Del sueño a la pesadilla

Por Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

En estos días parece como si el sueño europeo estuviese a punto de esfumarse para transformarse en una espantosa pesadilla. No hay esquina de la economía mundial que no esté sufriendo los efectos de los problemas que atraviesa la eurozona. Hasta el gigante de la China que parecía una locomotora sin freno del crecimiento no ha logrado sustraerse de las nubes que parecen amenazar al viejo continente. Si bien la actual crisis europea tiene un evidente componente económico, su principal factor de desajuste parecería ser la acelerada pérdida de credibilidad en el proyecto. Por primera vez los inversores, los ciudadanos y hasta los mismos políticos han comenzado a dudar seriamente de que el proceso de la eurozona sea irreversible. Por primera vez se ha comenzado a pensar en lo que hasta hace poco parecía impensable: que la eurozona no funcione y que sus actores tengan que dar marcha atrás. Algo para lo que nadie estaba preparado.

La unificación monetaria del espacio europeo fue sin duda un golpe visionario como pocos en la historia. Era sin duda el paso obligado una vez que se había consolidado un mercado comercial gigantesco. Sin embargo, la sustitución de las monedas nacionales por una moneda continental no fue acompañada por un mecanismo igualmente unificado de manejo fiscal. Los estados miembros quedaron simplemente obligados a cumplir ciertas metas fiscales pero nada más. La Unión Europea no asumió mecanismos efectivos de administración fiscal, ni de control de las cuentas públicas, de cada uno de los miembros.

Este desfase entre lo monetario y lo fiscal tiene una explicación política. Si el régimen de hacienda pública dejaba de estar en manos de los estados miembros y pasaba a manos de un organismo supranacional, en ese momento los bancos centrales, los ministros de finanzas, pero más importante, los propios parlamentos nacionales prácticamente dejarían de tener su razón de ser. La política dejaría de ser entonces un asunto “local” para convertirse en una actividad europea en plenitud. El actual parlamento europeo –que carece de iniciativa legislativa– tendría que convertirse en la fuente directa de legitimidad de todo el andamiaje político de la actual Unión Europea. Habría un electorado auténticamente europeo y la Unión Europea dejaría entonces de ser tal para convertirse en un Estado federal.

Y este es el salto que nadie está dispuesto a dar. Cierto es que en los últimos años el proyecto de una federación ha venido discutiéndose. Sin embargo, hay sociedades como la francesa, por ejemplo, que requerirían de algún tiempo para aceptarla. Y tiempo es lo que menos tiene hoy la eurozona. Y decisión política es lo que más le está haciendo falta.

O, mejor dicho, políticos de decisión al estilo de ese gran estadista que fue Jean Monnet, el célebre político y diplomático francés de los años cincuenta, el principal arquitecto del actual sueño europeo de unidad política y económica. Su pragmatismo e internacionalismo son urgentemente requeridos hoy, no solo por la eurozona sino por el resto del mundo.

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