Y también corruptos

Por Danilo Arbilla
Miami, Estados Unidos

El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, no cede terreno ni quiere perder su “medalla de oro” como el mayor enemigo de la libertad de expresión. No ceja en sus ataques a la libertad de prensa ni en sus arremetidas contra el derecho de los ciudadanos del Ecuador a elegir cómo y dónde informarse. Ya prohibió a ministros y funcionarios de su gobierno hacer declaraciones y dar información a la prensa independiente, y ahora, siguiendo con su escalada, ordenó la no colocación de publicidad oficial en medios privados, como una forma de represalia por la línea editorial e informativa independiente que estos mantienen.

Es el criterio “técnico” que aplica Correa para otorgar una publicidad que se paga con los dineros de los contribuyentes ecuatorianos. La independencia y la pluralidad informativa a Correa no le gustan y castiga a los medios que no son oficialistas. Usa los dineros públicos para “sancionar ”, pero a la vez y como contrapartida –y esto es muy importante– premiar a aquellos medios y periodistas amigos. Concretamente, les paga a aquellos que son “oficialistas” y que solo dan información favorable a él y a su gobierno. A la “publicidad oficial” la transforma en un instrumento un poco más disimulado para repartir fajos de billetes entre toda su gente.

En lo mismo están sus colegas y amigos: los Kirchner, que desde que asumieron la presidencia en Argentina en el 2003, han incrementado los fondos que destinan a “la publicidad oficial” en un 1.300%. Es mucho, mucho dinero, el que en casi su totalidad y cada vez más descaradamente, e incluso desobedeciendo expresos dictámenes judiciales, vuelcan a medios públicos que maneja el propio Gobierno, y a medios privados oficialistas y amigos. Pasa lo mismo con Chávez, Evo Morales y Ortega, pero en estos casos es más difícil conseguir las cifras que cuantifican la arbitrariedad.

Pero el manejo arbitrario y discriminatorio de la publicidad oficial no es solo un atentado contra la libertad de expresión; es, al mismo tiempo, una de las mayores formas de corrupción, de utilización de los dineros públicos en función de los intereses privados del funcionario. Se da plata del erario, en grandes cantidades y por supuesto con la carátula de “publicidad oficial”, a familiares, socios, correligionarios, amigos y a empresas que pertenecen al propio funcionario, creándose verdaderos imperios y no solo de la comunicación. Pero esa es también la vía de financiación de campañas electorales, desvirtuando las bases que garantizan la limpieza y libertad de las elecciones, como lo son el derecho del elector a informarse sin límites y sin ningún tipo de traba que le impida acceder a todo aquello que necesita saber al momento de delegar su soberanía y la igualdad de condiciones para todos los postulantes.

Es difícil hablar de democracia y elecciones legítimas con este estado de cosas y más en estas épocas de presidentes-candidatos siempre dispuestos a la reelección y convencidos de que “deben seguir”, pase lo que pase y sea como sea. Como ya lo anticipa Chávez, quien, seguro de su permanencia en Miraflores, anuncia –como quien dice, abre el paraguas- que la oposición denunciará un fraude electoral. Algún dato tendrá el comandante bolivariano, pero no de lo que va a hacer la oposición, sino de lo que quizás va a hacer el Consejo Nacional Electoral, mayoritariamente chavista.

Y lo de Correa tiene su originalidad: gasta enormidad de dinero para propaganda de su gestión, lo que llama publicidad oficial, abusa del poder del Estado al que pone al servicio de su imagen y su administración, prohíbe dar información pública y oficial a los medios independientes y les niega a estos publicidad oficial. Y como si no bastara, plantea impedir a los medios de comunicación hacer artículos o entrevistas a los candidatos –esto es, a los de la oposición–. Pero sobre la promoción del correísmo, eso se deja en manos de la publicidad oficial y la propaganda sobre la “obra de gobierno”. Realmente es difícil quitarlo del podio.

* Danilo Arbilla es periodista uruguayo. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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