John Ford, el «Homero» americano

Por Gonzalo García Crespo
Madrid, España

“Las modas pasan, los cineastas son olvidados, las glorias efímeras se marchitan, y John Ford permanece. El viejo enterrará a todo el mundo. Principalmente porque es uno de los únicos directores que ha logrado construir una obra a la medida de América. La vasta saga que forman sus filmes es un espejo donde se refleja ese país apasionante, contradictorio y, sobre todo, inmenso”. Este párrafo, escrito por Jean-Pierre Coursodon y Bertrand Tavernier en su fundamental obra 50 años de cine americano, resume a la perfección la importancia de John Ford, del que ahora se acaba de reestrenar en Madrid y Barcelona su gran obra maestra, Centauros del Desierto.

Sin embargo, el director de La diligencia, El último hurra, El hombre tranquilo, Las uvas de la ira, Corazones indomables y tantas obras fundamentales de la historia del cine; el realizador con más Premios Oscar (cuatro); el autor cuya obra se extendió durante toda la Edad de Oro de Hollywod, siempre trató de negar su grandeza, adoptando una pose de inculto anti-intelectual y afirmando que el suyo era “un simple trabajo”. Tras la pista de John Ford, la monumental biografía del crítico Joseph McBride, escrita durante décadas y con cientos de declaraciones de los que conocieron al director, es la mejor fuente para conocer a un artista tan esquivo y contradictorio como sus filmes. Ese que declaró: “Alguien me ha definido como el gran poeta de la epopeya del Oeste. Yo no sé qué es eso. Yo diría que es una gilipollez”.

John Martin Aloysius Feeney (1895-1973), que cambió su nombre al llegar a Hollywood en 1914 para ocultar su origen irlandés, “fue alguien inescrutable –escribe McBride–, capaz de la mayor de las generosidades y de la más depravada crueldad, a veces con la misma persona”. Como dijo el guionista de su película ¡Qué verde era mi valle!, Philip Dunne: “Las atenciones de John para con alguien eran siempre inversamente proporcionales al afecto que sentía por él. Yo sabía que le caía bien, porque a lo largo de los años le conocí en la intimidad y nunca me dirigió una palabra amable”.

Celoso de su intimidad, y sobre todo de dejar ver que tras su fachada de duro intratable se ocultaba un romántico sentimental, Ford pasó su vida inventando falsos hechos biográficos, anécdotas inverosímiles, falsas historias. La frase más famosa de sus películas pertenece al editor del periódico de El hombre que mató a Liberty Balance: “Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda”. Y justo eso, imprimir la leyenda, es lo que hizo John Ford en su vida y obra.

Así, fue el gran cronista de la América del Oeste y del Sur –él que fue un irlandés del Este–, el retratista de un mundo primigenio que seguramente nunca existió, el gran creador de mitos en un país joven y necesitado de ellos. También hizo de su vida un mito, y eso que no hacía falta, ya que estuvo llena de peripecias: vivió los inicios de Hollywood y el cine mudo, participó en la rebelión irlandesa contra los británicos en 1921, filmó la batalla de Midway –donde fue herido– y el desembarco de Normandía, sirvió como contraalmirante en la Marina de EEUU, vivió un intenso romance con Katharine Hepburn…

Y fue una contradicción andante, como revela el libro de Joseph McBride: a veces un liberal demócrata y otras un republicano conservador –de ahí que sus filmes sean políticamente tan complejos que han repugnado por igual a la izquierda y a la derecha–; un defensor de la familia que pasaba más tiempo en su barco bebiendo whisky que con su mujer en casa; un director que sin aparente razón retiró la palabra durante años a su encargado de atrezzo, un joven llamado John Wayne, para luego convertirlo en una de las mayores estrellas del cine concediéndole papeles protagonistas contra la opinión de todo el mundo… En definitiva, un artista popular (dos términos a menudo contradictorios).

De este modo, la nueva emisión de Centauros del Desierto, que siempre figura en las listas de las 10 mejores películas de la historia y representa quizá su obra más profunda y compleja, es una gran oportunidad para adentrarse en el apasionante y aún enigmático mundo de este director.

* El texto de Gonzalo García Crespol ha sido reproducido del blog ambosmundos.com. Por error, hemos atribuido inicialmente esta columna al periodista Martín Santiváñez Vivanco. Equivocación que aclaramos y por la que pedimos disculpas.

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