Un pez pardo

Por Xavier Vizcaíno
Quito, Ecuador

El Moya tenía la mirada inquieta de quienes escudriñan los objetos para arrancarles las palabras que contienen. El Moya – en los colegios de varones el apellido es la fuente primaria de identidad– era dueño de una rebeldía que volcaba sobre los obligatorios textos de las clases de composición. Recuerdo su verbo irreverente e inconformista, que no pocas veces le significó problemas que otros preferían evitar.

La vida del estudiante tiene plazo fatal. La diáspora es inevitable. Yo elegí los números, el Moya eligió las letras, escogió ser periodista. (Me resisto a utilizar el eufemismo “comunicador”, pues no distingue oficio alguno; es solo la descripción de la naturaleza humana.)

Años después, mientras esperaba a que un dentista especialmente locuaz me atendiera, encontré en El Comercio el anuncio de los resultados del prestigioso premio Jorge Mantilla Ortega. El primer lugar fue otorgado al Moya – Juan Carlos Moya – quien recibió una beca y se largó a Buenos Aires para aprender con Kapuscinski los entresijos del oficio de contar historias.

Aunque fragmentaria y dilatada, la vida revela su propia narrativa. Eso sí, hay que estar atento a los detalles. Hace pocos días encontré nuevamente las letras de Juan Carlos, pero esta vez se había atrevido con la narrativa. En el tomo “Palabra Nueva”, junto con otros 11 escritores, Juan Carlos Moya presenta un relato sorprendente en fondo y forma: “Un sueño es un pez pardo”. La narración plantea una visión onírica, estilizada y cuidadosa de ese momento en que las postergaciones de ayer se transforman en renuncias definitivas.

El sueño permite la traslación y mutación rápida de los personajes. En el reino del sueño, el teatro de acciones es un espacio infinito dentro de un laberinto diminuto. La narración se traslada en dos páginas desde el frio penetrante y la lluvia oblicua del sur de Quito al calor meloso de Saigón. El relato propone un juego que navega las frustraciones del ser urbano, cuyos grandes proyectos se quedaron cojos, quien a fuerza de su propia cobardía vive a través de su ordenador. Un sueño erótico se transforma en pesadilla. El ‘yo’ se desdobla y endilga a un tercero inexistente la carga de los fracasos propios. El final, maravillosamente construido, plantea un intercambio de perspectivas que coquetea con el solipsismo y el existencialismo de una vida vaciada de ilusiones.

El sueño es un pez que se escabulle en los laberintos de la mente, un pez que el soñante persigue una vez despierto, pero del que nunca alcanza a ver más que la cola fugitiva.
“Un sueño es un pez pardo” es un relato estupendamente logrado. Espero que Juan Carlos, ahora que ha tomado la alternativa de narrador, nos obsequie muy pronto con más horas de placentera lectura.

Más relacionadas

2 Comments

Los comentarios están cerrados.