Marcelo Chiriboga: Elegía del más grande

Por Miguel Molina Díaz
Quito, Ecuador

Para escribir sobre Marcelo Chiriboga un rubor tormentoso me congela, sobre todo, los dedos y los parpados. Es difícil, por no decir imposible, para un aficionado a la literatura, concebir las palabras precisas con las que he de referirme al más grande escritor ecuatoriano de todos los tiempos. Chiriboga, sin lugar a dudas, superior a Borges y a Cortázar, llegó a ser, en sus días de gloria, el escritor más genial del Boom Latinoamericano y su obra trascendió las fronteras de todas las regiones de la Tierra: era leído con una devoción religiosa incluso en África.

Hace pocos días, tal vez a razón de la muerte de Carlos Fuentes (quién fuera uno de sus más íntimos amigos), me enteré de que la viuda de Chiriboga, la conocida y veterana actriz Adéle de Lusignan, decidió publicar bajo el sello Alfaguara, la novela póstuma del genio literato, encontrada en la que fuera su estancia de trabajo. La Caja Secreta, como ha sido llamado este manuscrito, no es sino la continuación de su sensacional obra La caja sin secreto, novela que en su momento catapultó a Chiriboga para que recibiera el Premio Cervantes y el Chevalier des Arts et des Lettres, otorgado por el gobierno francés. Más fascinante aún fue descubrir que este libro inédito no es la primera obra póstuma que se publica del memorable autor. En 1997 el sello Alfaguara dio a conocer la compilación de sus Nueve novelas breves.

Chiriboga, cuya obra monumental fue el sol que iluminó y dio vida a la cultura latinoamericana, murió no únicamente en una situación de completa austeridad sino en el olvido absoluto. Su militancia en el Partido Comunista Ecuatoriano en los días de su juventud y su posterior deserción (se proclamó partidario de la Economía de Libre Mercado) le brindaron más de un enemigo: los partidos de izquierda y de derecha no solo lo rechazaron, sino lo persiguieron. Ante esta situación Chiriboga se vio obligado a partir al exilio, consumándose así el parricidio más atroz que ha cometido el Ecuador como república y sociedad. Sus últimos días transcurrieron en Francia, en donde Chiriboga murió añorando esa patria a la que nunca pudo regresar.

Su estética es, por decirlo de algún modo, voraz. El estructuralismo que podemos encontrar en sus novelas, sin lugar a dudas, deja atrás a la Rayuela de Cortázar. Sería un error hablar de juegos borgianos en su obra; lo correcto sería referirnos meramente a juegos chiribogianos. Una frase de La Caja Secreta me ha dejado sin aliento: «…Y allí se encontraba desnudo y expectante frente al silencio que antecede a la muerte; viejo, solo, una caja vacía sin recuerdos ni alegrías. Una caja llena de polvo, olvido y telarañas». Ya lo dijo José Donoso, probablemente uno de los más reconocidos novelistas del Boom, “Quisiera escribir como Chiriboga. Pero no puedo”. Estas, queridos lectores, no son sino las crónicas de un país que ha fracasado en casi todos los aspectos, sobre todo, en el artístico y cultural (por más que la sentencia de Benjamín Carrión resuenen en nuestra memoria), y cuya única luz fue Marcelo Chiriboga.

Lo cierto es que en 1997, sin poder más con la duda, Jorge Enrique Adoum se acercó a Carlos Fuentes para preguntarle sobre este insigne escritor, cuyos libros, hasta entonces, eran imposibles de adquirir. “Esa fue una invención de Donoso. Era el miembro que le faltaba al boom” confesó el recientemente extinto autor mexicano. En el 2001, cuatro años más tarde, Fuentes ratificó en una entrevista para Diario El Comercio que Chiriboga fue su intento y el de José Donoso para sacar a la literatura ecuatoriana de su anonimato dentro del Boom.

Sin embargo, no fue ese, en modo alguno, un irrespeto a la literatura del Ecuador -¿cuál literatura?-, sino la cruda realidad. Para muchos (incluido Adoum, según el documental sobre su vida realizado por el Pocho Álvarez) el Ecuador no ha sabido ser, como país, un pedestal para que sus figuras puedan ser vistas en el mundo (Adoum alegaba que si César Dávila Andrade hubiera nacido en México o Argentina sus obras hubieran sido traducidas a todos los idiomas posibles, lo cual, por supuesto, no me atrevo a negar). Pero no es posible ni racional atribuir la culpa del fracaso de la promoción cultural y artística del país, a un ente tan abstracto y ficticio como es, precisamente, el país (concedido como Estado, que es la ficción jurídica por excelencia). La culpa, es justamente de los malos escritores carentes de talento.

Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro, cuando fundaron el Movimiento Infrarealista de poesía, amenazaron con secuestrar (metafóricamente) a Octavio Paz, adalid y autoridad suprema de la promoción cultural en el México de aquel entonces, para simbolizar la ruptura del paradigma y el cambio de época en el arte. Es triste, por decir lo menos, que nosotros, en Ecuador, ni siquiera tendríamos a quién secuestrar (¡por favor, sería como comparar a los escritores de la generación del desencanto con Octavio Paz!). Es decir, la culpa es del monopolio de la promoción cultural ejercido por esas pocas manos de seudo-escritores resguardados en tristemente celebres instituciones y editoriales, bajo principios misóginos y eufemísticos. Repugnante es comprobar lo que escribió un twitero sobre el proceso para elegir al nuevo presidente de una de esas instituciones: “En listas candidatos @casadelacultura, no hay una mujer, ni un indígena, y peor aún un representante GLBTT. Ahí no ha pasado nada.” Son los mismos candidatos de los últimos 50 años, casados con la desviada (no)revolución que gobierna el Ecuador de hoy en día.

Pocos han sido los escritores del Ecuador que realmente han aportado al desarrollo cultural contemporáneo, como Jorge Enrique Adoum y Alicia Yánez Cossío (es injusto de mi parte no mencionar las obras de intelectuales, tal vez –algo- jóvenes, que están publicando en la actualidad. Lo hago porque esta es una reflexión histórica). Además, a raíz del comienzo de la llamada Revolución Ciudadana, el Ministerio de Cultura se ha convertido, progresivamente, en la máxima expresión de ese fracaso, de ese vacío, de esa carencia.

En este escenario marcado por un oscurantismo abismal y dogmático, lleno de obsesiones y victimizaciones, surge nuevamente la figura de Marcelo Chiriboga, su imagen es un llamado de atención a nuestra situación cultural (y política) ecuatoriana. Él es el recordatorio de lo que nunca fuimos, pero de aquello que podemos ser algún día. Chiriboga y su novela La Caja Secreta regresan para recordarnos, exactamente, quienes somos. Quienes hemos sido durante casi 50 larguísimos años. Su sombra emerge en la noche, como un fantasma diabólico, pero sabio. Sus palabras vuelven a impregnarse en las paredes de esta ciudad y de todas las ciudades. Chiriboga, es una búsqueda, una provocación, una iluminación, un frenesí. Es, sin lugar a dudas, el más grande escritor ecuatoriano.

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