¿La comedia mexicana de Fuentes?

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

No hay finado que sea malo, reza perversa, la sabiduría popular. En su edición especial de aniversario por los 35 años de su fundación (1976 – 2011), la revista Proceso consigna, para siempre, en el lenguaje «silencioso pero implacable», de sus fotógrafos las imágenes de los acontecimientos y de los personajes de la vida mexicana. En los personajes de la cultura falta una foto de familia: la de Carlos Fuentes. El registro de Proceso es completo hasta el detalle: comienza con las necesarias presencias de don Alfonso Reyes y de Martín Luis Guzmán, pasando por Juan Rulfo hasta una Elena Garro bailando distraída con un García Márquez musicalmente desbordado. No faltan Octavio Paz ni Elena Poniatowska, ni por supuesto Carlos Monsiváis ni Efraín Huerta. Solo falta el autor de La región más transparente, quien en el prólogo de esta novela, magnífico por su erotismo verbal, intenta reunir la tragedia, la grandeza y la comedia de México para que el país pueda por fin escucharse a sí mismo como dijera Krauze.

Fuentes prefirió para su recuerdo eterno Montparnasse, no la Rotonda de los Ilustres. El mismo, solo, arregló los detalles en París. «…Vivir en Paris, es sabido, desgasta, diluye todas las vocaciones que no sean de hierro, encanalla, empuja al olvido», comenta Roberto Bolaño en Los detectives salvajes. Pudoroso, uno de los exégetas de la obra de Fuentes señala que por razones desconocidas, no generacional, no hubo una buena relación entre Fuentes y Bolaño. La razón puede ser más profunda: después de leer Los detectives salvajes, el México de las últimas décadas del siglo XX que Fuentes pretende descubrir, se vuelve pirotécnico, dramático en exceso y por lo tanto lejano y no convocatorio como fue en 1958 con La región más transparente o en 1962 con Aura y La muerte de Artemio Cruz.

Algo pasó en la larga y por supuesto productiva vida literaria de Carlos Fuentes que duró más de cuatro décadas. La cuestión tiene que ver precisamente por su obsesión por el lenguaje y por revelar la nueva identidad mexicana que estaría pendiente. Lo anotó Enrique Krauze en el número 139 de la revista Vuelta, 1988, en un artículo que probablemente resulte incómodo a esta hora. En «La comedia mexicana de Carlos Fuentes», Krauze señalaba «… Por las palabras Fuentes es, para bien y para mal, un verdadero escritor, un gran talento sin obra definitiva. La misma, antigua obsesión por el lenguaje que lo ha llevado a intentar experimentos riesgosos y lograr páginas de admirable vitalidad, lo ata a un tiempo y una retórica que pasarán muy rápidamente».

El primer desencuentro con Fuentes fue por Terra Nostra. Había que ganar la beca Guggenheim para poder leerla, comentaba Monsiváis. Con el tiempo la distancia se acentuó. ¿Qué sentido tenía a estas alturas una Comedia Humana estilo Balzac? Muy probablemente fue la retórica, el exceso histriónico lo que nos alejó, no algunas de sus obsesiones: «No me detengas, voy hacia mi juventud, mi juventud viene hacia mí, entra ya, también el demonio fue un ángel, antes»

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