…y a Dios lo que es de Dios

Por Ernesto Arosemena
Guayaquil, Ecuador

Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

(Mt. 22, 21)

 Este es uno de mis pasajes preferidos del Evangelio. Tiene infinidad de aplicaciones para la vida cotidiana y muestra un camino rectísimo para seguir en las diferentes realidades en que el ser humano se desenvuelve.

Uno de tantos ejemplos puede ser el intenso debate político que se ha dado –y se sigue dando– con respecto a la despenalización del aborto en los casos de violación; y no sólo dentro de la Asamblea Nacional, sino también en las redes sociales, en los medios de comunicación y en las sobremesas caseras. El lado pro-aborto acusa al lado pro-vida de pretender imponer al César lo que es de Dios; luego, el lado pro-vida responde al lado pro-aborto que no se debe etiquetar como “de Dios” –como algo propio y exclusivo de Él– un tema humano que claramente compete al César. Todos, al final, porque somos seres humanos y no máquinas, hablamos y actuamos de acuerdo con unos criterios personales, con unas profundas convicciones, algo que muchos llamamos “conciencia” y que otros podrían llamar por otro nombre, pero que en definitiva significa que defendemos lo que consideramos objetivamente correcto y rechazamos lo que consideramos objetivamente incorrecto.

¿Existe, entonces, “tu verdad” y “mi verdad”? Ciertamente no: sólo existe LA VERDAD. El problema está en que, cuando se manejan criterios opuestos sobre un mismo tema, alguno de los dos lados deberá necesariamente estar equivocado, y es una misión titánica tratar de ponerse de acuerdo sobre cuál de ellos está en lo correcto. Y si al final se pusieran de acuerdo, ¿el lado “ganador” tendría la verdad? Tampoco se puede asegurar eso, porque la verdad no es “creada” por la mayoría; si la mayoría RECONOCE la verdad objetiva, está en lo correcto; si no la reconoce, estará errada. Por eso las partes en discusión se valen de distintos medios y argumentos (científicos, racionales, lógicos, etc.) para descubrir lo que es verdadero, y para tratar de convencer al lado contrario de la veracidad de su propia postura.

Para lograr ese fin, a veces alguno puede caer en la tentación de fundamentar sus argumentos en las fuentes equivocadas. Por ejemplo, estaría fuera de lugar pretender legislar con la Biblia en la mano en un “Estado laico”, y debatir sus políticas citando la Sagrada Escritura o el Catecismo de la Iglesia Católica. Muy mal. Además, eso no hace falta cuando los temas tratados no son exclusivamente de Dios, sino sobre todo del César. Pero tampoco está bien tildar toda intervención proveniente del lado opuesto como “moralina religiosa y pacata” cuando los argumentos que se presentan no tienen realmente qué ver con religión (vamos, que el debate no es sobre si se debe o no ir a Misa los domingos).

Toda legislación civilizada tiene, como fundamento, determinados principios que, de una u otra forma, coinciden en cierta medida con las enseñanzas de alguna religión. Nadie defendería, por ejemplo, la deshonestidad, el homicidio, el robo o la traición; hasta los ateos más acérrimos, si tuvieran un mínimo de criterio, tendrían que estar de acuerdo con las diversas religiones en estos puntos concretos, ¿o no? Y no porque sean enseñanzas exclusivamente religiosas, sino porque se refieren a normas básicas de convivencia pacífica entre seres humanos. Está claro que el cristianismo, institucionalizado o no, se posiciona en contra del aborto, pero no por eso todo argumento contra el mismo puede calificarse de “postura cristiana” (así como tampoco todo argumento a favor del aborto podría considerarse como “postura atea”).

La “conciencia” de cada persona, de cada legislador, podría estar de una u otra manera formada o condicionada por su fe religiosa –o por la falta de ella–, pero no cabe duda de que todo individuo tiene el derecho y la obligación de defender y serle fiel a sus convicciones personales, porque gracias a ellas se han adscrito a tal o cual agrupación política, y también por ellas se supone que el pueblo ecuatoriano los eligió como representantes.

Propongo, pues, que no llamemos “religioso” a lo que no lo es. No llamemos “de Dios” a lo que es “del César”.

* Ernesto Arosemena es diácono de la Iglesia Católica.

