No les creo: este premio es una trampa

Por Carlos M. Reymundo Roberts
Buenos Aires, Argentina

La llamada me despertó a las 7 de la mañana de anteayer. Un amigo que trabaja en la Casa Rosada acababa de leer lo del premio que me dio la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por estas columnas de los sábados y no podía creerlo. «Carlos, es el fin. Fuiste.»

Tenía razón. A mí me pasó lo mismo cuando el miércoles a la tardecita recibí el mail de la SIP con la noticia. Mi primera reacción fue exactamente ésa: era el fin. Después de casi dos años de hacer buena letra como militante K, de convencer a todo el mundo de que me quedaba menos liberalismo que a Boudou y de jurar por la memoria de Néstor que no me iba a hacer eco de ninguno de los casos de corrupción que me entero casi a diario, esta maldita distinción venía a echar todo por tierra.

Era una trampa, claramente. Lo supe al leer, en la notificación que recibí, que el premio había sido dado «por la agudeza y mordacidad al abordar la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner». Agudeza puede ser, pero ¿mordacidad? ¡Cretinos! Ellos saben bien que no hay nada de mordaz en mis elogios al gobierno de la señora, y lo dijeron para que ya nadie me creyera. Porque si esta columna pierde credibilidad, si la gente deja de tomársela en serio, no tiene razón de existir. Eso es lo que buscan: que desaparezca la única isla kirchnerista que sobrevive en un mar de páginas reaccionarias y gorilas.

Bueno, no sé de qué me sorprendo. Qué podía esperarse de una institución como la SIP, formada -ya lo dijo Néstor- por patrones. Patrones que, para peor, tienen esa obsesión enfermiza por la libertad de prensa. Obsesión parcial y arbitraria, porque nunca han terminado de aceptar los progresos que en este campo ha logrado no sólo la Argentina de los Kirchner, sino países como Ecuador, Venezuela y Cuba.

¿Libertad de prensa? A mí no me corran. Libertad tenemos ahora que el Gobierno puede decidir a qué medio le pone publicidad oficial y a qué medio no. Libertad tenemos cuando, si se nos da la gana, podemos contratar a un buen conductor de radio (no importa si es extranjero) para que el tipo, libremente, pase a jugar para nosotros. Libérrimo es Barone, que ahora puede elegir entre cobrar por unos trabajitos como periodista independiente o ganar una fortuna en 6,7,8 .

Pero volvamos a los de la SIP. Me asestaron un golpe de muerte, más letal incluso que cuando me desmintió Aníbal Fernández. ¿Cómo salgo de esto? ¿Con qué cara me presento a las reuniones de La Cámpora con whisky y sushi en pisos de Puerto Madero? Ahora que saqué la cabeza, muero si tengo que volver al salame y queso. ¿Qué le digo a la señora, que aunque me vive convocando todavía tiene la sospecha de que mi conversión es, como la de muchos de los que la rodean, más oportunista que sincera? ¿Cómo los convenzo de que los únicos mordaces son los de la SIP?

Acaso mi única salida sea la de Jean-Paul Sartre. Si él rechazó el Premio Nobel de Literatura, por qué no puedo yo rechazar el mío, tanto más sencillito. Eso sí, debería también, como él, preparar una buena carta. Una carta que dijera más o menos así:

«Señores de la SIP (Sociedad de Insensatos Premiadores), he sido notificado de cierta distinción que ni merezco ni acepto. No merezco esta burda desacreditación pública y no acepto que pretendan convertir mi columna en una avanzada antikirchnerista. Ustedes se han propuesto pulverizarme y no lo conseguirán. Seguiré defendiendo los éxitos en la lucha contra la inflación, la corrupción y la inseguridad; seguiré defendiendo nuestras conquistas en materia de respeto a las instituciones, división de poderes, seguridad jurídica, diálogo con la oposición y libertad de comercio; seguiré aplaudiendo un modelo de movilidad social que permita el ascenso a puestos de privilegio de personas como Moreno, Boudou y Aníbal Fernández; un modelo de inclusión que les abre las cárceles a los asesinos y lleva a las cárceles a los que compran dólares; una economía fulgurante que le permite a la Presidenta multiplicar su fortuna por diez en unos pocos añitos; un país que desde sus alianzas estratégicas (Venezuela, Angola) le muestra al mundo cuál es el camino. Ese es mi credo, y no renunciaré a él por un premio. Prefiero renunciar al premio. Y pido que esta carta sea leída, a todos y a todas, en el acto de entrega de las distinciones».

Me gusta cómo quedó el texto, aunque quizá sea un poco largo. No sé si estos tipos se merecen tanto y si, en su elementalidad, son capaces de asimilar mi relato. Voy a probar con algo más corto:

«Señores de la SIP (Sociedad Imperialista de Patrones), he sido notificado de cierta distinción. Seguramente se trata de un error. El periodismo militante que yo y tantos otros practicamos en mi país está hoy muy bien visto (y retribuido) y no necesita de reconocimientos foráneos, y mucho menos si vienen de una entidad hegemónica y burguesa. Por lo tanto, rechazo el premio por improcedente».

Ahora sí estoy conforme: me negué a seguirle el juego a la SIP, no necesité de muchas palabras para ponerla en su lugar y me elevé -quién iba a decirlo- hasta la estatura moral de un Sartre. Para rematar la faena sólo me falta algo. Enviarle unas palabras a Cristina. «Señora, mil gracias por el premio. Se lo debo todo a usted.»

* Carlos M. Reymundo Roberts es periodista argentino. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario La Nación.

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