítico teatral  que “La lucha
    por cambiar los patrones del disfrute no sólo debe ser larga y sostenida, sino
    estratégica”.

    Me suena a una interna política. Mal escrita además.

    Buenos Aires es severa con los espectáculos y este lo consideró excelente  y va por su segundo año de éxitos.A ovación cerrada saludan el final, la platea de pie.

    “Estado de Ira” que fue además celebrada por públicos exigentes de Chile, y
    España donde cosechó aplausos y reconocimientos.

    Señores, erraron en la elección parece. Si nos dejamos guiar por esta crítica,
    bien podrían haber contratado para el estreno de tan ilustre espacio al Cirque
    du Soleil

    Modesta opinión

  3. Hola, Aníbal.

    Independientemente de si estoy de acuerdo o no con la crítica, creo que un crítico debe hacerse cargo de lo que dice y evitar cobijarse bajo el pronombre plural o impersonal.

    Lo digo porque en tu párrafo inicial planteas la perspectiva de la crítica: «el temor de quien suscribe», esa mirada que planteas es personal y del planteamiento que haces, debemos inferir que a continuación intentarás confirmar o descartar ese temor personal.

    Sin embargo, luego dices «no logró movernos de nuestros asientos», o que «a los diez minutos ya nos dimos cuenta del mecanismo»… y más adelante, el impersonal «no se critica ni la actuación, ni la dirección, ni la escenografía; se comparte una opinión subjetiva que apunta necesaria la búsqueda de lenguajes alternativos para la escena local» y después el plural otra vez: «Pero ojo, no somos ilusos».

    Me pregunto: ¿dónde está Aníbal?

    La mirada jamás puede ser colectiva. La mirada es subjetiva y personal. Y, al menos para mí, la crítica es una mirada. Entiendo que hay críticas que pretenden ser objetivas, pero en ese intento de subjetividad pierden la sangre y terminan siendo demasiado académicas o demasiado periodísticas. O quizá son simplemente académicas o periodísticas. La pretensión de objetividad es una de las grandes mentiras tanto del periodismo como de la academia, y es justamente por eso que te comento esto: porque sé que, antes que crítico, eres actor, y no solo eso: eres un muy buen actor.

    Un afectuoso saludo.

        • Hola Denise, muchísimas gracias por tu comentario. No tengo el gusto de conocerte, salvo de vista. Tomaré muy en cuenta tu sugerencia porque como bien afirmas, más que crítico, soy un actor que emite una opinión desde su mirada, sin pretensión de «verdad» pero a veces, con apasionamiento. En fin, siempre es bueno recibir las críticas para intentar mejorar.
          Un saludo también.

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