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4 Comments

  1. Es que en este caso, y ubicándonos en el ecua-socialismo del siglo XXI, no es «Dar al César», sino «Dar (la razón) al Hólger…

  2. Interesante su artículo. Concuerdo con Ud. en que hay una sola verdad, sean las personas creyentes o no. Una sola verdad que rige en todo el universo. Las convicciones que no se fundamentan en esa verdad son frágiles y pueden estar sujetas a cambio según conveniencia propia, por modas pasajeras o por leyes sociales inclusive. Ejm. no robarás es un mandamiento inmutable de la VERDAD pero que en los tiempos que vivimos, nuestro César ha determinado que robar hasta USD 600 no era realmente robo sino ´hurto´. Posteriormente ajustó la cifra a USD 240 y en nuestra sociedad ha quedado legalizado el robo. Perdón ¨hurto¨. Consecuentemente, así como no es correcto que por moda aceptemos la existencia de tantas verdades: mi verdad, tu verdad y vuestras verdades, tampoco es correcto aceptar convicciones personales cuyo sustento no esté basado en la VERDAD inmutable. En relación a la VERDAD, me parece que por falta de una adecuada instrucción en la misma, lo cual deriva en poco o ningún entendimiento de esta y su aplicación en la vida diaria del individuo, la VERDAD, fuente de sabiduría nos da la explicación que con argumentos personales no logramos encontrar. Si bien es cierto que la vida es una bendición de Dios, los actos reñidos con los mandamientos y preceptos de Dios no son bendiciones de este. Ejm, el ¨hurto¨ por más que haya legalizado César en nuestro país, no deja de ser robo aquí y en cualquier parte del mundo. Quien robe sufrirá las consecuencias de ese acto, que aunque no vaya a la cárcel (por ley humana en este país), sí será tachado en su honra personal y familiar por sus congéneres. De igual manera una violación no es una bendición divina, es todo lo contrario. Un embarazo fruto de una violación no es una bendición de Dios. Tampoco es una maldición de este. Si es producto de una conducta perversa, ajena a todo principio y valor, propio de personas que viven en la obscuridad, ajenos a o renegando de la VERDAD. Cómo se le puede exigir a una mujer a que cargue por el resto de su vida un vivo recuerdo de un momento de insaciable bestialidad del demonio?  Dios le da al hombre la capacidad de reproducción, de generación de vida pero bajo condiciones de amor. No por imposición o fuerza, eso no es de Dios. La VERDAD le da toda la libertad que el ser humano guste tener siempre que viva con responsabilidad. Libertad con responsabilidad. Hijos producto de la irresponsabilidad del ser humano no son bendición, pronto se convierten en una maldición para la familia y la sociedad. Aunque creyente, no soy fanático y la palabra de Dios me ha enseñado algo de coherencia y responsabilidad. Estoy convencido que el aborto aplica en caso de violación al no ser una concepción producto del amor, de la bendición de Dios.

    • Mayormente de acuerdo con ud. en todo. Solo me queda una duda: Ud. dice: «Estoy convencido de que el aborto aplica en caso de violación al no ser una concepción producto del amor, de la bendición de Dios». Cuándo la gente tiene sexo por lujuria, sin ápice de amor, y la mujer queda embarazada, es decir, sin «la bendición de Dios» ¿Ud. estaría de acuerdo con el aborto también en ese caso?  Es decir, ¿estaría de acuerdo con el aborto por elección? Yo sí.

    • Gracias, George, por leer y comentar el artículo. 

      Sólo quisiera acotar que, hablando de la manera más objetiva posible, el que un hijo sea una «bendición» o una «maldición» para la madre es irrelevante. El ser «bendición» o «maldición» es una apreciación subjetiva que no le resta un ápice a su inherente condición humana y al valor que ésta tiene. Que una mujer no desee el hijo que lleva en el vientre, o que lo considere una maldición, o que le provoque un trauma, no significa que tenga el derecho de acabar con esa vida humana, esencialmente distinta de ella misma. Independientemente de las circunstancias en las que una vida humana ha sido concebida, el hecho es que existe, y por lo tanto vale, y mucho (exactamente lo mismo que la vida de la madre).

      Para los traumas hay tratamientos y pueden ser superados, y si no quiere tener de por vida el «recordatorio de su violación», puede dar al hijo en adopción (muchas personas no pueden tener hijos propios, y ese hijo no deseado, «maldición» para una mujer, puede ser muy deseado y amado por otra, y la «bendición» que alguna familia espera y anhela). Lo que no puede ser recuperado por medio de tratamientos es la vida humana exterminada por el aborto. Se puede, ciertamente, engendrar una nueva vida, pero la que se perdió ya no se puede recuperar.

      Concuerdo en que lo ideal es que un hijo sea deseado y engendrado por amor, pero eso no es una condición sine qua non para que se deje llegar a buen término la gestación de un ser humano.

      Otra vez, gracias por leer y comentar. Dios lo bendiga.

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