Unasur: un problema más dentro de la crisis

Editorial del diario ABC Color
Asunción, Paraguay

Prácticamente desde el mismo momento de la fundación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), ABC Color sostuvo que este bloque respondía más bien a una aspiración de hegemonía política e ideológica de los sectores de izquierda más radicalizados de la subregión, antes que a un verdadero afán de construir un espacio integrador. Si nuestro aserto fue confirmado a cabalidad en algún momento, fue recientemente durante el desarrollo de los acontecimientos que derivaron en la destitución del presidente Fernando Lugo y su reemplazo por el doctor Federico Franco.

En efecto, en oportunidad de decidir la Cámara de Diputados someter a juicio político por mal desempeño en el ejercicio de sus funciones al entonces presidente Lugo, la Unasur, que por entonces se encontraba participando de un evento internacional en la ciudad de Río de Janeiro, a urgente instancia del canciller bolivariano Nicolás Maduro, decidió enviar a Asunción una comitiva de ministros de Relaciones Exteriores para “conocer in situ todos los aspectos de la situación política del país”.

Sin embargo, pese a lo enunciado, ni bien pisó suelo paraguayo la delegación dejó claro que su función no era de carácter diplomático, ni que venía a propiciar el diálogo entre las partes o a ejercer sus buenos oficios para evitar una profundización de la situación, sino que, por el contrario, perdiendo todo sentido de imparcialidad, se puso incondicionalmente del lado de uno de los afectados –el entonces titular del Poder Ejecutivo– y empezó a presionar fuertemente para evitar la salida del mismo del Gobierno.

En verdad, se vino a convertir en un actor más de la crisis. Se involucró directa y descaradamente en el desarrollo de la misma, instrumentando todos los mecanismos de presión a su alcance para que los eventos se produjeran, orientaran y terminaran en la dirección que ellos, anticipadamente, habían concebido. Así, pues, para cada acción impulsada por una de las partes, ellos, la comitiva de la Unasur, tenía una respuesta que era inmediatamente difundida a través de los medios de comunicación, de cuya cobertura disfrutaron ampliamente sin ningún tipo de retaceo.

Así, por ejemplo, antes incluso de la finalización del juicio político al presidente Lugo y sentenciarse por el Senado su destitución, atrevidamente la delegación emitió un amenazante comunicado en el que los cancilleres se permitieron considerar “que las acciones en curso podrían ser comprendidas en los artículos 1, 5 y 6 del Protocolo Adicional al Tratado Constitutivo de la Unasur sobre Compromiso con la Democracia, configura una amenaza de ruptura al orden democrático, al no respetar el debido proceso”.

De esta manera, ejercían una coacción patotera sobre una institución soberana de la República para impedir que esta cumpliera con las disposiciones constitucionales. Además, lo hacían con insólita mala fe, ya que el protocolo al que hacían alusión ¡ni siquiera está legalmente vigente!

Sin embargo, el colmo de la inaceptable intromisión en nuestros asuntos internos lo constituyó, comose supo con posterioridad, la desvergonzada e ilegal actuación del matón Nicolás Maduro, ministro de Relaciones Exteriores del gorila bolivariano Hugo Chávez, quien utilizó nada menos que las instalaciones del Palacio de López, sede del Ejecutivo nacional, para incitar a los militares paraguayos a sublevarse contra la Constitución y defender a Fernando Lugo a como diera lugar, aún en contra de la institucionalidad de la República.

Ante este deleznable accionar de la Unasur y sus personeros, y habiendo quedado de manifiesto que este organismo perdió completamente los atributos de imparcialidad, objetividad, respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos que deben ser elementos constitutivos de toda institución del derecho internacional, y tras haberse comportado sus representantes no como diplomáticos componedores educados, sino como los compinches de una vulgar pandilla que llegó a nuestro país para pisotear la dignidad del pueblo paraguayo, no cabe más que proponer la denuncia de su Tratado Constitutivo a fin de sustanciar el retiro de nuestro país de su seno.

Los paraguayos no tenemos por qué tolerar que potencias imperialistas o intereses extranjeros vuelvan a decirnos nunca más qué nos conviene o nos deja de convenir como nación, ni, menos aún, que sus personeros intervengan tan groseramente en asuntos sobre los que única y exclusivamente tenemos voz y voto para dirimir.

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